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Opinión

El arte en las calles de Juárez

Manejando a diario por las calles de Ciudad Juárez, nos sorprende ver personas dedicadas a expresar sus destrezas y dones, como los malabaristas que utilizan lo que encuentran a su alcance para realizar sus actos artísticos y obtener a cambio una moneda

Laura Estela Ortiz
Doctora

viernes, 03 febrero 2023 | 06:00

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Manejando a diario por las calles de Ciudad Juárez, nos sorprende ver personas dedicadas a expresar sus destrezas y dones, como los malabaristas que utilizan lo que encuentran a su alcance para realizar sus actos artísticos y obtener a cambio una moneda, un poco de alimento que nos ha sobrado de nuestro desayuno, o la indiferencia de otros que no desean participar de sus actos artísticos, y que ni siquiera invierten unos segundos de su tiempo para apreciar su actividad, porque es más importante contestar un mensaje del teléfono o escuchar música en los  audífonos esos tan modernos que existen ahora.

Estas personas que encontramos a diario, aprovechan instantes de quietud frente a un semáforo, ese detenerse obligado en medio del torbellino de idas y de vueltas cotidiano que se convierte en una oportunidad para demostrarnos sus habilidades y su cansado y largo tiempo de entrenamiento hasta lograr el equilibrio de pasar en serie, de una mano a otra, pelotas, pinos de plástico, aros de madera y hasta naranjas o limones en su rutina. 

El arte urbano se ha incrementado en los últimos tiempos en nuestra ciudad. Algunos pueden ser vistos como consecuencia de la crisis económica y social y el desplazamiento de personas migrantes, pero hay quienes hacen esto no solo como   un recurso para sobrevivir, sino como un modo de vida, una forma de esparcir un poco de alegría a los que andamos transitando de un lugar a otro, algunas veces también tratando de difundir lo que saben hacer a pesar de los riesgos. No hay horario ni limite de espacio, podemos verlos en las calles del Centro, en los puentes internacionales, en los grandes y pequeños parques, en el ir y venir del tráfico y el ruido cotidiano. A veces nos es tan común, que los pasamos por desapercibidos dentro de nuestra prisa y nuestra cómoda manera de vivir, y se convierten en invisibles, debemos de seguir nuestro camino, nuestra rutina, y el mundo sigue rodando. 

Tocan diferentes instrumentos. Vienen de lugares lejanos acompañados de su pequeña familia tocando un acordeón o un saxofón “hechizo” y desafinado, pero la música les sale del alma. Y los hay también de conservatorio, como uno que escuchamos en la avenida de López Mateos y podemos por unos minutos, suspirar y soñar despiertos al escuchar sus afinadas notas de Jazz. 

Algunos artistas de la calle son estudiantes universitarios foráneos o locales, sopranos o tenores, músicos, que deben pagar colegiaturas y libros, con su estuche de violín o de guitarra abiertos en el piso, esperan la cooperación de los que caminan cerca de ellos. Están también los migrantes que ofrecen sus productos elaborados artesanalmente con chaquiras, madera, piedras, cuarzos, bordados, tejidos y exponen su mercancía en lienzos en el piso de asfalto de las calles de la ciudad, queriendo con esto, ganar algo para subsistir y sacar a su familia adelante. 

Nuestra ciudad es un lugar noble, que se convierte para muchos en el final del arcoíris a pesar de todo. 

Aquí encontramos diversos trucos, diversas suertes, destrezas, diversos personajes reales y de ficción, súper héroes y botargas de peluche en medio de un calor que puede llegar a ser  asfixiante, pero que a cambio de una fotografía con sus vestuarios y disfraces, pueden obtener la comida del día. 

Hace poco, en el semáforo de la calle Plutarco Elías Calles hacia la “equis” un joven de piel clara lanzaba fuego de lado en que los carros estaban detenidos. El joven tenía en la mano izquierda una antorcha y en la mano derecha una botella de plástico de la que tomaba un líquido que lanzaba y se convertía en llamas, luego se limpiaba la boca con un trapo gris. Después de ejecutar su acto cuatro veces, el muchacho camino entre los autos estirando la mano. El semáforo se puso en verde y en ese trayecto la memoria me trasladó al hospital general donde muchas veces recibimos en el servicio de urgencias a estos jóvenes con una inflamación de laringe, faringe y pulmones destruidos, quemaduras en la boca, al fin… artistas de la calle. 

Cabe recordar que en estas actividades no importa sexo, raza, edad, religión ni nada parecido.

Impresionante quienes impregnan su cuerpo de pintura metálica semejando una estatua de bronce, oro o plata desde las pestañas a los pies, permanecen inmóviles en una sola posición, a veces imperceptible su respiración y su pestañeo hasta que logra caer una moneda en la caja o el sombrero que tienen preparados para recibirlas, después los encontramos con neumonías por inhalación, lesiones en la piel por la toxicidad  y la irritación  de las sustancias químicas utilizadas en la producción de su “uniforme” de trabajo. Verdaderos artistas que llevan el riesgo en la piel literalmente. 

Vestirse y maquillarse de payaso para hacer movimientos graciosos mientras cambia la luz de rojo a verde, es también un arte cotidiano, sencillo y común que muchos intercambian por monedas. 

No podemos dejar fuera el grafiti, que es toda una manifestación artística que se expresa en la calle, que se considera ilegal, pero que en la emblemática avenida Juárez, en el tan subestimado Centro Histórico, y en las colonias alejadas y abandonadas socialmente, llena de representativos murales, expresiones verbales y panorámicos dibujos a una ciudad que grita una importante opinión social de sus ciudadanos, sorprende a los espectadores y tal como lo hacen las estatuas humanas, las botargas, los músicos, los malabaristas, los mimos, los lanza fuegos, los migrantes: critican a la sociedad con ironía e invitan a la lucha social, a la crítica o simplemente a la reflexión. 

Bien por esa gente que vive en las calles, por los que gritan por nosotros, por quienes se atreven a expresarse, por los que luchan por una comida un día a la vez.  

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