Opinión

¿Dónde estamos?

Una enseñanza digna de tomarse en cuenta, que proporcionan las tragedias, sean guerras civiles ...

Ángel Verdugo
Analista

viernes, 10 abril 2020 | 06:00

Ciudad de México.— Una enseñanza digna de tomarse en cuenta, que proporcionan las tragedias, sean guerras civiles o invasiones de fuerzas militares; o terremotos, huracanes, inundaciones o pandemias como el caso actual, es la que nos habla del comportamiento de los habitantes de esos países.

Aquellas, cobran un precio muy alto a los grandes sectores de la sociedad que son los primeros afectados; más aún cuando en ese país, los niveles de desarrollo y calidad de vida son bajos o muy bajos, aunados a una altísima informalidad laboral.

Lo primero que se registra como consecuencia de aquellas, es la parálisis del aparato productivo; con ella, de manera inmediata cae el empleo y por ende, los ingresos de millones que viven al día. Al mismo tiempo, particularmente en países como el nuestro (donde campea la ilegalidad que permite, cuando no estimula, que la delincuencia opere en la mayor de las impunidades), los más desprotegidos por su nivel económico, son presa fácil e inmediata de la delincuencia.

Los primeros efectos de esas tragedias o desgracias son el miedo —cuando no pánico— de los sectores más débiles ante lo incierto de su futuro inmediato, y el de los suyos. Durante los primeros días, el miedo aumenta hasta convertirse en pánico y pasar, de manera casi inadvertida, a la desesperación.

Es en esta etapa donde, el papel del Estado es fundamental; no únicamente en lo relacionado con los apoyos en materia de salud y rescate de quienes sufren los efectos de la tragedia, sino en lo que tiene que ver con los apoyos suficientes y oportunos de alimentos y lo básico, el ingreso que vendría a paliar la pérdida del empleo y su ingreso estable. También, materiales de higiene y los servicios médicos de prevención y curación.

En caso de la falta de estos junto con el desorden producto de un Estado ineficiente debido, entre otras causas, a responsables de las tareas de rescate y apoyo de la población caracterizados por su incapacidad cuando no por su evidente corrupción, la desesperación desemboca en los primeros signos de violencia traducida ésta en rapiña, saqueo y destrucción de propiedad privada y pública, particularmente de establecimientos comerciales que venden víveres y alimentos. 

El ciclo y sus etapas señaladas arriba, son evidentes para todo observador imparcial; si la burocracia está paralizada, y el gobernante y sus funcionarios más preocupados por el maquillaje de la situación, más temprano que tarde el miedo pasa a la desesperación, y de ahí a la violencia irracional y la rapiña.

¿Qué hacer ante esta última etapa? ¿Lanzar a las fuerzas del orden —con el apoyo de las Fuerzas Armadas— en contra de miles de desesperados y hambrientos? Una vez que la situación alcanza este punto, más por la incapacidad que por otra cosa, es difícil detener a quienes ven en la rapiña, sí no la solución de sus problemas consecuencia de la tragedia, sí la única salida frente a ellos.

Hoy, ante el pobre desempeño de este gobierno y gobernante y sus funcionarios, ¿dónde estamos? ¿En el miedo y el pánico en tránsito a la desesperación, o cerca ya de la violencia y la rapiña?

 

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