Opinión

Cuando el destino nos alcance

Seguramente para algunos estas palabras resulten conocidas. Es el nombre de una película de ciencia ficción...

Elvira Maycotte
Escritora

miércoles, 14 agosto 2019 | 06:00

Seguramente para algunos estas palabras resulten conocidas. Es el nombre de una película de ciencia ficción –soylent green, en inglés– protagonizada por Charlton Heston, que se proyectó a principios de la década de los 70. La cinta futurista, ahora un clásico del cine, se sitúa en la Nueva York de 2022; es de corte oscurantista y muestra escenas que en su momento resultaban tan ajenas y lejanas, como terroríficas. 

Para introducirnos en la trama, la película inicia con imágenes que parten desde la revolución industrial, presentada como un logro para la humanidad, para luego llegar a una Nueva York oscura, agobiada por el hacinamiento y el hambre. La sobrepoblación, los alimentos y recursos naturales por agotarse y el insoportable calor producto del efecto invernadero la vuelven inhabitable; mientras unos, de un lado del río, disfrutaban de lujos y podían comer carne y verduras frescas, los “otros”, del otro lado del río, vivían hacinados en sus malsanas casas, alimentados con una ración semanal de una especie de galletas, el soylent green que, cada día, escaseaba más. El mar estaba muriendo y el plancton comestible –del que supuestamente estaban hechas las galletas– también. Cuando los “otros” por rebeldía podían llegar a áreas reservadas para los poderosos, su opresión había sido tanta que no reconocían ni sabían que hacer con alimentos frescos y menos aún con los libros.

Para los jóvenes, el mundo de cuento que relataban los ancianos, con alimento suficiente para todos y plenamente habitable, les resultaba desconocido, pero, para ellos, los ancianos que habían vivido el verde del campo y habían visto a los ciervos correr por él antes del desastre ecológico, la angustia y la añoranza era tanta que voluntariamente optaban por terminar su vida tranquilamente, en un lugar llamado El Hogar, rodeados de imágenes de cielo azul y nubes blancas, de flores silvestres y atardeceres aderezados con la música de Vivaldi, Beethoven y Tchaikovsky: daban la vida por veinte minutos de felicidad.

Para ser sincera, no es fácil para mi escribir lo que ahora leen. Revivo las imágenes. En su momento, esta historia me cuestionó muy profundamente: era el retrato de un mundo en agonía y de una sociedad en decadencia. Los hombres tratados como animales por los propios hombres y el alimento que resultó estar hecho de los propios humanos son imágenes difíciles de olvidar. Es una cinta que desde entonces gritaba un llamado que nos urgía a preservar nuestro planeta y medio natural antes de que fuera demasiado tarde. Social y humanamente, nos urgía a detener la distancia entre unos y otros, a abolir las diferencias y supuestas superioridades impuestas por ideologías, intereses y valores sin sustento.

Desde hace unos días se ha difundido el anuncio de que tenemos ante nosotros el punto cero para frenar la casi irremediable decadencia del planeta hace que me pregunte: ¿por qué no nos detenemos? La amenaza del desequilibrio en los océanos a causa de la contaminación se nos está volviendo real, los odios de unos hacia otros es un abismo cada día más difícil de borrar.

A tan sólo tres años del 2022 retratado en la historia, parece que el tiempo ha actualizado la versión: hemos propiciado una clara segregación social que empieza ya a mostrar efectos adversos. No es necesario referir que al norte del río viven los que más tienen y ven hacia abajo a los que vivimos al sur; la tragedia que acabamos de vivir hace unos días es producto de ideologías y posicionamientos polarizados que sin darnos cuenta repetimos en una versión muy nuestra. De manera análoga en nuestra misma ciudad tenemos áreas muy diferenciadas por el perfil sociodemográfico y las condiciones físicas de estas zonas dan cuenta de ello. El acceso a la educación, a la salud, los salarios, la suficiencia alimentaria y habitacional, la inequidad, los hábitos de consumo son temas no resueltos que colocan a la sociedad y a la naturaleza en la antesala del polvorín. La exclusión y marginación son parte de nuestra cotidianidad, la hemos normalizado y aunque ciertamente la realidad todavía parece estar algo alejada de las imágenes que tanto impactaron en su momento, de no cambiar profundamente nuestro estilo de vida, no dudemos que el destino está a punto de alcanzarnos.

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