Opinión

De política y cosas peores | La herida del 1968 en México

Antes no se les llamaba conservadores: se les decía léperos, barbajanes o hijos de la chingada

Armando Fuentes
Escritor

lunes, 07 octubre 2019 | 06:00

Ciudad de México— “¡Papacito! ¡Negro santo! ¡Cochototas!”. Esas palabras provenientes de la alcoba escuchó el doctor Duerf, analista, cuando llegó a su casa en hora desusada. Abrió la puerta de la recámara y ¿qué vio? A su esposa, en erótico trance pasional con el vecino del 14. Preguntó lleno de iracundia: “¿Qué significa esto?”. Replicó la mujer: “A ti te corresponde explicarlo. Tú eres el psiquiatra”. (No tomó en cuenta la señora que el doctor Duerf no llevaba consigo su diván). El charro Charrete salió a cabalgar con la linda señorita Dulciflor, a quien daba clases de equitación. De pronto el caballo que montaba la muchacha dejó salir un sonoroso cuesco, ventosidad o flato tan fuerte que abrió un profundo bache en el camino. Dulciflor dijo, confusa: “¡Perdón!”. “¡Mire! -se soprendió el charro Charrete-. ¡Yo creí que había sido el caballo!”... Decía un dicho antiguo: “Viejo que con moza yace, requiescat in pace“. Y otro: “Casamiento a edad madura, cornamenta o sepultura”. A las mujeres jóvenes se les advertía: “No te cases con viejo por la moneda. / La moneda se gasta y el viejo queda”. Desatendió esa admonición Avidia, joven y ambiciosa fémina, y le aventó los calzones a don Añilio. Así se dice cuando una mujer se le insinúa abiertamente a un hombre. Dicho señor llevaba sobre sí muchos calendarios, pues se acercaba a los 80. “Agradezco tu interés en mi persona, linda -le dijo a la resbalosa-, pero no puedo tener trato de carnalidad contigo”. “¿Por qué?” -quiso saber Avidia. Contestó el provecto señor: “Me lo impide la constitución”. Preguntó ella: “¿La Constitución General de la República?”. “No -precisó don Añilio-. La  constitución física. Ya no me responde”. La verdad es que en México siempre ha habido anarcos. Claro, antes no se les llamaba conservadores: se les decía léperos, barbajanes o hijos de la chingada. Eran sujetos de la más baja estofa, viciosos y haraganes, que en determinadas fechas se entregaban al desorden y a causar daños en propiedad ajena sin que los reprimiera nadie. El 15 de septiembre de cada año, por ejemplo, las tiendas de españoles cerraban sus puertas y protegían sus escaparates, pues al grito de “¡Viva México y mueran los gachupines!” una turba de ebrios y mariguanos causaba destrozos en esos establecimientos para cobrar venganza -así decían- por lo que Hernán Cortés le hizo a Cuauhtémoc. En nuestro tiempo la herida del 68 convoca la memoria de los mártires del 2 de octubre, pero esa recordación sirve de pretexto a grupos violentos para cometer toda suerte de desmanes. No es prudente ni legítima la invitación hecha a los ciudadanos de formar “cordones para la paz” que aíslen a los vándalos y eviten o frenen sus desmanes. Eso puede dar lugar a enfrentamientos. A los civiles no se les debe encomendar una tarea que corresponde a la autoridad, obligada a emplear su fuerza legítima para impedir la comisión de actos delincuenciales. El problema es que existe una especie de “síndrome del 2 de octubre” por el cual algunos funcionarios llaman represión a lo que es aplicación de la ley. Eso da lugar a que los hombres -y las mujeres- de esas bandas incurran en toda suerte de desmanes y tropelías en la seguridad de que no se les castigará. Ya se ve que quienes juraron solemnemente cumplir y hacer cumplir las leyes no están haciendo ni una cosa ni la otra... Lisa y Sally eran hermanas gemelas. Lisa contrajo matrimonio, y Sally la ayudó a preparar su maleta para el viaje nupcial. Le dijo Lisa: "No sé por qué me están temblando las piernas". "Es natural -apuntó Sally-. Recuerda cómo temblamos tú y yo cuando nos iban a separar". FIN.

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