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Opinión

Entre redes

El cerebro chicloso

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Javier Horacio Contreras Orozco

domingo, 26 febrero 2023 | 08:48

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No hay excusa para lo que les estamos haciendo a nuestro hijos. La niñez actual está expuesta a una “orgia digital”: neurocientífico francés Michel Desmurget.

Cuando apareció el libro Superficiales ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes?[i] hace más de 10 años, se calificaba como una postura apocalíptica y exagerada. Del autor Nicholas Carr se decía que era un pesimista y tecnófobo, que alarmaba innecesariamente y que sólo quería llamar la atención. Han pasado más de 10 años y lamentablemente muchos de sus pronósticos se han convertido realidad.

Entre sus advertencias era que Google nos haría más estúpidos al recurrir a cualquier consulta y hacer nuestras mentes débiles y conformistas en un ambiente superficial con la percepción que ya no debemos de acudir a otras fuentes, no investigar, no indagar ni comparar. Google nos resolvería todo en un instante y desde la comodidad y cercanía de nuestro teléfono. Que nuestro cerebro se podría hacer chicloso o elástico en donde incluiríamos teorías, principios, religiones e ideas en la gran licuadora de conocimientos, seudoconocimientos, mitos y teorías conspiracionistas. 

Avizoraba también que internet tendría un impacto en la capacidad de memoria y concentración en el procesamiento de la información. Hoy a poco más de 2 lustros, esa visión es una realidad contundente. Si algunos antepasados regresaran a nuestro mundo actual se quedarían pasmados al vernos totalmente modificados con un artefacto extra en la mano que cargamos a todas partes y constantemente lo estamos revisando en las calles, parques, casas, oficinas, solos o acompañados, en el baño o en la cocina, en los gimnasios o en la cama. No podrían entender porqué hemos dejado de ver el cielo y el sol, de levantar la mirada al cielo o conversar directamente con las personas, de tener nuestras manos libres y acariciar una cabeza o una mejilla en lugar de no soltar, ni para comer, un aparato electrónico que ya es extensión de nuestro cuerpo.

O si, hipotéticos seres extraterrestres visitaran la tierra pensarían que nuestro cerebro está en un pequeño dispositivo donde revisamos y acumulamos todo. Podrían pensar que la memoria del cerebro ya no radica en la cabeza, sino la hemos trasladado a un aparato externo del cuerpo al que nos mantenemos conectados las 24 horas. Se quedarían maravillados de vernos marchar por las calles como zombis con la mirada fija en un aparato que cargamos en las manos o que vamos caminando, hablando solos, porque no ven una persona a su lado. Tal vez, llegarían a pensar que nuestro cerebro se ha mutado de lugar y que como los robots cargamos las baterías y nos conectamos para poder vivir.   

¿Qué diferencia puede existir en el cerebro humano de hace 10 años al actual?, ¿hemos incrementado nuestra facultad de atención y concentración?, ¿tenemos mayor capacidad de retención y memoria?, ¿aún sabemos los números telefónicos de nuestros amigos y familiares de memoria y de corrido?, ¿sabemos cómo llegar a cualquier dirección solo con las señales básicas?, ¿seguimos activos en las operaciones de multiplicar y dividir?, ¿sabemos los contactos y relaciones que mantienen nuestros hijos a través de los celulares?

Según Carr, ciertamente internet nos ofrece una posibilidad novedosa de proporcionar información, que nunca había existido en otras etapas de la historia humana, pero ha debilitado nuestra capacidad de prestar atención porque pareciera que “alguien” trabaja por nosotros y nos da todo asimilado. Si bien, encontramos mucha información en internet, pero lamentablemente está dirigida con el propósito comercial para adquirir cosas, ideas, objetos y hasta personas. O sea, nos ofrece una información sesgada e interesada, nos quita la atención, selecciona por nosotros y nos da facilidades para comprar, adquirir y pagar. 

Otra de las alarmas de hace más de 10 años era que el ser humano requiere de la reflexión y meditación. Somos seres que tenemos interioridad y alma, que podemos interactuar o conversar con nosotros mismos, que somos seres auto parlantes, platicamos y reflexionamos con nosotros mismos siendo los únicos seres vivos con esa capacidad, sin embargo, internet ha roto ese ciclo, porque nos roba la atención, que es la esencia de su negocio: distraernos, interrumpir y mantenernos solo atentos a sus aplicaciones, mensajerías, fotos, memes, avisos.

