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Opinión

El cuello de la jirafa, la pulga y la inmortalidad | Carta abierta a Juan Carlos Loera

La oportunidad de escribir y enviar una misiva no la puedo dejar pasar, más si ese estupendo género se encuentra amenazado de muerte por el auge que han cobrado las redes sociodigitales

Jaime García Chávez
Escritor

domingo, 11 abril 2021 | 06:00

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La oportunidad de escribir y enviar una misiva no la puedo dejar pasar, más si ese estupendo género se encuentra amenazado de muerte por el auge que han cobrado las redes sociodigitales, en particular WhatsApp, que es de tu predilección, Juan Carlos Loera, para comunicarte conmigo esporádicamente, dada la distancia, también política, que nos separa. 

Pero no me aplicaré a redactar algo pretenciosamente memorable, no amerita. Sólo diré que hace poco, leyendo una biografía del conservador Winston Churchill, me encontré esta inspiradora frase que viene al caso y que tomo para que se entienda mejor lo que luego te diré más extensamente: “Lamento que esta carta sea tan larga; no tenía tiempo para hacerla más corta”. Así que no seré prolijo en el lenguaje y los argumentos para enlazarme contigo por este medio. 

En mi teléfono celular guardo tres mensajes tuyos, los cuales reproduzco sintetizados. En uno me dices que te extraña mi “sistemático ataque” a tu persona y edulcoras el reclamo con sacarina al hablarme de usted de manera reverencial porque, dices, me has “considerado un referente”. Entonces te pregunté, en calidad de única respuesta: “¿sistemático?”. Y fue entonces que respondiste, a manera de “corrección” que sólo era “constante recientemente”. 

Ante el viraje terminológico, ya que lo primero no es igual a lo segundo, estimo que como crítico político tu mensaje lo tengo como una invitación a callarme, cosa que no acostumbro con nadie, menos con quien aspira al poder y empieza a mostrar colmillos afilados que suelen tener las personas de delgada piel que sólo desean mantenerse, nada más, en calidad de intocable.

¿Crees, Juan Carlos, que por tenerme como un “referente”, sea lo que sea el significado de esto para ambos, me tenga que reservar o callar mis observaciones y mis críticas en la arena pública, muchas de ellas sencillos ensayos de cómo veo la realidad y que nunca las publico como verdades consumadas?

Entiende que al criticar, ejerciendo mi libertad de expresión, es un derecho al que no voy a renunciar, por más “referente” que sea para ti, en un concepto absolutamente vacío y sin significado. 

Si tienes la peregrina idea de tildarme de “referente”, como si eso fuera mi consagración debida, no entiendes, o mejor dicho, tienes una mala percepción de mi persona, ya que no vivo de vanidades ni me importa portar títulos extraños como el que me endilgas. 

En otro momento vino una generosa invitación a que te diera una hora para plantearme tus ideas en torno del proceso electoral. La decliné y te dije abiertamente porqué, algo que ahora abro: por modesto que sea el peso que tengo en la sociedad, lo pongo al servicio de la construcción de una alternativa de izquierda democrática en la contienda en curso. Haz de saber que aún en esta hora defiendo el reconocimiento de mi candidatura ciudadana, al mismo cargo que tu aspiras, ante el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, propósito que aliento debido a la ausencia de esa plataforma de izquierda democrática en la disputa electoral y de la que tu estás ausente. 

Lo digo con mayor precisión: MORENA no representa ahora a esa expresión y se ha convertido en la casa del ruin oportunismo que, aparte de carecer de una visión de Estado para el porvenir, entre otras muchas banderas tiradas a la basura, recluta candidatos entre expriístas, expanistas y cómplices de la tiranía de César Duarte, que no han dejado sus viejas convicciones y que, contradictoriamente dicen combatir, pero que aceptan mañosamente para el bono electoral. Oportunismo simple de ambos lados. Por un lado se les llena la boca cuando acusan a un “prianismo” que amenaza la realidad política del país, pero se nutren de ese “prianismo” tan detestable para engrosar sus propias candidaturas.

En otras palabras, no me siento representado ni por tí ni por tu partido, y bajo esa premisa nada me puede llevar ahora a una mesa de conversación contigo. 

Finalmente me llegó un mensaje para ilustrarme en torno a lo que son las “fake news”, afirmando que en una de esas noticias me apoyé para difamarte. Irrisorias palabras, irrisorias recomendaciones. Como usas un lenguaje abstruso, te soy sincero, no se te entiende; no por su complejidad, sino por lo insustancial de tus palabras, pues leo que abordas el delicado problema de los recursos hídricos que corren por la cuenca del Conchos a la altura de Camargo, pueblo del que, dicho sea con claridad, me siento orgulloso, pero denostas porque de ahí son, afirmas, mis “paisanos acaparadores”, expresión que, además, no va con un aspirante a demócrata que estaría eventualmente obligado a gobernar para todos. 

