Opinión

El amparo de Sansón

La figura del prefecto es emblemática en una institución educativa

Jesús Antonio Camarillo
Académico

sábado, 11 mayo 2019 | 06:00

La figura del prefecto es emblemática en una institución educativa. En las secundarias y preparatorias se suele erigir en algo así como la representación del orden y en un guardián aséptico de los “valores y buenas costumbres” consagrados en los reglamentos internos de las escuelas. Todos recordamos, en algún momento de nuestra vida, algún evento con esta célebre figura del trayecto cotidiano de los centros educativos. Quizá el más recurrente es recordarlo como el protector del “natural oscuro”, ese tipo de corte de pelo para caballero, considerado un clásico dentro de los clásicos y que, daba la impresión, era un estilo con que el hombre estudiante de nivel medio estaba ligado ineludiblemente.

Hasta la fecha, los guardianes del “natural oscuro” se apostan en las puertas de las escuelas para prohibir el acceso a quienes se excedan, aunque sea unos milímetros, de los límites impuestos por dicha modalidad estilística. Las autoridades escolares suelen aducir que es parte de una disciplina, defienden la idea de que es una porción de la “formación en valores” y  que se fundamenta en sus reglamentos internos. En realidad se trata de puras falacias históricamente repetidas en el lenguaje de los encargados del “orden escolar”.

El reciente amparo concedido a un joven estudiante de una secundaria de  Parral alcanzó ya resonancia nacional. Su padre, inconforme porque al muchacho le negaban la entrada al plantel porque no cumplía con los requerimientos mínimos del “natural oscuro”, recurrió a los tribunales y el juez federal que conoció del juicio fue muy puntual en señalar que la medida autoritaria es discriminatoria, conculca elementos básicos que vulneran el interés superior del menor al impedirle el acceso a un derecho fundamental como es la educación; obstruye además el libre desarrollo de la personalidad pues no le permite elegir su propio plan de vida y las autoridades educativas no justificaron en ningún momento la relación que habría entre un corte de cabello y el impacto eventual que éste tendría con el proceso de enseñanza aprendizaje.

Lo que se observa en el juicio constitucional es la confrontación de dos esquemas que se repelen mutuamente. Uno prácticamente medieval que sigue viendo a la educación como un proceso escrupulosamente vertical, impositivo y monolítico, en el que los valores llegan a identificarse con aspectos meramente externos al sujeto como su vestimenta, maquillaje, pulcritud o si simplemente se observa greñudo o no y otro que adscribe sentido al complejo mundo de la formación y educación de una persona en términos de derechos y respeto a la dignidad humana.

Decenas de generaciones de estudiantes mexicanos que preceden a la del joven de Hidalgo del Parral se han quedado afuera de los planteles por cuestiones de mero ornato, ante los ojos impositivos de los guardianes del “orden y las buenas costumbres” de las escuelas. Se trata de un entorno, no con matices sino con médula medieval. Ni los valores ni el conocimiento están en el cabello de los muchachos, tampoco en el maquillaje o en el tamaño de las faldas de las alumnas. La educación con valores se consigue de otras formas, jamás imponiendo o restringiendo planes de vida que en nada vulneran a terceros y que incluyen los elementos estéticos o antiestéticos que al sujeto le plazcan. 

En ese sentido, los reglamentos internos de todas las instituciones educativas tienen que ser revisados. Son reglamentos de manufactura obsoleta, confeccionados la gran mayoría de ellos con la mano muerta del pasado. Un pasado que se regodeaba dándole tablazos a los niños porque  no se sabían la lección o pegándoles porque osaban traer las uñas llenas de tierra. O que, como es el caso, parecen elevar un corte de pelo a la categoría de elemento epistémico fuerte.  Esos reglamentos contienen infinidad de directrices anticonstitucionales y se inspiraron  en perspectivas que hoy ameritan revisarse y, en su caso, revocarse. Hoy, afortunadamente, Sansón entra al recinto.

       

   

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