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Opinion El Paso

Trump usa a los militares para demostrar su hombría

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Nicholas Kristof / The New York Times

viernes, 05 junio 2020 | 06:00

Nueva York— En repetidas ocasiones, durante las dos últimas décadas, Estados Unidos ha cometido el error de depender excesivamente de operaciones militares para intentar resolver problemas inextricables, en particular en Afganistán e Irak, sin confiar lo suficiente en la diplomacia. Ahora, el presidente Donald Trump quiere repetir ese error en casa. Las Fuerzas Armadas de Estados Unidos son, según una encuesta de Gallup, la institución más confiable del país. Pero el llamado de Trump a desplegar las fuerzas militares con el fin de aplastar las protestas, solo para que él pueda lucir rudo, traiciona la tradición apartidista del cuerpo militar y debería activar todas nuestras alarmas. Hace exactamente 31 años di cobertura al ataque del Ejército chino contra los manifestantes prodemocracia en la plaza de Tiananmén. El incidente generó indignación mundial, y prácticamente el único elogio de Occidente vino de parte de… Donald Trump. “Cuando los estudiantes colmaron la plaza de Tiananmén, el gobierno chino casi arruina su oportunidad”, declaró Trump a la revista Playboy varios meses después. “Luego fueron despiadados, horribles, pero disolvieron las protestas con fuerza. Eso te demuestra el poder de la fuerza”. No, los soldados estadounidenses no masacrarán a los manifestantes como lo hizo el Ejército chino, pero el despliegue de tropas de Trump con fines políticos sí traicionaría nuestras tradiciones, afectaría la credibilidad de las fuerzas militares y agravaría las tensiones en todo el país. Trump les presentó a los gobernadores al general Mark Milley, presidente del Estado Mayor Conjunto, como el hombre “encargado” de disolver las protestas. “Es algo hermoso”, dijo Trump sobre la represión ejecutada por la Guardia Nacional en Minneapolis. El Pentágono se ha apresurado a enviar a la policía militar en activo y a ingenieros de combate justo a las afueras de Washington, donde apoyarán a unidades de la Guardia Nacional. Y ya se han usado algunos helicópteros militares para una demostración de fuerza que busca intimidar a los protestantes. “Estoy desplegando miles y miles de soldados fuertemente armados, personal militar y agentes del orden público para que detengan los disturbios”, afirmó Trump durante su alocución en el Jardín de las Rosas. The New York Times ha informado sobre discusiones acaloradas en la Casa Blanca en torno a invocar la Ley de Insurrección de 1807, la cual a primera vista proporciona plena autoridad para desplegar a las Fuerzas Armadas. Trump también declaró: “Estoy movilizando todos los recursos federales disponibles, civiles y militares, para detener los disturbios y los saqueos”. Pensemos en esa frase: “Todos los recursos disponibles”. En este annus horribilus, Estados Unidos ha sufrido más de 100 mil muertes por el coronavirus y 40 millones de empleos perdidos. En respuesta a esos cataclismos, Trump respondió de manera inefectiva y letárgica: la tasa de mortalidad estadounidense por el virus es tres veces mayor que la de Alemania y la tasa de desempleo casi cuatro veces mayor que la de Alemania. Pero tras una semana de protestas y saqueos, ¿Trump busca desplegar a los militares? De acuerdo con The Daily Beast, incluso llegó a preguntar sobre la posibilidad de sacar tanques a las calles. El impulso de convocar a los militares quizás tenga su origen no solo en sus instintos autoritarios sino también en algo más personal. Trump parecía estar mortificado porque se divulgó que fue trasladado de urgencia a un búnker subterráneo cuando los manifestantes se acercaron a la Casa Blanca. El 3 de junio afirmó que había bajado “más para realizar una inspección”. La vergüenza por su “inspección” al búnker parece haber alimentado su deseo de proyectar rudeza utilizando las Fuerzas Armadas de Estados Unidos como utilería. Más vergonzoso aún fue el hecho de que los asistentes de Trump desplegaran fuerzas federales equipadas con balas de goma, agentes químicos irritantes y granadas cegadoras para despejar el sitio de manifestantes pacíficos y apegados a la ley, y así permitir que el presidente pudiera cumplir su capricho de tomarse una fotografía en una iglesia cercana. Los líderes de la iglesia se mostraron indignados, ya que esos protestantes tenían el mismo derecho moral de estar allí que Trump. Milley y el secretario de Defensa, Mark T. Esper, acompañaron a Trump en su paseo, y Esper se refirió a las ciudades estadounidenses como “espacios de batalla”. Conversé con varios comandantes estadounidenses retirados que estaban profundamente preocupados por esto. “No puedo seguir callado”, escribió en The Atlantic el almirante Mike Mullen, un muy respetado expresidente del Estado Mayor Conjunto. “Nuestros conciudadanos no son el enemigo, y no deben serlo nunca”. “Estados Unidos no es un campo de batalla”, tuiteó el general Martin E. Dempsey, expresidente del Estado Mayor Conjunto. “Nuestros compatriotas no son el enemigo”. El 3 de junio, Esper se retractó y afirmó que se oponía al uso de fuerzas militares en servicio activo, por ahora. Me emociona mucho que tantos estadounidenses estén marchando pacíficamente contra el racismo, aunque desearía que todos usaran cubrebocas y fueran extremadamente cuidadosos con la propagación del coronavirus. Mi madre de 88 años se unió a una protesta pacífica el otro día en la zona rural de Oregon, donde cientos de personas salieron a las calles de una comunidad muy blanca para corear “black lives matter” (“las vidas negras importan”). Por supuesto, los disturbios y saqueos son deplorables, y es maravilloso que los manifestantes estén intentando detener a los saqueadores. Hay fuerzas policiales disponibles, por lo que es desconcertante escuchar al senador Tom Cotton, un republicano de Arkansas, sugerir enviar a la 101.° División Aerotransportada. Es fundamental que no convirtamos las ciudades estadounidenses en Faluya.

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