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Opinión

De política y cosas peores | Amor de un día; luto de una hora

En las Tullerías, centro principal de la corte de Napoleón III, emperador de Francia, se decían muchas cosas acerca de Madame Bazaine

Armando Fuentes
Escritor

lunes, 08 agosto 2022 | 06:00

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Ciudad de México— En las Tullerías, centro principal de la corte de Napoleón III, emperador de Francia, se decían muchas cosas acerca de Madame Bazaine. En los términos de las murmuraciones, el general, su esposo, tenía adornada la cabeza, y no precisamente por una corona real.

Cuando Napoleón envió a México a Bazaine, el chismorreo acerca de la generala subió de tono. Hasta los periódicos gacetilleros solían publicar sueltos muy picantes en los que se insinuaba que la señora Bazaine no era precisamente un modelo de lo que el Código de Napoleón describía como “mujer casta y honesta”.

El 19 de diciembre de 1863, en el curso de la campaña en que trató de aniquilar a don Manuel Doblado, Bazaine acampó con sus hombres en el camino que conducía a Aguascalientes. Rendido por toda una jornada de fatigosa cabalgata apenas dio las buenas noches a sus jefes y oficiales. Se retiró a su tienda y cayó pesadamente en su catre, donde se quedó dormido al punto.

A eso de la medianoche llegó un jinete con cuatro cartas. Una era del emperador de los franceses, otra de Eugenia de Montijo, su esposa, y las otras dos de amigos muy cercanos que Bazaine tenía en París. El mensajero que llevaba los pliegos dijo al oficial de guardia que había llegado a México la noticia de la muerte de la esposa del general Bazaine. Aquellas cartas eran de seguro mensajes de condolencia.

Bazaine oyó llegar al jinete y pidió las cartas. Al leerlas se desplomó, llorando inconsolable. Todo el siguiente día permaneció en su tienda de campaña, sin querer hablar con nadie, ni siquiera con un sobrino muy querido que lo acompañaba como su asistente. A medianoche Bazaine ordenó continuar la marcha. Entre las sombras nocturnas iba la columna como una fila de fantasmas.

–Keratry –dijo Bazaine a uno de sus oficiales que cabalgaba junto a él–. Mi vida se acabó. ¡Qué desdichado soy! Toda mi ambición era para mi adorada muerta.

El oficial trató de consolarlo.

–Es inútil –le respondió Bazaine–. Tan pronto termine esta campaña me haréis favor de salir hacia París. Veréis de mi parte a Su Majestad el emperador y le diréis que si está contento con mis servicios me haga el favor de enviarme al frente de guerra. El conflicto con Prusia no tardará en estallar. Arreglaré mis negocios, haré mi testamento, y luego iré a la guerra para hacerme matar por el enemigo.

Keratry se conmovió tanto al oír aquellas doloridas palabras del viudo que no pudo contener una lágrima. En efecto, tan pronto regresó la legión francesa a México el conde Keratry partió a Veracruz y ahí se embarcó con rumbo a Francia. Al llegar a París pidió ser recibido por el emperador, como enviado especial del general Bazaine. Napoleón lo invitó a comer al día siguiente. En el curso de la comida Keratry le transmitió la solicitud de Bazaine.

–Decidle de mi parte –respondió el emperador– que México le conviene para olvidar su gran dolor. Anunciadle que pronto recibirá el bastón de mariscal de campo.

Cuando Keratry volvió a México ya estaba Bazaine, el inconsolable viudo, preparando su boda con Pepita Peña. ¡Ah, hombres! FIN.

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