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Opinión

Congreso que deja de ser de la Unión

Estos últimos días hemos visto un espectáculo parlamentario, no por los escándalos, los dichos de los legisladores o la toma de la tribuna que son actos tan recurrentes como cotidianos

César Jáuregui Robles
Abogado

lunes, 19 abril 2021 | 06:00

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Estos últimos días hemos visto un espectáculo parlamentario, no por los escándalos, los dichos de los legisladores o la toma de la tribuna que son actos tan recurrentes como cotidianos en un recinto como San Lázaro, donde no es la civilidad o las formas mínimas de convivencia social las que hubieren caracterizado su accionar, sino la aprobación obsequiosa de todo tipo de legislación que representa los intereses del presidente de la República.

Desde reformas en materia de outsourcing, hidrocarburos o los cambios a la Ley Orgánica del Poder Judicial han mostrado que el Congreso no es más el órgano de debate y análisis de políticas públicas; no es más el foro o parlamento abierto para escuchar las propuestas que mejoran y enriquecen las formas de convivencia social. No, ahora el Congreso es tan sólo el órgano de sellado de las decisiones que se toman fuera de la representación nacional; un ‘rubber stamp Parliament’ como le llamó Jeremy Bentham a los congresos que son inútiles.

Que es el “mercado de la fruta y la verdura” y que los gritos y jaloneos son parte de su esencia se daba por descontado y aun los diputados que más cuidaban su perfil y reputación aceptaban encontrarse en lo que se llama la Cámara Baja dentro del sistema bicameral que nos rige.

En alguna película de Cantinflas, éste se mofaba al asegurar que le hacía las leyes al diputado y que cuando le preguntaban si el susodicho no sabía leer, les contestaba: “pues no le digo que es diputado”.

Así de lastimosa es la apreciación que se tiene por el ciudadano de una noble profesión, que cuando se ejerce con honestidad, es de las más nobles, pues constituye el servicio a los demás.

Lamentablemente la formación de una mayoría ciega, incapaz e ignorante se ha exhibido sin pudor alguno acatando determinaciones que nada tienen que ver con exigencias populares, sino con los apetitos de poder que se convierten en instrucciones a las cuales no se les cambia ni una coma.

Pareciera que el hecho de tener que ser votados nuevamente los legisladores al aspirar a ser reelectos, sería motivo suficiente para que buscaran el acercamiento de los electores y la sana distancia con el otro poder, pero esto no sólo no ha sido así, sino que se ha desnaturalizado la función del representante popular para dar paso a peones de la Cuarta Transformación, tal y como lo aseveró cínicamente un diputado de Morena que aceptaba en tribuna el triste papel de ser títeres, ‘herramientas’ como intentó disfrazar en el lenguaje para que no fuera tan severo el juicio de la historia.

La verdad es que estamos viviendo una de las etapas más negras de la historia de un Congreso mexicano, que tuvo destellos de independencia y lucidez en buena parte del siglo XIX pero que los afanes de control y la restauración de la Presidencia Imperial, hoy en plena centuria XXI lo colocan en el basurero de las instituciones que por su abyección y entreguismo claudicaron en la delicada tarea de velar por los intereses de los representados. 

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