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Opinión

Condiciones para la esperanza

'Vivimos tiempos de opacidad', ha escrito el eminente sociólogo español J. M. Mardones

Hesiquio Trevizo
Presbítero

domingo, 12 julio 2020 | 06:00

“Todas las fallas humanas/

las expía la humanidad.”

Goethe

“Vivimos tiempos de opacidad”, ha escrito el eminente sociólogo español J. M. Mardones. En esto están de acuerdo los grandes pensadores y profetas de nuestro tiempo y de todos los signos. Esto mismo lo intuye, en su realidad, l’uomo della strada, el “atleta de la supervivencia”; opacidad percibida como incertidumbre que se ha hecho patente a todos. Fromm afirmaba que nuestros abuelos tenían unas binas o rieles, por donde caminar: uno era la seguridad del instinto en armonía con la naturaleza y sus leyes, el otro, los mandamientos de Dios. El hombre actual ha perdido ambos y en esa medida la ansiedad, la duda y el miedo, la desorientación son su atmósfera vital. Anda a la deriva. Vive sin esperanza.

La relación del hombre con la naturaleza está dañada de forma, creo que irreversible.  E igual, se han alzado voces especializadas, en todo el mundo. La creación sufre con dolores de parto ansiando ver la libertad de los hijos de Dios, desea verse libre del poder maligno que la sometió, escribe Pablo a romanos (8:22-39). He visto un amplio documental en El País, “Los mayas que nunca se subirán al tren”, que presenta in situ el impacto del proyecto tren maya en la geografía física y humana en la región. Un nativo de esas comunidades concluye: es una promesa de campaña y se va a cumplir y que mueran los que tienen que morir. Nosotros no queremos terminar lavando los baños de los turistas. Esperando el futuro junto a las vías del tren, así se perciben los habitantes de esos lugares. De maya no tiene nada, dice otro lugareño bastante muy disgustado. Nos van a dejar un tiradero; si mantenemos los patrones de consumo, el planeta no aguantará, dice la bióloga J. Covarrubias. La deforestación de los bosques de nuestro estado es descomunal, ahora por la delincuencia. Este riele está caído

El otro también. Hoy se ha hecho posible vivir como si Dios no existiera, frase poderosa y retadora de B.XVI; todo lo que vemos, oímos y leemos en los medios es lo que sucede cuando no cumplimos los mandamientos de Dios. Entonces el hombre vive en un edificio de cemento armado sin ventanas, concluía B.XVI. Cuando se oscurece el sentido de Dios, se pierde también el sentido de lo verdaderamente humano. El mismo Nietzsche reconoció que al “quedar vacío el cielo, al decretar la muerte de Dios, se vació la tierra también”, es decir, al quitar a Dios, concebido como obstáculo para la libertad del hombre, lo que en verdad perdió el hombre fue su libertad. “Y el hielo sobre el que caminamos es cada vez más delgado”. Y resta solo ese frío que recorre la espalda, nos sentimos personajes de alguna novela de Saramago, un habitante de la ciudad de los ciegos. En esta pandemia hemos descubierto que la fe no es “esencial” ¿Cómo puede surgir, así, el milagro de la esperanza?

S. Ramírez lo ha dicho muy bien: “Hasta ayer mismo teníamos una idea más o menos razonable del tiempo transcurrido y por transcurrir. En el fondo de nuestras mentes reposaba esa idea silenciosa de que el progreso es inevitable, y veíamos cómo los sistemas y objetos, fruto del afán tecnológico, y de la capacidad de invención, se sucedían unos a otros para volverse al rato obsoletos; y, como en ninguna otra etapa de la civilización, teníamos cada uno un cuarto atiborrado de trastos envejecidos prematuramente.

Y la mejor novedad tecnológica era la prolongación de la vida. Adivinar por adelantado los pasos de la muerte. Medicamentos inteligentes. Cirugías sobrenaturales. La longevidad como panacea. La vejez saludable, sin carencias, empezando por el vigor sexual. Un fetiche benefactor llamado calidad de vida. Y, de pronto, lo que tenemos es incertidumbre”. ¿Cómo hablar de esperanza?

