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Opinión

Carne de cañón

Era el año 2003. Vicente Fox había logrado la alternancia, pero nunca logró la gobernabilidad

Carlos Murillo
Abogado

domingo, 11 abril 2021 | 06:00

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Era el año 2003. Vicente Fox había logrado la alternancia, pero nunca logró la gobernabilidad. Eso suele suceder cuando hay un caudillo, pero no hay tropa. Hemos aprendido poco de la historia. Un buen ejemplo es la “Decena Trágica”, cuando la idea de una revolución venció a Porfirio Díaz pero no había un plan para gobernar después de ganar, tuvo que pasar una década para sentar las bases del México moderno.

Tres años atrás, en la elección del año 2000, recuerdo que en la noche del 2 de julio la gente salió a las calles para celebrar. En ese proceso electoral fui representante del PRI en una casilla, me mandaron al Granjero, en una zona donde la votación siempre estaba muy cerrada. Ese día estuvo lejos de estar competida, perdimos tres a uno. Luego fuimos a dejar las actas de resultados a la coordinadora de campaña de Óscar Nieto, que era una casa sobre la Plutarco Elías Calles. Llegamos y solo había caras largas.

Apenas anunciaron una rueda de prensa de Francisco Labastida y unos instantes después salió a dar un mensaje a la nación Ernesto Zedillo donde reconocía el triunfo del Partido Acción Nacional. El PRI en la Ciudad de México parecía una funeraria. Ahora sí se cayó el sistema. Nos dijeron “quiten los stickers de los autos y vayan a sus casas con cuidado”. En la esquina de Plutarco Elías Calles y avenida De la Raza se nos emparejó un auto, de las ventanas salían dos mujeres jóvenes con banderas del PAN que gritaban “¡Somos libres!”. Nosotros aceptamos moviendo la cabeza y seguimos adelante. 

Unos años después me encontré con un cuate que trabajaba en la Secretaría de Relaciones Exteriores como agregado comercial y me contó otra parte de la película, resulta que a él le tocó organizar la visita de los invitados especiales de todo el mundo en la elección del 2000. Dice que en un hotel de lujo tenían un salón con pantallas de todos los medios de comunicación nacionales e internacionales y habían pagado los gastos de expresidentes, líderes y periodistas de América y Europa para que vinieran a ver el triunfo de Labastida y así poder legitimar -una vez más- al régimen priista. Pero eso no ocurrió, la oportunidad se le fue entre las manos. Este cuate regresó al servicio consular y estaba trabajando en un puesto de cuarto nivel. 

Así son las apuestas en la política. En aquel momento pensé que ese cuate pudo ser secretario de Relaciones Exteriores con Labastida, pero le falló la suerte. Mucho tiempo después lo encontré en el directorio de la embajada de Berlín, todavía como agregado comercial.

Pues bien, la historia que quiero contar ahora no es sobre el 2000, es sobre el 2003. Para ese año el PRI estaba en un momento crítico en Ciudad Juárez puesto que gobernaba el municipio el PAN, con Alfredo “El Güero” Delgado y Fox en el Gobierno federal, a nivel estatal gobernaba Patricio Martínez pero, siendo honestos, como buen “chihuahuita” no tenía mucho interés en Juárez. 

Entonces, el PRI en Juárez estaba aislado. Una vez, mi amigo Jorge Olivares “El Campanita”, estando en una reunión de jóvenes -pero sin ser joven-, le reclamó a uno de esos delegados que siempre mandan, en esta ocasión era Toño Franco (que ahora es presidente del Partido Fuerza México, uno de los apéndices de AMLO), “oiga -le dijo Campanita- nosotros tenemos que ir a México y recorrer 5 mil kilómetros para que nos hagan caso acá en Juárez”, en ese momento lo interrumpieron y le dijeron “Jorge, el Distrito Federal está a 2,400 kilómetros, no a 5 mil” y, con el ingenio que le caracteriza contestó “sí, pero no me voy a quedar allá ¡tengo que regresar!”; todos soltamos la carcajada. El argumento era muy lógico.

En fin, lejos de las decisiones políticas y del poder, con un gobierno federal y municipal en el PAN y Patricio sin interés en Juárez, el diagnóstico era terrible, no había mucho qué hacer. Por cierto, la Presidenta estatal del PRI era Graciela Ortiz, una extraordinaria operadora política y operadora electoral (que son cosas distintas), pero como cualquier médico, algo que no nunca pudo hacer es operarse a sí misma. 

Un día recibí una llamada, era Víctor Valencia De los Santos que era presidente del PRI -después se fue a Morena y luego se hizo independiente-, que en paz descanse, me dijo “váyase a Chihuahua y busque a Graciela Ortiz, dígale que quiere ser diputado”. Estuve en el edificio de la “Pacheco” como me dijeron y nunca me atendió, hice antesala dos días y al tercero solamente avisé que me tenía que regresar a Juárez, entonces el Profesor Davíd Zuany me dijo “pásale, aquí está un formato para que lo llenes”, entonces yo decía “pero tengo que hablar con la Presidenta” y el profe Zuany contesta “sí, después hablas, por lo pronto llena el formato”; luego me pasó con el Ingeniero Pablo Espinoza, que era el Secretario General y yo saqué mis mejores chispazos argumentativos para explicarle porqué debía ser candidato propietario, me escuchó con atención y después me dijo “¿ya llenaste el formato?”, contesté que sí y me despidió con un saludo muy amable. Así es la democracia en México, vas a lo que vas y si no, no vas.

Unos días después, era domingo por la mañana, iba en el auto a comprar barbacoa al Covis -atrás de la Iglesia “Señor de la Misericordia”- y en la cápsula de noticias anunciaron los candidatos a los diputados federales del PRI con sus suplentes. Ahí iba yo, me enteré en ese momento.

En aquel tiempo eran campañas de tres meses, muy largas y costosas. Hay toda una industria electoral, altamente rentable, no solamente de los espectaculares, las camisetas, las gorras, todo lo tangible que es un montón de dinero. 

También se pagan sueldos y, como cualquier empresa, hay una escala donde los operadores más especializados cobran millones por la estrategia y, al final de la cadena alimenticia, están los operadores precarizados, que trabajan por unos cuantos pesos. De esos era Güicho, un hombre de sesenta y tantos que se sumó a la brigada para repartir volantes. 

Cuando no hay poder, ni expectativa de poder -como en el 2003 para el PRI-, entonces había que pagar un pequeño ejército. Regularmente se trataba de gente que no podía trabajar en maquila, entonces encontraban un trabajo temporal en las campañas, repartiendo volantes en los cruceros o en los recorridos. Es como cualquier trabajo, ocho horas diarias, un descanso y ya, no había ninguna prestación. No se necesita tener una ideología, es un empleo.

El pago era muy poco y semanal. Güicho tenía una prótesis en la pierna derecha y así se aventaba los cruceros ofreciendo un volante o un engomado, un día me dijo “préstame 100 pesos, el sábado te los pago, es que se quemó mi casa porque estaba colgado de la luz, tengo que volver a comprar todo, pero ahora quiero comprar algo de comida y después ver qué hago”, días más tarde me enteré que el Güicho tenía un hijo pequeño con hidrocefalia y su sueño era tener un trabajo con seguro médico para atender a su hijo, pensaba que ganando aquella elección le podrían encontrar un trabajo en el gobierno. 

Las cosas no han cambiado.

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