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Opinión

De política y cosas peores | Moscas

En el barrio de don Quico estaba la zona alegre, situada por extraña paradoja en un lugar conocido como El Triste

Armando Fuentes
Escritor

lunes, 17 enero 2022 | 06:00

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Ciudad de México– Todo en el mundo tiene algún propósito, hasta las moscas. Si esa declaración es válida, debo entonces recordar a don Quico Dávila Valdés. Pacífico se llamaba, no Francisco. Juez pedáneo en mi ciudad, Saltillo, su jurisdicción era pequeña, como si midiera sólo un pie, por eso tales jueces recibían el nombre de pedáneos. No eran letrados, como los de letras. Eran ciudadanos comunes y corrientes a quienes el cabildo designaba por su prudencia, su conocimiento de la naturaleza humana, o porque habían ayudado al partido a ganar la pasada elección. Juzgaban únicamente los pequeños pleitos de vecinos. De vecinas, sobre todo. Que la del otro lado me dijo vieja mula, y eso que he parido nueve hijos. Que el de enfrente piropea a mi mujer cuando sale a regar y barrer la acera en la mañana. Cosas de ésas. Casos de ésos. En el barrio de don Quico estaba la zona alegre, situada por extraña paradoja en un lugar conocido como El Triste. Ahí había un congal, burdel, manfla, ramería o lupanar llamado El Columpio del Amor. Una noche, dos tipos se liaron a trompadas en ese establecimiento. Intervino el municipio –así se le decía al gendarme de guardia–, que llamó a la julia, vehículo para el traslado de reos, nombrada así quizá porque su sirena hacía: “Juuuuu”, y en ella llevaron a los dos rijosos individuos a la presencia de don Quico por EE, ebrios y escandalosos. Clave policiaca era ésa. RR significaba ratero reconocido; VM quería decir vago y malviviente, y así. Don Pacífico les preguntó la causa del pleito. “Señor juez –empezó uno–. Estaba yo en la barra de la cantina tomándome una cerveza sin meterme con nadie cuando llegó esta persona, a quien ni siquiera conozco, y me invitó a bailar. Señor juez: yo no soy maricón, y eso me dio mucho coraje. Le tiré un chingadazo, él me dio dos, y se hizo la pelea”. Don Quico le preguntó al otro si tenía algo que alegar en su defensa. “El señor tiene razón –confesó humildemente el indiciado–. Llegué temprano al Columpio, cuando aún no había muchachas. Me tomé algunas copas, y de pronto la radiola empezó a tocar ‘Amor perdido’. Nunca puedo dejar de bailar ‘Amor perdido’ en un congal. La única posible pareja que estaba ahí era el señor. Se me hizo fácil ir a sacarlo, y lo demás ya lo dijo él”. “Muy bien –habló don Pacífico–. Usted pagará una multa de 2 pesos. Y usted –dirigiéndose a la posible pareja– una de 5”. “¡Oiga, señor juez! –protestó vehementemente el hombre–. Él es el ofensor, según él mismo dijo, y yo soy el ofendido. ¿Por qué a mí me pone una multa mayor?”. Sentenció don Quico: “A él le cobro una multa de 2 pesos por provocador e insultativo. Y a usted una de 5 porque a los congales, señor mío, además de ir a coger se va a bailar”. Este veraz relato muestra con claridad palmaria que todo en el mundo tiene algún propósito. Me pregunto, sin embargo, cuál es el de la consulta sobre la revocación de mandato dispuesta por López Obrador. Latosa y muy costosa, además de completamente inútil, será la tal consulta. De sobra sabe AMLO que tiene un amplio margen de aceptación popular. Nadie está pidiendo formalmente que deje la presidencia. O busca entonces instaurar un ejercicio –anticonstitucional, por cierto, y peligroso para la estabilidad del país– a fin de que se aplique después a otros presidentes en la misma forma que a él, o más que tratarse esto de un ensayo de revocación de mandato, se trata de uno de prolongación de mandato. Sea lo que fuere, se antoja tremendo despropósito, en un país que se debate en la pobreza, gastar miles de millones de pesos en algo que tiene todos los visos de que servirá sólo para halagar el ego y fortalecer la dominación de quien ya se siente dueño del Palacio Nacional... FIN.

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