Opinión

El laboratorio de la revolución

'¡Seguid el ejemplo de este pueblo que ha levantado en sus manos la bandera rojinegra sin temor a ninguna crítica...

Hesiquio Trevizo
Presbítero

domingo, 17 noviembre 2019 | 06:00

“¡Seguid el ejemplo de este pueblo que ha levantado en sus manos la bandera rojinegra sin temor a ninguna crítica y que ha violado todas las leyes que se han opuesto a su progreso!

Señores: hay que tabasqueñizar a México”.

Que no se sobresalten mis escasos lectores; la frase corresponde a Francisco J. Múgica, pronunciada el 30 de marzo de 1934. Múgica de infausta memoria en la historia nacional. Michoacano y gobernador de Tabasco, rabiosamente anticatólico y tan cardenista que Cárdenas hubo de deshacerse de él, como Castro del Che. Pero el grito es estremecedor. Nuestro presidente, en un determinado momento de su larga lucha, arduo y largo camino hacia el poder, se movió en esa dirección realizando acciones en su estado natal que ahora como presidente no toleraría y que son públicas. El laboratorio de la revolución lleva como subtítulo: “el tabasco garridista”. Sin muchas ganas de escribir, un poco cansado y la mente embotada por lo premonitorio de los acontecimientos, di con este libro olvidado.

De entre las fotografías que ilustran el libro, me encantó ver cómodamente sentados en un coche descapotado al P. E. Calles, Garrido Canabal y el entonces candidato a la presidencia por el PNR, Lázaro Cárdenas. Y díjeme yo: las vueltas que da la vida. Y las dio. Cárdenas hubo de prescindir de ambos una vez presidente. Otra foto muestra a la Liga de Maestros Ateos en homenaje a compañeros caídos. Otra, una marcha de jóvenes tabasqueños en una manifestación anticlerical; en una se ven trabajadores destruyendo una iglesia, bueno, se ve de todo y todo ridículo y trágico. En cierta ocasión, queriendo congraciarse con la gente, avisó que en el tren de la tarde llegaría el obispo. En efecto, llegó el tren y de una jaula para ganado bajó un semental indobrasil cuyo nombre era obispo; la infame burla causó un enorme descontento en la población. No acabaríamos con el anecdotario de este señor Garrido.

Al triunfo de Cárdenas, éste tuvo la ocurrencia de traerlo a la Capital con chamba en la Sria. de agricultura. Sólo que Garrido se trajo a sus camisas rojas o pardas o del color que fueran, creo que eran rojas, y se puso a hacer campañas contra la religión, el alcohol y el tabaco, de cuyos temas era maniático. Un buen día, el 30 de diciembre de 1934, cuando los fieles salían de la misa de 10 am., en la parroquia de San Juan Bautista, la más antigua de México, en la hermosa explanada y ante el palacio que fue casa de Cortés, en Coyoacán, los camisas rojas armaron una trifulca desfanatizadora cuyo saldo fueron cinco fieles muertos. Cárdenas comprendió el error, se lo sacudió, como Castro al Che, y Garrido terminó como gobernador del territorio de B. California y de la Islas Marías. Cárdenas tuvo miedo de que México terminara como una Rusia. En una conferencia en el Anfiteatro Bolívar, Vasconcelos dijo: “… de nada serviría limpiar un estado de la república si el resto de la república está contaminado. ¿De qué sirve que Garrido se ausentara si todo lo que Garrido representa sigue en pie?” JV. llamaba a Garrido Canabal, aguerrido caníbal. Si usted supiera lo que pasó en Tabasco; sólo quedó en pie una iglesia en todo el estado: era donde solía ir la señora madre de Garrido Canabal a hacer oración, nota por la cual vine a saber que el señor Garrido sí tenía mamá. A uno de sus hijos lo “bautizó” con el nombre sugestivo y sonoro de Satanás.

Aislado territorialmente del país por sus selvas infranqueables, por sus pantanos inaccesibles, por los numerosos lagos y ríos caudalosos que Graham Green evoca en sus relatos, facilitaban un manejo independiente del centro. México era el centro de la república y algo del norte bárbaro. Y esto desde la conquista. Belleza sin duda en esa tierra de encanto, máxime que aun no existía Pemex. Su riqueza era el oro verde, o sea, el plátano roatán, hasta la fecha el mejor plátano del mundo, aunque se enojen las repúblicas bolivarianas. Ahora que Evo nos honra con su visita pueden servirle en el desayuno un plátano macho tabasqueño para que no queden dudas. Estando yo en Comalcalco en una reunión nacional del MFC, obvio, mucho después de Garrido, saboreé esos desayunos estupendos a base de frutas exquisitas y el infaltable plátano macho frito, con azúcar moreno y canela. Por cierto que el evento, las conferencias y ponencias se transmitían a todo el estado por radio. Encontré un pueblo creyente y practicante normal y cientos de pozos petroleros. Llegué a Comalcalco al amanecer y el cielo se iluminaba, alborada artificial, con las antorchas petroleras encendidas, brillantes. Era aquel tiempo, cuando los mexicanos nos aprestábamos a un aprendizaje rápido para administrar la riqueza. Al ver esos pozos y sus antorchas encendidas, pensaba –porque a veces medio pienso–: toda Europa occidental no tiene la cantidad de pozos petroleros que tiene Comalcalco.  