Los problemas no dejan de serlo por el hecho de que se generalicen; no vale eso de ‘mal de muchos consuelos de tontos’. Por eso conviene preguntar: ¿En qué consiste esta opacidad que no nos permite comprender lo que nos pasa ni caminar hacia su solución? El señalamiento es sutil y escapa casi a todos: señalamos este o aquel problema, sentimos que las cosas no andan bien, notamos la diferencia respecto al antes; antes las cosas eran y se hacían así y la verdad es que ahora no sabemos a ciencia cierta cómo están siendo. Vivimos esa vaga sensación de inseguridad y a veces de perplejidad. Nadie nos ha dicho qué es lo que sucede, qué estamos viviendo y cómo remontaremos y esto resulta incómodo. Solo nos reportan el número de muertos y contagiados detalladamente. Una sensación de malestar general lo invade todo. Y tal pareciera que el covid y la política anduvieran muy mezclados y agarraditos de la mano. Parece, pues, no haber lugar para la esperanza.

En el espacio de la política esta sensación se convierte en malestar democrático, es decir, en desconfianza ante el sistema organizador de la cosa pública inspirado en el genio griego y acuñado por el pragmatismo liberal, de corte inglés, y las reivindicaciones del movimiento obrero. Sólo que ya le encontramos su antídoto: las impugnaciones. ¿Para qué sirve el partido, las cámaras, las elecciones, los sindicatos?, se preguntan muchos ciudadanos cuestionando las instituciones fundamentales del sistema de la democracia liberal y refiriéndose inmediatamente a hechos escandalosos y bochornosos, situaciones reales que a diario nos proporcionan los medios. El derrumbe de las economías y el desempleo que le sigue es un fantasma que pesa ya en el imaginario popular como un íncubo. Y las manifestaciones se hacen manía, más violentas cada vez, como válvulas de escape de la rabia contenida.

Ernst Bloch (1885-1977) en la introducción a su libro El principio de la esperanza escribe frases que podrían haberse escrito hoy, y no hace 70 años: “¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿Qué esperamos? Muchos se sienten confusos. El suelo tiembla, y no saben por qué ni de qué. [...] Se trata de aprender otra vez a tener esperanza. La esperanza, superior al miedo, no es pasiva ni está encerrada en la nada. La emoción de la esperanza da amplitud a las personas, en lugar de encerrarlas”. Obra muy importante y profundamente insatisfactoria; en realidad, Bloch nunca dice qué es exactamente la esperanza, y la única esperanza es que la humanidad evolucione a algo mejor por sí sola. En quién, cómo y por qué “tenemos” que esperar, no lo dice. Como resultado final de su ateísmo sólo resta un voluntarismo fracasado y una visión inmanentista del hombre y de la historia. Si tenemos que aprender otra vez a tener esperanza, ¿quién nos lo enseñará? Sin esperanza no podemos vivir. 

Qué difícil es, entonces, encontrar un lugar para la esperanza. ¿O no debería ser precisamente esta situación un aliciente para buscar esa virtud?, virtud difícil de por sí porque apelamos a ella en los momentos de adversidad, y más todavía porque no hemos pensado que la esperanza tiene sus condiciones. La esperanza tiene sus condiciones de posibilidad, está vinculada a un cambio que lo abarca todo, la vida personal lo mismo que la vida social con todos sus estamentos; no podemos seguir cometiendo ‘los mismos errores’ impunemente. Los mismos, o peores, bajo otras siglas. 

La Biblia no sólo es la literatura sagrada de un pueblo, contiene también la más profunda experiencia histórica y humana, experiencia plasmada con calidad literaria insuperable, donde disfrutamos de los momentos más excelsos del hombre igual que vemos el fracaso, la extinción y muerte de un pueblo debido al empecinamiento de sus gobernantes; pero también el resurgimiento resultado de una conciencia esclarecida que le permite retornar a su Creador, siempre fiel y veraz.

Amós, ante la inminencia del desastre nacional, gritaba al rey y advertía al pueblo: “Buscad el bien y no el mal, y viviréis, y así estará con vosotros el Señor Dios de los ejércitos, como deseáis. Odiad el mal, amad el bien, defended la justicia en el tribunal. Quizá se apiade el Señor del resto del pueblo, de lo que queda. Que fluya como el agua el juicio, la justicia como arroyo perenne, eso quiero”. (5,14-15.21-24). El profeta denuncia una corrupción generalizada en lo religioso igual que en el ámbito político. Dios no castiga, oímos por ahí, pero ciertamente nuestras acciones y omisiones tienen consecuencias. Las exigencias presentadas por los profetas son las condiciones de posibilidad de la esperanza. 

Habremos de salir a luchar por la vida; los más viejos debemos resguardarnos. El virus llegó para quedarse, así como lo profetiza Camus en el último párrafo de su novela. Por lo tanto, ¡Nessun dorma!... Guardate le stelle che tremano d’amore. ¡Que nadie duerma!… Contemplad las estrellas que tiemblan de amor. 

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