Diario
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Opinión
martes, 22 junio 2021 | 06:00
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En la mayoría de las campañas electorales, hemos escuchado una serie de promesas que difícilmente se cumplen. Una de ellas y que considero de suma trascendencia, es la relativa a la dignificación de los policías, pero, ¿sabrán los políticos en que consiste?
Con frecuencia se habla del derecho a la dignidad humana, que contempla el artículo 1º de la CPEUM, consistente en ese valor intrínseco, inherente a todo ser humano, por el simple hecho de existir; por lo que, es aplicable a los policías; sin embargo, he sido testigo de cómo en nuestra comunidad, el trato hacía los guardianes del orden público, es totalmente de afrenta por parte de la población y miserable o mezquino por algunos mandos de las corporaciones policiales.
Decía Max Weber “el estado es cualquier comunidad humana que reclama con éxito el monopolio del uso de la fuerza”; así, el policía debe ser un personaje digno de ejercer el cargo que se le confiere, aunado a que su semblanza debe reflejar la autoridad que amerita. En tal virtud, para lograr dignificar a todos aquellos que forman parte de una Institución policial, es necesario barrer las escaleras, -como se debe- de arriba hacia abajo, analizando el trato que recibe cada uno de los policías, primero, por parte de quienes tienen algún cargo, grado o mando, dentro de la corporación, pues no se puede dignificar una Institución, si dentro de la misma se ejercen actos contrarios a tan deseada pretensión.
Para su logro, refiere María José Bernal, que se debe atender al fortalecimiento de las instituciones y los programas preventivos, profesionalizando a los policías y encaminándolos hacia una cultura que tenga como fin la solución de los conflictos y no la función represiva que ha enmarcado la actividad policial durante mucho tiempo y que es la que origina el denigrante trato que reciben estos héroes urbanos.
No obstante, debemos comprender que, al vivir en una ciudad con una población de más de 1’500,000.00 habitantes, la presencia policial se vuelve necesaria en las calles, y en realidad, las corporaciones no cuentan con la cantidad de personal indispensable para cubrir de manera eficaz las actividades propias de la policía; por ende, la profesionalización policial, deja de ser prioridad, aunado a que los horarios de labores y el estrés, se vuelven exhaustivos y agobiantes para dichos agentes.
Además, la sociedad civil ha dejado de respetar a la autoridad, tan es así que muestra gran rechazo hacía las actividades de las corporaciones policiales, de manera que esa particularidad o esencia que define al policía y que caracteriza el respeto hacia sí mismo y sus iguales se pierde y crea una especie de barrera que impide la objetividad en la realización de su función policial.
No basta entonces, con promesas en los aumentos de salario -que bastante ayudaría-, tampoco se trata de buscar acceso a buenos créditos para los policías, ni siquiera de idear nuevas políticas que permitan un mejor desarrollo policial; por el contrario, se vuelve indispensable, el trato humano y solidario de toda la corporación, la mejora en sus condiciones laborales, el reconocimiento a su desempeño para la institución y, en especial, para la sociedad, crear un liderazgo que permita generar confianza entre la tropa y sus mandos y que, con el paso del tiempo, se logre conformar un equipo unificado y de camaradería que realmente represente a la Institución policial.
En días pasados, se reconoció la labor de algunos policías, lo que resulta plausible y loable, pues irónicamente, cuando el policía se la pasa cuidando a otras familias para que no les falte nada, en su hogar, falta él. Esperamos que estos incentivos sigan replicándose y que pronto se logre esa dignificación que merecen nuestros agentes policiacos, quienes algún día podrán explicar a sus pequeños hijos por qué vale la pena arriesgar la vida por los demás.
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