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Opinión

De hospitales o cosas peores

El sistema social en el que vivimos condiciona nuestra salud de manera integral y fundamental, hace mucho tiempo que la evidencia señala que es necesario abandonar modelos donde el lucro con la enfermedad siga siendo posible

Laura Estela Ortiz Martínez
Doctora

viernes, 26 noviembre 2021 | 06:00

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Si me permiten, yo diría que el inicio de un día, el tránsito de la oscuridad a la penumbra (esa zona poética donde nuestra alma siente que la noche ha sido vencida, pero la luz es aún incierta, tímida, insegura y frágil, llena de una sutil neblina que pareciera un grupo de ángeles en retirada) y de ahí a la claridad franca que regala el sol, solo puede percibirse con toda su hondura, significación y belleza en un hospital. Una luz limpia da a todos los cuartos un nimbo de claridad sobrenatural que algunos quisiéramos agradecer de rodillas. ¡Señor, gracias por el nuevo día! Y es que esas mudas estancias blancas, su íntimo movimiento o quietud, son al mismo tiempo estación de viacrucis y relámpago de vida. Aquí los poderes infinitos operan su místico semáforo. SIGA ud. viviendo. OALTO: ha llegado la hora de trascender. (Mar: llegaste hasta la orilla que Dios te señaló).

Es viejo el hospital y triste, con esa tristeza melancólica y polvorienta de lo que ha venido a menos. Se alza un gran pórtico alto, todo de ese yeso blanco de los que se hicieron algunos edificios humildes de esta ciudad. Cierto es que el personal de hospitales y las instituciones de salud centran a veces sus esfuerzos para elevar la calidad en la atención y seguridad de los enfermos, pero a veces no se sabe si existen hospitales enfermos o pacientes enfermos. 

Los pacientes están quietecitos en sus camas, y los que pueden andar prefieren sentarse en algún umbral, embozados en una bata descolorida, pálidos, aniquilados por el dolor, por el olvido y por el ayuno. Su condición física complicada por sus enfermedades los vuelve frágiles, vulnerables y ávidos de una atención especial por parte del equipo de salud. 

La condición de estar enfermo, y más aún de estar hospitalizado, en general, es una agravante e intensifica sentimientos que pueden ser negativos, pues aflora más la sensación de impotencia, de carencia, de control sobre uno mismo. O positivos: la inactividad forzada por horas, días, semanas, meses. Inacabable paréntesis que prefigura la eternidad, puede inducir a un replanteamiento de los proyectos de vida, la formulación de una posible existencia futura más sana, más consciente, más amorosa. La misma cercanía de la muerte, el drama que circunda al enfermo con sus vecinos dolientes, alguno que murió durante el día o la noche, muchas veces es punto de inicio de una nueva visión religiosa o filosófica que le acompañará por siempre. Y el autodiálogo “¿te acuerdas, querido, de esas semanitas pasadas en cama? No querrás repetir el episodio, ¿verdad?, compórtate, corrígete, sálvate, redímete”. 

La vulnerabilidad no es única ni inherente de los enfermos, el personal de salud, médicos, enfermeras estamos también involucrados en estas sensaciones inciertas,desagradables y de temor, tenemos la responsabilidad de actuar haciendo la diferencia al lidiar con el dolor, la ansiedad, la angustia, el sentimiento de pérdida, el temor a lo desconocido y tantos otros sentimientos que acometen a las personas a nuestro cuidado. Pero frente a la vulnerabilidad ajena no podemos permanecer pasivos o inmutables, sino que debemos responder solidariamente, debemos hacer todo lo que podamos de nuestra parte para mitigar ese dolor y ayudar a otros a desarrollar su autonomía personal, física, moral e intelectual, y devolverles su dignidad y su bienestar. 

Muchos hospitales en nuestro país y en nuestra ciudad reflejan la insuficiencia del acceso a una atención de salud oportuna, continua, humanizada y de calidad. 

El sistema social en el que vivimos condiciona nuestra salud de manera integral y fundamental, hace mucho tiempo que la evidencia señala que es necesario abandonar modelos donde el lucro con la enfermedad siga siendo posible. 

Las escuelas de medicina, nuestros jóvenes estudiantes de salud, los médicos noveles deben empezar a educarse y proponerse abrir espacios para construir caminos que nos puedan llevar como sociedad, a una respuesta sanitaria a la altura de lo que el momento histórico nos demanda. Que la salud se convierta en un sueño colectivo, donde la salud se persiga y ocurra en las comunidades, en los barrios, en la calle, destinando esfuerzos a una forma de hacer salud en la que sin exclusión tengamos un lugar digno, equitativo en beneficios y bienestar. 

En nuestros hospitales es necesaria la presencia real de profesionales sensibles, cariñosos y solícitos. Escuchar y prestar atención al silencio, a la palabra no dicha, la postura, los gestos, el lenguaje del cuerpo, constituyen modos de cuidar, maneras de curar con el alma. A veces la tecnología y el lenguaje técnico que los profesionales de salud empleamos fallan en percibir que las pequeñas cosas son más importantes para que el paciente se sienta cuidado, protegido y comprendido, por ejemplo, un masaje, peinar el cabello, cepillarle los dientes, humedecerle la boca, moverle la cama, tocarle con cariño, acercar los alimentos a su cama, compartir un saludo y una sonrisa, pero vinculando el conocimiento de la medicina y de la ciencia, esto en el sentido de la objetividad, en el poder hacer, posibilitando el conocer para cuidar (hacer sabiendo) y hacer mejor. 

El sufrimiento humano, la enfermedad y la muerte son desafíos y fuente de frustración para los profesionales de la salud. Pero, como un evento ineludible e inexorable, nuestra misión reside fundamentalmente en ayudar a vivir o en ayudar a morir. La tarea de cuidar un paciente involucra ayudar a que encuentre confort, alivio y en la búsqueda de algún sentido en su existencia; revisar ciertos comportamientos, mitigar las culpas, rehacer algunas relaciones y otras enriquecerlas. El ser que está enfermo, el ser que está por morir es un ser extremadamente vulnerable y ayudar a mejorar la calidad de los días que le restan de existencia es de un valor inestimable. Esto podemos hacer. Recomenzar siempre. Al modo del alba acariciadora, tibia y bendita. Mañana de hospital.

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