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Opinión

De política y cosas peores | Mía o de nadie

A los 50 años de casados la esposa le pidió el divorcio a su marido

Armando Fuentes
Escritor

martes, 28 marzo 2023 | 06:00

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Ciudad de México.– A los 50 años de casados la esposa le pidió el divorcio a su marido. “Pero, Clotalda –se afligió el señor–. Al pie del altar juraste que nuestra unión habría de durar hasta que la muerte nos separe”. “Es cierto –reconoció la mujer–. Pero no pensé que ibas a vivir tanto”. (A otro marido le dijo con enojo el oficial del Registro Civil: “Ya no ande viniendo, señor. Por última vez le repito que su acta de matrimonio no tiene fecha de caducidad”). Un individuo acudió a la consulta de cierto conocido médico. El hombre caminaba penosamente, doblado sobre sí mismo, sin poder enderezarse. Después de un breve examen el facultativo empezó a interrogarlo: “Hace un rato estaba usted en trance de erotismo con una amiga suya ¿no es verdad?”. “Así es, doctor” –confesó el hombre, admirado por lo atinado de la pregunta. Continuó el galeno: “Esa mujer es casada, ¿no es cierto?”. “Es cierto” –confirmó el paciente, a quien asombró la perspicacia del médico. Prosiguió éste: “En lo más álgido de las acciones se oyó llegar al marido de la dama. ¿Estoy en lo correcto?”. “En lo correcto está” –declaró el visitante, que en el médico vio a un segundo Sherlock Holmes. Dictaminó entonces el facultativo: “No tiene usted nada. Si no se puede enderezar es sólo porque al vestirse con la prisa con que lo hizo se abroché un botón del pantalón en un ojal de la camisa”. De labios de un viejo revolucionario oí un relato que si no es cierto merecería serlo. El 26 de marzo de 1913 se firmó el Plan de Guadalupe, por el cual don Venustiano Carranza desconoció al gobierno espurio de Victoriano Huerta e inició su movimiento constitucionalista. El histórico suceso tuvo lugar en la hacienda de ese nombre, Guadalupe, propiedad de don Marcelino Garza, patriarca de una apreciada familia que mucho bien ha hecho a Coahuila y a mi ciudad, Saltillo. Aquel veterano me contó que en una mesa rústica –la cual, por cierto, aún se conserva– Carranza puso su firma en el documento, y seguidamente invitó a que lo firmaran también quienes lo acompañaban en la cabalgata que emprendió tras declarar su rebeldía contra el usurpador. Entre los que iban a firmar estaba un capitán. Alguien, sin embargo, le musitó unas palabras al oído a don Venustiano, y éste evitó que el militar estampara su firma. Y es que el tal capitán, me dijo el viejo mílite, era Hipólito, al parecer de apellido Valdez, el hombre que mató a Rosita Alvírez. El famoso corrido saltillero narra el trágico acontecimiento. Desairado por la bella joven, que se niega a bailar con él, Hipólito le da muerte a balazos. Los versos de la canción contienen una cruel apostilla irónica: “El día que la mataron / Rosita andaba de suerte: / de tres tiros que le dieron / nomás uno era de muerte”. Pienso que el primer disparo fue por ira, el segundo por despecho y el tercero –el mortal– por celos. “Mía o de nadie” debe haber dicho el asesino en los términos de la consagrada fórmula. Lo mismo parece estar diciendo López Obrador en relación con el Instituto Nacional Electoral. Con empecinada tozudez no ceja en su propósito de apoderarse del organismo a como dé lugar. Fallidos sus dos primero planes, el A y el B, ahora perpetra otro, consistente en enquistar en el INE a personas incondicionales suyas, para tener así el control de una institución cuyo espíritu es el de ser de ciudadanos libres, y que en manos del caudillo de la 4T se convertiría en un instrumento al servicio de su voluntad de poder; en un apéndice del Estado, como lo fue en los peores tiempos de la dominación priista, la nefasta época de Bartlett. Plan A, Plan B, y ahora Plan C. ¿El tercer tiro será el de muerte?... FIN.

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