Opinión

Corral: federalista de opereta

Es un lugar común, quizás el más común: somos una república federal de papel, el presidencialismo ancestral...

Jaime García Chávez
Escritor

domingo, 08 diciembre 2019 | 06:00

Es un lugar común, quizás el más común: somos una república federal de papel, el presidencialismo ancestral, que goza de renuevos, es un poder que ha crecido a costa de debilitar a los otros, trátese de los propios Poderes de la Unión, de los estados o los municipios.

Adoptado el federalismo por primera vez desde la Constitución de 1824, refrendado en 1857 y 1917, en realidad ha perdido como un ropaje que cubre la desnudez centralista. Se recuerda mucho la disputa entre Ramos Arizpe y Fray Servando como un ejemplo de debate, pero bien miradas las cosas ambos personajes de nuestra primera etapa como país independiente nos dejaron enseñanzas favorables para la construcción de una descentralización técnica que se conoce con el nombre de “federalismo”.

Pero la realidad nos dice que el Poder Ejecutivo federal siempre ha buscado aniquilar o domesticar las autonomías de los estados que configuran a la república, poniéndose de espaldas a un reclamo surgido en la diversidad tan abigarrada que hay en el país, que siempre ha buscado la solidaridad tropezando con el reparto de facultades, en particular la dificultad para la distribución de las fuentes tributarias que soporten el gasto público de una manera justa y equitativa, al margen de la discrecionalidad ancestral favorecida, en este caso por un Congreso absolutamente dócil o dependiente que llega hasta nuestros días envuelto en el celofán de una Cuarta Transformación que nadie, a ciencia cierta, nos puede decir en qué consiste, sobre todo si la comparamos con los tres ciclos que la precedieron: Independencia, Reforma y Revolución.

Este complejo tema, sobre el que ha corrido un gran caudal de tinta, se ha puesto a debate –de nueva cuenta– con la reciente aprobación del Presupuesto de Egresos de la Federación que tantos malestares ha generado en la república entera y que se expresan abiertamente unos y soterradamente otros, pero que dan cuenta de la existencia de una potencial conflictividad de grandes dimensiones.

La larga transición mexicana a la democracia le ha quedado a deber a los mexicanos una reforma estructural al respecto. Desde luego no se desconocen las historias que ya en el siglo XX fueron desbrozando la edificación de un sistema hacendario que al menos estableció la certidumbre de a quién había que pagarle unos impuestos y cuáles a los otros. Por “otros” aquí se deben incluir los estados y los municipios que han quedado a capricho de la fuerza gravitacional mayor que ejerce el presidente de la república, que se convierte en el “gran dador” y a cuyo capricho han crecido y caído poderes  regionales bajo el lema de que quien tiene la bolsa y la corona tiene el poder casi imperial. Es obvio que esto tiene que cambiar, mas no se mira para cuándo.

Al votarse el actual presupuesto federal, Javier Corral Jurado se puso indispuesto, verbalmente indispuesto; con antelación hasta había planteado la descoordinación fiscal, para lo cual, seguro estoy, no tiene ningún proyecto que pudiera suplantar lo establecido (retórica pues). Corral lo intenta buscando el apoyo de intelectuales realmente avezados en el tema, por una parte, pero buscando la coalición con sus homólogos, especialmente con los del PAN, con los que no hace mayor consenso.

El discurso y la praxis corralista adolece de tres defectos perfectamente definibles: se realiza desde el PAN sin la autocrítica obligada; como proyecto personal de promoción de sus ambiciones, e incongruentemente, si vemos el trato que la hacienda a su cargo ha dado a los municipios.

Veamos el primer aspecto: los gobernadores panistas, desde Ruffo Apel en Baja California hasta la última camada, en lo fundamental han sido obsequiosos con la presidencia centralista. No se han peleado con la cocinera, como se estila decir, pero sobre todo durante las presidencias de Fox y Calderón, doce años completos, significaron nada para sentar las bases de un reparto de poderes y facultades en materia hacendaria para abrir las compuertas hacia un nuevo federalismo. Sin embargo, en esta materia actuaron de manera igual a la tradición priista.

Corral habla de esto pero evade su complicidad con su propio partido, como también ha ocultado el floreo que hizo del Pacto por México que gozó del apoyo completo de Gustavo Madero. No hay ni un solo punto, por pequeño que sea, donde se dé un viso de autocrítica, reconocimiento que al menos le daría credibilidad a la nueva propuesta que lleva a otros foros del país, nunca en Chihuahua porque aquí sí se le conoce. En realidad desde el PAN, partido en desgracia, no va a venir el aliento.

En el segundo rubro, no me cabe duda de que el discurso “federalista” del Ejecutivo local es realizado con fines de proyección personal a escala nacional, justo en el momento en que entra en la recta final su quinquenio de fracasos. Después de la política local sólo le quedaría la pista más amplia de la república y hacia allá dirige su verbo, pero no porque realmente busque el propósito que dice ocuparlo sino la pretención de ocupar un lugar en la logósfera que lo haga más amable frente a la lápida que oprime al PAN.

El tercer punto dice muy claramente: salta aquí Corral porque de ti habla la fábula, ya que es sabido que a escala local se ha mostrado con los municipios como lo hace el presidente de la república con los estados. Las mismas prácticas y las mismas malas costumbres.

Tengo para mí como evidente que el futuro de México sólo se puede construir a partir de un nuevo marco federalista, que fortalezca las autonomías locales y que reparta el fondo público al margen de toda discrecionalidad, sin cimentar las bases de un poder omnímodo presidencial. Creo que en esta materia la rueda de la historia ha girado hacia atrás, dando pábulo a voces como la de Corral, que no se honra ni con compromisos ni con hechos tangibles.

Notas de Interés

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