PUBLICIDAD

Opinión

El Espino

La poesía didáctica es un hecho primitivo y natural

Hesiquio Trevizo
Presbítero

domingo, 11 abril 2021 | 06:00

PUBLICIDAD

La poesía didáctica es un hecho primitivo y natural. En épocas remotas en que el caudal de conocimientos científicos era corto ni éstos estaban sistematizados, ni estaban fijados los límites de cada ciencia, el arte y la belleza vivían en estrecho comercio con la ciencia y la verdad. Era natural que quien quería disipar la ignorancia del pueblo adoptase la forma poética como más atractiva y apta para facilitar el recuerdo, la memoria. 

Entre estas formas literarias la fábula tiene un lugar privilegiado. La fábula es una narración sencilla, alegórica de la cual se desprende una reflexión o verdad útil o moraleja. Ésta puede estar enunciada al principio o al final de la narración, o puede, a veces, dejarse al esfuerzo del lector descubrirla. Así, de esta forma el poeta intenta mejorar al hombre haciéndolo más prudente para vivir mejor y evitar el mayor número de golpes. Imposible entrar en detalles. Amo y señor de este género fue Esopo (620- 564 aC.).

La acción, que es lo principal por ser la envoltura poética, suele desarrollarse entre hombres y animales, árboles o seres inanimados mezclándolos en sabrosos diálogos. Un día, el león organizó una cacería, distribuyó el papel de cada uno de los animales de selva que tomarían parte en la cacería. Cayó la presa y viene la hora difícil de la repartición. El león fue tomando cada una de las partes en las que se destazó la presa alegando diversos privilegios, pero sobró una pieza. Entonces dijo el león: ésta también es mía por me llamo “león”. Y el que diga lo contrario correrá la suerte que la presa. Las alianzas con los más poderosos son peligrosas.  

Un día nuestro presidente, atrevidamente, aludió a la fábula de Esopo: las ranas que pedían un rey. Cansado Zeus de tantas quejas porque no lograba darles gusto a las levantiscas ranas con el rey en turno, les mandó una hidra que implantó en el estanque un régimen de terror y muerte. De nuevo, las ranas fueron con Zeus a quejarse y el olímpico dios las despachó con cajas destempladas diciéndoles que ellas se lo buscaron. La moraleja es muy simple, cuando se trata de escoger a un gobernante lo mejor es elegir uno honesto y sencillo, puede parecer aburrido, incluso puede que la publicidad y las campañas no sean lo suyo, pero siempre será mejor que uno emprendedor y activo, pero con un lado malvado y corrupto que solo nos hará daño. 

La fábula operando de modo contrario a la épica o a la tragedia, reduce y comprime las dimensiones del mundo, ignora el espacio y la violencia, todas las condiciones extremas; no busca lágrimas ni conmociones; si acaso provocar una sonrisa.

La fábula, que un día fue un verdadero gigante de la literatura ahora nos es casi desconocida, así, no nos dice mayor cosa. La hemos sustituido más bien por el discurso intelectual y directo, de tal manera que, para captar su sentido, necesitamos hacer un rodeo histórico. Cierto, la fábula es una de las formas primitivas de expresión de la actividad intelectual humana y simplemente quiere presentar una verdad, una realidad, algo típico que es exactamente como se presenta, (G. von Rad).

Todo esto me viene a mientes por el inicio de las campañas; en última instancia, éstas son una lucha por el poder y, en sí, no está mal. Pero falta la pregunta de los ciudadanos, (las ranas de Esopo), a los candidatos: ¿para qué quieres el poder? ¿Qué vas a hacer con él? El poder por el poder es mortal de necesidad. Veremos que las campañas se moverán por el binario: a): los anteriores fueron malos, perversos, corruptos y fracasaron, b) nosotros prometemos…

La desconfianza e incertidumbre que el pueblo experimenta respecto a sus gobernantes – ante el poder - no es nueva; tenemos ejemplos de ello desde que existe la memoria escrita de la humanidad. Este sentimiento ha dado lugar a formas literarias de estupenda factura, y en este artículo pienso referirme a una de ellas, una fábula que se remonta al siglo XII a.C. Unos 600 años ante de Esopo. Se encuentra en la Biblia, en el libro de los Jueces, y se trata de una advertencia severa sobre la ambición de poder y dónde puede terminar. A veces, los que buscan el poder no suelen ser los mejores. Así Abimelec, hombre de extrema crueldad y ambición, fue elegido rey. Para lograrlo asesinó sus 70 hermanos, solo escapó Yotán, el menor. El pueblo eligió rey a Abimelec. 

