Opinión

De política y cosas peores | Tengo a orgullo no ser orgulloso

Ya conocemos a doña Frigidia

Armando Fuentes
Escritor

viernes, 13 diciembre 2019 | 06:00

Ciudad de México.— Ya conocemos a doña Frigidia. Es la mujer más fría del planeta. Con su esposo don Frustracio fue a la consulta de un psicólogo. Ante el facultativo se quejó el señor: “A mi esposa no le gusta el sexo”. “¡Claro que me gusta! -protestó doña Frigidia-. ¡Pero este maniático sexual me lo pide tres y hasta cuatro veces en el año!”. Madeira es una isla portuguesa famosa por sus vinos. Goza clima tan bonancible que cuando a sus habitantes se les habla del invierno preguntan desconcertados: “¿Qué es eso?”. Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad pero de cultura módica, conoció a un caballero originario de ese bello lugar. Le dijo él: “Soy de Madeira”. “¡Mira! -exclamó doña Panoplia-. ¡Como Pinocho!”. Tengo a orgullo no ser orgulloso. Eso me enorgullece mucho. Al definir la palabra “orgullo” doña Academia dice que esa forma de arrogancia se puede disculpar cuando nace de causas nobles y virtuosas. Tal excepción me favorece, pues siento orgullo por ser coahuilense, y de Saltillo. Ciertamente no estoy solo en mi ufanía. El nacido en Guadalajara se precia de ser jalisciense y tapatío. El que vio la luz primera en el Puerto de Veracruz está orgulloso de ser veracruzano y jarocho. Quien vino al mundo en Mexicali se jacta con razón de ser bajacaliforniano y cachanilla. Decía un antiguo dicho: “Cada viejito alaba su bordoncito”. En igual forma todos amamos a nuestro terruño, al lugar donde tenemos enterrado el ombligo, según otro decir. No suelo asistir a los informes gubernamentales. Me abstengo de eso por instinto de conservación, y también porque si voy me lo reclaman después mis cachas, forma educada de nombrar la parte con que uno se sienta, y que si la sentada es larga se resiente. En los primeros días de diciembre, sin embargo, asistí a dos informes: el de Miguel Riquelme, gobernador de Coahuila, y el de Manolo Jiménez, alcalde de Saltillo. Pude percatarme entonces del buen entendimiento que hay entre ambos funcionarios, lo cual ha redundado en bien para el Estado y para el Municipio. Riquelme ha realizado una empeñosa y eficaz labor reconocida por tirios y troyanos. Ha hecho de la palabra “Unión” uno de los lemas de su gobierno, y ciertamente de la unión suelen derivar más frutos que de las divisiones y las pugnas. Por su parte Manolo Jiménez Salinas ha podido llevar a cabo una apreciable obra gracias al apoyo del Gobierno estatal, lo cual ha hecho que Saltillo sea una de las ciudades más seguras de la República y una de las tres, según encuestas oficiales, donde a la gente le gusta más vivir. Mi orgullo, entonces, me lo dan los actuales buenos gobiernos del estado y la ciudad y la buena gente de Coahuila y de Saltillo, gente pacífica, ordenada y laboriosa. Los críticos -muchas veces criticones- estamos prestos siempre a señalar lo malo. Contrariamente no solemos reconocer lo positivo. Me agrada, entonces, poder escribir acerca de lo bueno que pasa en mi solar. Hay algo que se llama “sangre fría”. Es la rara cualidad consistente en no perder la calma ni aun en los momentos de mayor peligro. Sangre fría tuvo Pitorrango, el novio de Glafira, la hija de don Poseidón. Le estaba haciendo el amor a la muchacha en el pajar cuando sintió en salva sea la parte el frior de algo metálico. Digámosle qué era, pues en este momento él está muy ocupado y no puede voltear. Era la escopeta de dos cañones de don Poseidón. La amartilló el viejo y la dijo al entretenido galán: “No se apresure, joven. Aquí voy a esperar hasta que me diga el mes y el día en que se va a casar usted con mi hija”. Y aquí viene lo de la sangre fría. Preguntó con toda calma Pitorrango: “¿Puedo yo escoger el año?”. FIN.     

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