Opinión

Abril, Ingrid, Fátima

Que así titula Sarmiento su columna este martes aludiendo a los horrendos crímenes contra mujeres...

Hesiquio Trevizo
Presbítero

domingo, 23 febrero 2020 | 06:00

Que así titula Sarmiento su columna este martes aludiendo a los horrendos crímenes contra mujeres, niñas incluidas. El suceso que ha estremecido a la CDMX ha sido el caso de la niña Fátima. Omito datos repulsivos ya conocidos. Por haber tenido lugar en CDMX, ha sido tema mundial; pero el hecho es que esto es común, tristemente común, en todo el país. En Juárez sabemos muchísimo de esto. Escribe Sarmiento: “La jefa de Gobierno, Sheinbaum, ya no puede decir ‘Ahorita no’, ni el presidente argumentar que es más importante la rifa del avión presidencial. La violación, tortura y muerte de una niña de apenas siete años no lo permite”. En realidad, la situación general ha llegado al límite.

México vive una cruel oleada de violencia, continúa Sarmiento. En 2019 se registraron 34 mil 582 homicidios en el país, el nivel más alto desde que tenemos el actual sistema de estadísticas. España tuvo sólo 249 en los nueve primeros meses de 2019. El 90 por ciento de las víctimas en México son hombres, pero los homicidios de mujeres y niñas están lastimando de forma muy particular a la sociedad. Varios casos han horrorizado a los mexicanos en los últimos tiempos… La sociedad está furiosa. No es el enojo de las manifestaciones de feministas, las que realizan actos vandálicos y promueven causas políticas o personales. Es el que surge de la impotencia y de los temores que afectan la vida y limitan las libertades de millones de mujeres y niñas. Bien.

Riva Palacio es más duro, “País de bestias”, titula su columna. Bueno, en el reino animal creo que los cachorros están más protegidos y son defendidos con todo; las hienas, por ejemplo. Dice R. Palacio: “La semana pasada fue Ingrid. Y antes Minerva. Y María del Pilar e Isabel. Y Janeth. Y Judith. Y Martha, Jazmín y Sonia. Y Ana Daniela. Y Cinthia. Y Raquel y Abril. Y tantas más. En total, 494 en 2018 y 976 el año pasado. En este van seis públicamente conocidos. ¿De cuántos más no nos hemos enterado?”.    

“Fátima nos sacudió a muchos, continúa. Pero ¿cuántos estamos realmente sacudidos? … Las portadas de los periódicos narran la vida cotidiana en México, y los medios cuentan todos los días la violencia como parte del paisaje nacional, sin que nos cause indignación. Nos enteramos de descubrimientos de fosas clandestinas donde los restos se cuentan por decenas o cientos de personas, y tampoco hay estupor. Pasa todo frente a nosotros como si fuéramos totalmente ajenos a toda esa violencia que nos abraza”. Es la banalidad del mal de lo cual me he ocupado en este espacio.

R. Palacio es confuso en este texto. “La patología de esos crímenes se inscribe en un todo, la pérdida de los valores en la sociedad, donde se rompió la convención nacional (sic) de lo que está bien y lo que está mal”. Mas bien, se rompió la convicción natural sobre el bien y el mal. “Si quitamos a Dios, quitamos el problema del bien y del mal” (Dostoievski). Ese es el fondo de todo. Los grandes líderes pacifistas nos conminan a ver la violencia como una enfermedad; tenemos un corazón violento que necesita ser curado.

El lunes, denunciando la “Insensibilidad del presidente” ante los feminicidios, en tono negativo, decía que “AMLO, siendo jefe de Gobierno, trabajó con el cardenal Rivera para impedir que la ALDF despenalizara el aborto, iniciativa de su partido, el PRD; “hasta que llegó M. Ebrard la ley avanzó junto con otras revolucionarias legislaciones que convirtieron la Capital en la más progresista de A. L. y una de las más liberales del mundo”. ¿Estamos a favor de la vida o no? La última cifra que conocí era de cerca de medio millón de bebés a los que se les negó vivir, legalmente asesinados. ¿En qué sentido es, esto, revolucionario o progresista? Marcuse diría que no. Y me acordé de lo dicho por Isaías: “¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, que tienen las tinieblas por luz y que dicen que lo negro es blanco y lo blanco negro!” (5,20). Una incoherencia total que tergiversa la realidad y se comienza entonces a caminar por la senda de la hipocresía, la simulación y la mentira.