“Cuando se lo informaron a Yotán, fue y se paró en la cumbre del Monte Gerizim, y alzando su voz, clamó y les dijo: Escúchenme, habitantes de Siquem, para que los oiga Dios.

Una vez los árboles fueron a ungir un rey sobre ellos, y dijeron al olivo: 'Reina sobre nosotros. Pero el olivo les respondió: '¿He de dejar mi aceite con el cual se honra a Dios y a los hombres, para ir a ondear sobre los árboles? Entonces los árboles dijeron a la higuera: 'Ven, reina sobre nosotros. Pero la higuera les respondió: '¿He de dejar mi dulzura y mi buen fruto, para ir a ondear sobre los árboles? Después los árboles dijeron a la vid: 'Ven tú, reina sobre nosotros. Pero la vid les respondió: '¿He de dejar mi mosto, que alegra a Dios y a los hombres, para ir a ondear sobre los árboles? Dijeron entonces todos los árboles a la zarza: 'Ven tú, reina sobre nosotros.  Y la zarza dijo a los árboles: 'Si en verdad me ungen por rey sobre ustedes, vengan y refúgiense a mi sombra; y si no, salga fuego de la zarza y consuma los cedros del Líbano”. (Jue 9, 8-15).

La fábula se refiere a un rey sanguinario que asaltó el poder mediante el asesinato de todos sus hermanos; el menor de ellos, Yotán, el único que sobrevivió a la masacre, pronunció ante su pueblo la fábula citada mediante la cual advierte a los ciudadanos que han elegido por rey a un arbusto espinoso, planta muerta del desierto, que jamás se preocupará de ellos, que sólo busca satisfacer sus ansias de poder, de venganza; resentido, enfermo, violento. Se trata de una joya literaria de extraordinario rigor intelectual y dominio del lenguaje. La fábula se mueve en el terreno político. Más aún, su idea es expresar una actitud humana que considera como sospechosa cualquier forma de monarquía, por no decir intolerable. Sólo un bandido, sólo uno que es incapaz de dar la más mínima contribución al bien común puede presentarse como rey. Y precisamente ese, que no tiene nada que ofrecer, el espino seco y espinoso, llega a la desfachatez de invitar a los demás árboles a cobijarse bajo su protección, e incluso a amenazarlos descaradamente si no le dan su apoyo. Esta fábula, tan antigua, es de lo más atrevido, hasta el punto de poner en ridículo la institución del poder. Sin duda se refiere al régimen absolutista que imperaba en la organización civil de su tiempo. Su antigüedad es indiscutible, lo mismo que su permanente validez.

Sin embargo, no podemos leerla en clave de un desinterés por la cosa pública, pues bien sabemos que nuestras ciudades son redes de política. La fábula, sin embargo, conserva su valor, pues nos advierte que no podemos ser ingenuos ante las propuestas, ante las ofertas que casi llegan a agotar el catálogo, debiendo recurrir entonces a los “segmentos de mercado” más insólitos.

La fábula se mantiene en el ámbito de una severa advertencia para el pueblo, que ni debe precipitarse ni debe ser crédulo; por el contrario, tendrá que ser responsable, porque en el sistema moderno de la política, el pueblo tiene la posibilidad y la responsabilidad del voto, donde deberá expresar su voluntad cuidadosamente ponderada.

Después Abimelec fue a Tebes, la sitió y la tomó. Pero había una torre fortificada en el centro de la ciudad, y todos los hombres y mujeres, todos los habitantes de la ciudad, huyeron allí, se encerraron y subieron al techo de la torre. Abimelec vino a la torre, la atacó y se acercó a la entrada de la torre para prenderle fuego. Pero una mujer arrojó una rueda de molino que cayó sobre la cabeza de Abimelec rompiéndole el cráneo. Entonces él llamó apresuradamente al muchacho que era su escudero, y le dijo: Saca tu espada y mátame, no sea que se diga de mí: 'Una mujer lo mató.' Y el muchacho lo traspasó, y murió. Cuando los hombres de Israel vieron que Abimelec había muerto, cada cual se fue para su casa. Así pagó Dios a Abimelec por la maldad que había hecho a su padre al matar a sus setenta hermanos. (Jue.9.50-56). Si desea contextualizar la fábula de ‘el espino’ lea el cap. 9 del libro de los Jueces. No se arrepentirá. Verá que nada hay nuevo bajo el sol.

PUBLICIDAD

Notas de Interés

ENLACES PATROCINADOS

PUBLICIDAD

PUBLICIDAD

PUBLICIDAD

Te puede interesar

close
search