No en este orden, pero otro elemento del laboratorio de la revolución fue la entrevista de Don Porfirio y Taft. El asunto de la entrevista pareciera demasiado simple: refrendar el uso de la bahía de Magdalena. Los porfiristas dijeron que así lo expuso en una conferencia en El Paso, Texas, el presidente Taft, pero según historiadores sensatos, en esa entrevista sólo se trataron temas de “ratones y conejos”. Los Estados Unidos podían lograr el refrendo en el momento en que quisiesen. Se limitó, pues, esa entrevista a un cambio de frases de cortesía como lo asentó el “Washington Post” al día siguiente, 17 de octubre de 1909. “En cierto sentido –expresó dicho periódico– no tuvo ninguna significación” y solo sirvió “para reforzar la unión entre los dos países”. Si algo hubiera habido de extraordinario, la prensa yanqui lo hubiera dicho, porque allá sí había libertad. Sólo un abogado y periodista, don Ramón Rostrán, aseguró otra vez, que el tema era que México interviniera en el asunto del derrocado presidente nicaragüense, Zelaya, “para que diera instrucciones a su Legación en Costa Rica para que ésta facilitara el cambio” del presidente de Nicaragua, José Santos Zelaya, no grato a Estados Unidos.

Sobre la caída de este presidente nicaragüense se ha bordado una serie de inexactitudes. Ni el subsecretario de Relaciones del General Díaz, don Federico Gamboa, se percató de la verdad, y ha escrito que don Porfirio desafió entonces el poderío norteamericano salvando al mandatario en desgracia. En cambio, el mismo abogado y periodista Rostrán, testigo presencial de los sucesos, reveló que estando en San José de Costa Rica el ministro de México, licenciado Bartolomé Carvajal y Rosas, le comunicó en presencia del secretario de la Legación, un joven Godoy: “Tengo que darle una sorpresa que no sé si será de su agrado. Mi gobierno me ordena que pase a su tierra a poner un presidente que reponga al general Zelaya”. En efecto, Carvajal y Rosas fue a Managua y luego a Corinto donde acompañó al presidente Zelaya al barco de guerra mexicano “General Guerrero” y de ahí hasta Salina Cruz, Oaxaca, de donde había salido y a donde regresó con el presidente caído. Este solo estuvo unas horas en la ciudad de México y luego de entrevistarse con el general Díaz (quien se mostraba temeroso de que permaneciese más tiempo aquí y se fueran a enojar los Estados Unidos), partió al extranjero. Así se complació a la Casa Blanca. El barco de guerra mexicano no tuvo que andar haciendo el ridículo mendingando combustible, rechazado por los países del entorno ni dando qué decir.

Bien recibido Evo, efusiva y cariñosamente por el canciller mexicano, y es bien recibido, pero hubiera sido mejor que permaneciera en su tierra y liderar una transición pacífica hacia la democracia, como Pinochet o Franco; reconocer el fraude y no presentarse como candidato. Su error, vox universalis, fue amar el poder y su glamur, más que a su pueblo.

El laboratorio de las revoluciones es más hondo. Si no se quiere que las masas destruyan la civilización es necesario encontrar el camino al diálogo que haga predominar el amor sobre la agresividad, la voluntad de vivir sobre el deseo de destruir, de asesinar. En 1926, Freud terminaba su «Malestar de la Civilización» con estas líneas proféticas y premonitorias: «¿Sabrá el progreso de la civilización dominar las perturbaciones aportadas a la vida social, a la vida en común, por las presiones humanas de agresión y de autodestrucción? Desde este punto de vista, la época actual quizá merezca una particular atención. Los hombres de hoy han llevado tan lejos el domino de las fuerzas de la naturaleza que, con su ayuda, les resulta fácil exterminarse mutuamente. Ellos lo saben muy bien, lo que explica buena parte de su agitación presente, de su malestar y de su angustia. Y, ahora, es de esperar que la otra de las dos potencias celestes, el Eros eterno, haga un esfuerzo antes de afirmarse en la lucha que sostiene con su adversario no menos eterno, la muerte». En efecto la agresividad es la ley de la vida. Por lo demás, es buena y útil si se pone al servicio del amor, sin lo cual se torna impotente y peligrosa. Aquí se entiende agresividad como la decisión, el valor, la lucidez y la limpieza de ánimo suficientes para enfrentar el destino.

Buen libro el de Carlos Martínez Assad. El cap. VIII se titula Mexicanizar Tabasco. Naturalmente, se refiere al Tabasco de Garrido.

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