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Opinión

El collar de la disidencia

Ruth Bader Ginsburg fue convirtiéndose poco a poco en un ícono de la igualdad en el mundo y no sólo en los Estados Unidos

Jesús Antonio Camarillo
Académico

sábado, 26 septiembre 2020 | 06:00

Ruth Bader Ginsburg fue convirtiéndose poco a poco en un ícono de la igualdad en el mundo y no sólo en los Estados Unidos, pues la Corte Suprema Norteamericana es, desde hace muchas décadas, el tribunal interno más influyente de occidente. La extraordinaria jueza, llamada cariñosamente “notorious RBG” por sus seguidores, entendió con prontitud su papel, una vez que fue propuesta por el expresidente William Clinton en los inicios de la década de los 90. Iniciando como una jueza moderada de centro-izquierda, Ginsburg fue arropando a sus famosos votos particulares en el seno de la Corte de un carácter cada vez más progresivo, en múltiples temas, pero sobre todo en lo relativo a la igualdad de género. Lo hizo porque ella comprendió su momento histórico: ante un tribunal que dada su propia composición orgánica aumentaba su conservadurismo, era necesario apostar el resto e ir confrontando, en el caso por caso, la rancia visión del sector más atrincherado de la Corte.

Lo realizado por la jueza Ginsburg fue algo no muy común en el ejercicio jurisdiccional. Virtud que no se ve ordinariamente ni siquiera en los mejores y más connotados tribunales del mundo: entender perfectamente los alcances, los atributos y las limitaciones de la función que se está desempeñando. Como miembro de un órgano judicial supremo, cuyas decisiones impactan la vida de millones de personas, la juzgadora comprendió que los cambios trascendentales no se logran de la noche a la mañana. En ese sentido, estuvo muy consciente del valor del “caso por caso”, que en la tradición del “common law” es decisivo, pues se trata de un sistema que, de forma paulatina y quizá hasta imperceptible, permite ir avanzando en el debate sobre la igualdad y las libertades básicas.

Durante varios años, Ginsburg fue la única mujer en la Corte Suprema, y con un lenguaje con toques literarios, logró reducir la desigualdad de género en diversas materias. Ginsburg tejía fino entre los precedentes nocivos a la igualdad y aquellos que le daban un tratamiento favorable a la cuestión, logrando sacar provecho a través de una interpretación evolutiva y progresista. En un círculo profesional masculinizado y conservador, la jueza vivió su labor profesional en el entorno del disenso. Y eso no la amedrentó. Por el contrario, con orgullo mostraba un collar distinto cada vez que presentaba un disenso argumentativo en el seno de la Corte. Algún observador llegó a comparar el collar de la disidencia de Ginsburg con una armadura, por la fortaleza que implicaba el signo.

En alguna ocasión, Ruth Bader Ginsburg llegó a escribir que los jueces están influenciados, no por el clima del día, como algún famoso iusrealista norteamericano solía decir, pero sí por el clima de la época. Para Ginsburg, los juzgadores de la Corte Suprema y los jueces de los tribunales inferiores deberían estar siempre conscientes del mar de cambio que irrumpe en su sociedad.

Pero ¿qué nos deja el trabajo de la jueza? El legado será largo y no se puede agotar en un espacio como éste. Sin embargo, es evidente que así como RBG comprendió su papel histórico en el máximo tribunal de su país, todos los jueces, pero sobre todo, los jueces de tribunales constitucionales, deben realizar continuos ejercicios de introspección que les permitan reflexionar sobre la faceta que desempeñan. Interpretar la Constitución y adjudicar derechos fundamentales no es lo mismo que divorciar a Juan Pérez en un tribunal de Chihuahua. El juez constitucional ostenta un poder político indiscutible. No existen jueces constitucionales asépticos. La interpretación de los textos normativos fundamentales no puede hacerse bajo la máscara de un férreo legalismo, que en realidad ni siquiera existe, salvo en los sueños de quien todavía cree en la “exacta y ciega interpretación y aplicación de la ley”.

El juez constitucional ostenta una dimensión política y porta ideología. Los grandes jueces de la historia están conscientes de ello. El problema es saber usar adecuadamente el poder político que confiere el acto interpretativo, máxime cuando está en juego el proyecto de una nación. Es un momento idóneo para mostrar al mundo de qué están hechos.

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