La principal responsabilidad del Estado es proteger a los ciudadanos de agresiones y robos. Las elevadas cifras de homicidios en nuestro país son expresión de un fracaso en esta tarea en todos los niveles de gobierno. Los seres más desprotegidos, como las mujeres y los niños, son los que el Estado tiene mayor obligación de proteger; por eso irritan tanto los feminicidios y los ataques a niñas, concluye Sarmiento. En esa línea se expresó la página editorial de El País que irritó tanto al presidente a grado de arremeter contra ese diario y las inversiones españolas en México. Politización del tema. La violencia, la hostilidad, las tendencias caóticas son en realidad una enfermedad y cada quien debe buscar en sí mismo las raíces más profundas y ocultas de esa enfermedad para sanarlas. Solo de personas y sociedades no violentas pueden partir los impulsos sanos y creadores para el campo político.

¿Alternativa utópica? Puede ser, pero no veo otra. La buena disposición para el evangelio de la paz (cf. Rom.4,25), es el amplio programa de vida para todo verdadero discípulo de Cristo y para toda la comunidad cristiana. Todo el mundo debería ver claramente que el evangelio no habla de la paz, de la no violencia, de pasada, al lado de otros temas, sino que, en cuanto evangelio, de nada habla más y con mayor apremio que de la paz. La paz de la creación, la paz de la salvación y la paz del cristiano no son sino aspectos diferentes del único misterio.

Para poder, pues, consagrarse con todo el corazón a la causa de la paz, que todo lo abarca, hay que estar llenos de fe en el don de Dios que sobrepasa todos los conceptos y hay que unirse a la misión honrosa de Cristo que es nuestra paz. Quién desee fomentar la verdadera paz tiene que escuchar las palabras del profeta Isaías: Caminemos a la luz del Señor (2,5). Sólo así podremos cambiar las espadas por arados y desterrar el gesto amenazador.

Sólo con la vista puesta en la alternativa real que nos presenta Jesús en su evangelio, en esa fuerza salvífica decisiva, será posible abordar un diagnóstico a fondo, aunque todavía muy doloroso, de la patología de la violencia que lleva a la muerte y buscar las causas profundas de la misma. Nosotros queremos que los gobiernos y las policías nos traigan la paz; cierto, esas entidades tienen una inmensa responsabilidad y un gran trabajo que realizar, pero la gran posibilidad es nuestra.

Por encima de la mera protesta, (tantas veces violenta), por justificada y necesaria que sea, es preciso también encontrar un plan curativo. Sobre todo, quienes se llaman cristianos han de tener el valor de creer con todo el corazón en el mensaje de la paz y en el camino de la no violencia, confesando de palabra y de obra, su misión pacífica. En el descubrimiento de la permanente novedad del evangelio de la paz, los convertidos y los que se van convirtiendo, buscarán en común nuevos caminos por los que escapar de un atolladero que aparentemente parece no tener salida. Esto presupone comunidades cristianas contrastantes.

Al lado de esa miseria social, está el abandono espiritual, la orfandad religiosa de las nuevas generaciones. Dom Chautard, monje francés, escribía hace algunos años: “Para salvar la sociedad, hay que comenzar por los jóvenes y especialmente por los niños que serán los hombres del mañana. Para muchos niños, la queja de Jeremías es de quemante actualidad: «Los niños piden pan y no hay quien pueda dárselo» (Lam. 4,4). Estos capullitos de hombres y mujeres harán o no harán más fraterno el mundo del futuro. Los niños tienen un derecho estricto e inalienable de conocer a Cristo y de vivir su vida. Tienen pleno derecho a alimentarse del Evangelio y de la Eucaristía”. La verdadera pobreza radica en el alma. ¡Tantos niños y jóvenes dejados religiosamente huérfanos! Sencillamente, a la deriva. He aquí el problema radical. Hemos aprendido a vivir como si Dios no existiera (B.XVI), y las consecuencias están a la vista. Queremos hacer del mundo y de la historia una obra exclusivamente nuestra y el fracaso es obvio. A los niños y a los jóvenes hay que ayudarlos a que se realicen armoniosamente, dándoles a respirar un aire sobrenatural.

Notas de Interés

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