El paso de los años ha ido confirmando todo ello. Existen muchos grupos de chat que sus integrantes empiezan apenas amanece y muchos que sufren de insomnio a media madrugada están subiendo mensajes para ver si alguien está despierto o le contesta. Y durante todo el día es una andanada de dimes y diretes, de deseos y reclamos, de preguntas y consejos, de recetas y noticias -falsas, raras, sin fuente, chismes y rumores- pero es un molino constante que no cede a ninguna hora, que no descansa ni da tiempo mientras se toma una café o se baña.

Los estudiosos empezaron a llamar a todo el proceso de internet como “economía de la atención” o “capitalismo de vigilancia” que la finalidad es mantener distraída la atención, evitar que nos concentremos en nosotros mismos, en una nueva moda fácil y cómoda de consumismo, donde falsamente pensamos que nosotros seleccionamos que ver en las redes sociales, aunque la verdad, las redes sociales nos seleccionaron y vigilan.

De alguna manera todos esos efectos se tenían contemplados. Los mismos empleados y creadores de las aplicaciones en las redes sociales que trabajan para las grandes empresas de contenidos y negocios digitales que tiene su sede de laboratorio y trabajo en Silicon Valley, California, son los primeros que evitan que sus hijos usen celulares o dispositivos digitales porque están conscientes del daño al cerebro y la inhabilitación de funciones cognitivas, mientras que nos desvivimos por adquirir el teléfono más sofisticado y moderno para nosotros y hasta para nuestros hijos. El principio de los vendedores de droga aquí aplica: los dealers no consumen.

A la larga, sostenía Nicholas Carr, internet y específicamente Google quebranta nuestra capacidad de pensar en profundidad, de reflexionar e incrementar nuestro coeficiente intelectual. De ahí su expresión de que cuando llegó internet todo el mundo pensó que nos íbamos a volver más inteligentes, pero los indicadores nos dicen más bien lo contrario. 

O el libro titulado La fábrica de cretinos digitales[ii], alerta del uso excesivo de la televisión y los videojuegos, provoca una disminución en el coeficiente intelectual y en una entrevista del autor con la BBC dijo que no hay excusa para lo que les estamos haciendo a nuestros hijos y como estamos poniendo en peligro su futuro y desarrollo. La niñez actual está expuesta a una “orgia digital” fue el término que usó el neurocientífico francés Michel Desmurget. Y dijo que el tiempo que se pasa ante una pantalla por motivos recreativos retrasa la maduración anatómica y funcional del cerebro porque al aumentar el uso de televisión y videojuegos, disminuyen el coeficiente intelectual, el desarrollo y la habilidad del conocimiento. Ha habido una importante disminución en otras actividades como la lectura, música, arte, tareas, actividades físicas y de convivencia familiar dejando el campo abierto al uso y abuso de las redes sociales. 

Estamos viviendo la explosión de las redes sociales con la maravilla y sorpresa que representan, las cuales no dudamos, pero el problema es que debemos concientizarnos sobre los riesgos y consecuencias de una tecnología que cada día nos va rebasando con miras a suplir nuestras funciones. 

 Las redes, en lugar de unirnos nos han polarizado y confrontado de manera peligrosa porque la racionalidad no es la característica que priva en esas plataformas, sino una emocionalidad radical y discriminatoria que elimina a los que no piensan como los que tienen el poder. Descalifican de manera intolerante y agresiva que es otro comportamiento que ha cambiado en los últimos años, porque el cerebro es menos utilizado, padecemos una nueva adicción más obsesiva y compleja, la cual nos resistimos a aceptarlo como toda dependencia.

  Hemos machacado tanto el cerebro, lo hemos despojado de sus facultades y cada día lo ejercitamos menos, cediendo todo a un celular, que podemos estar condenados a terminar con un cerebro débil, flexible y chicloso. 

[i]  CARR, Nicholas, (2011) Superficiales ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes?, ed. Penguin Random House, colección Taurus, México

[ii] DESMURGET, Michel (2020) La fábrica de cretinos digitales. Los peligros de las pantallas para nuestros hijos, ed. Península, Barcelona.

jcontreraso@uach.mx

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