Caes en un soliloquio que pone bajo sospecha de miedo a una comunidad más que bicentenaria, golpeada en el empleo de ese recurso natural, indispensable para todo. En tu estrechez de pensamiento afirmas que quienes se llevan el agua a Texas son esos, mis “paisanos acaparadores”. Y yo te pregunto: ¿acaso los camarguenses no son tus paisanos? Y encima de eso, ¿pretendes llegar a representarlos? ¿Les tienes odio o qué te pasa?

Continúas en el absurdo de simbolizar que los camarguenses se llevan el agua “convertida en nuez”, después de la propia explotación del agua, y confusamente te refieres a “lo peor de la gente”, expresión desafortunada en tu condición de candidato porque pudiera tratarse de tu razonamiento sobre un acto fallido, revelador de un resentimiento personal. Eso no lo sé, pero convendría que se lo expliques a los ciudadanos de allá, de esa región que padeció la agresión de la Guardia Nacional, la impericia política y administrativa y que a la postre les causó una derrota a los que se dicen preconizadores de una “cuarta transformación”, indefinida hasta ahora. 

Me intentas ilustrar acerca de lo que es una “fake news” y me ofreces un ejemplo elemental para que entienda el complejo problema de la llamada “posverdad”, concepto que, debes saberlo, es manipulado tanto por los conservadores de derecha como por los de izquierda, para aparentar apertura, entendimiento y comprensión, pero que encaja tranquilamente en aquello que en los noventa quiso dar por terminada la historia (Fukuyama) con la idea de establecer un pensamiento único, por muy liberal que pareciera.

Me sugieres eso de las “fake news” no tanto para aproximarme a un “mundo sin mentiras”, sino exclusiva y utilitariamente por si tengo la “ocurrencia” de dejar de “difamarte”. Apenas eres candidato y ya actúas como tirano en ciernes. O para decirlo en otras palabras, como un pendenciero proclive permanentemente a la calidad de púgil político. 

Afirmas que he dejado de “pensar en la gente” y eso no puede ser menos que tu propia “fake news”. No te das cuenta que pienso en ti, en tu trabajo político, porque también eres gente. Mi teléfono está radicado en la clave lada 614 de Chihuahua; en cambio tú me hablas de uno de El Paso, Texas, lo que sólo en apariencia puede quedar en lo anecdótico, aunque tiene su significado.

El hecho de que no sea tu partidario, sino tu crítico, lo confundes asumiéndote ya como encarnación de la gente misma, del pueblo bueno, del que tú tienes por el “pueblo real”, en una detestable visión binaria de la realidad. Te recuerdo, porque lo sabes, que de esa gente formo parte y que he ido a su encuentro en todos los rincones del estado y muchos del país, no de ahora, sino de mucho tiempo atrás. La diferencia entre tú y yo, dejando de lado no pocos aspectos, es que yo he hecho esa tarea sin traer la chequera de la federación en una de mis manos y en la otra los géneros del clientelismo repartible que te catapultó a la candidatura en virtud de un dedazo presidencial. Por cierto, en tus recorridos nunca faltó un fotógrafo para que se supiera que querías dejar testimonio de tus dádivas. 

Me mueve a risa –no pude evitarlo– cuando afirmas que tarde o temprano, en algún momento de mi vida, afloraría “el conservadurismo camarguense”, como intentando troquelar mi perfil político actual. ¿Qué te hicieron los camarguenses que los odias tanto? ¿Había que nacer en un barrio de Ciudad Juárez para ser progre?

Deja el odio, despójate de ese sentimiento contra una comunidad como la camarguense, que por lo que se ve, no conoces ni sabes de su historia. Ese, tu odio, sólo te sirve para respirar por una herida que tu mismo te infringiste durante el conflicto por el agua y que te mostró tal cual eres en la ciudad de Ojinaga. No son calumnias, son hechos duros. 

Conservador es, hoy, el que profesa un nacionalismo añejo de raigambre priísta, un presidencialismo a punto de dar el paso a la dictadura, solapar las violaciones al Estado laico, asaltar instituciones como la que representa el árbitro electoral, hacer de la política la dádiva, defender a un líder carismático cada vez más perdido y entregado a sus mentiras y formar parte de un partido de servidumbres. Conservador es ser candidato de un PT creado por el salinismo con simpatías por el totalitarismo norcoreano; o también serlo del PANAL, propiedad de la “maestra” Elba Esther Gordillo y el charrismo, tanto de esta como de “Napito” Gómez Urrutia. 

Date cuenta que ya para denuestos y descalificaciones personales basta con las que el presidente López Obrador emite todas las mañanas, como para que anuncies seis años de descalificaciones que haces a mi persona, a los paisanos camarguenses y que después harías a todos. Ese sí es conservadurismo, que te quede claro. 

Me da la impresión de que no entiendes la democracia, si a metáforas vamos, como una navegación en múltiples balsas, donde aspirarías a capitanear una galera que cuando choca se hace trizas. 

Retomando un “pensamiento despeinado” de Lec, te lo digo franca y abiertamente: no porque estés en el cuello de la jirafa, como puede estar una pulga, empieces a creer en tu propia inmortalidad. 

Atentamente: Jaime García Chávez

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