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Opinion El Paso

Trump tuvo a su grupo de manifestantes y sus fuegos artificiales, y les vendió esa ficción

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Philip Kennicott / The Washington Post

lunes, 06 julio 2020 | 06:00

E

l escenario para la anticipada celebración del 4 de julio del presidente Donald Trump fue magnificente, como tienden a ser las Montañas Negras de Dakota del Sur. Aunque la escena también estuvo llena de una dolorosa historia, de una obstinada ignorancia y de un deliberado catastrofismo.

El viernes por la noche, en un anfiteatro colocado a la sombra del Monte Rushmore, una banda militar tocó un jazz suave, incluyendo el sonido de los tambores y trompetas mientras el país está hundido bajo un creciente número de infecciones de Covid.

Miles de invitados que no usaron mascarillas, esperaban la llegada del presidente, sentados hombro con hombro en unas sillas plegables de color negro colocadas juntas como una especie de cadena de negación al coronavirus.

Por supuesto, las personas muy importantes, estaban sentadas separadas en el escenario –no a seis pies de retirado, sino en medio de una tormenta de exhalaciones, toses, aclamaciones vociferantes y estornudos.

Y justo para añadirle algo a esa locura de arriba abajo y de dentro hacia fuera de la reunión masiva, Ivanka Trump, la asesora e hija del presidente, publicó un tuit a manera de recordatorio para que la gente se protegiera durante el fin de semana festivo practicando la distancia social y usando mascarillas.

Aunque su ser más cercano y querido no escuchó su súplica.

El Monte Rushmore es dolorosamente complejo –muy parecido a Estados Unidos. Los rostros de cuatro presidentes venerados aunque con profundos defectos fueron tallados en la piedra por un talentoso escultor que simpatizaba con el Ku Klux Klan.

El majestuoso monumento –que es un legado de la tenacidad humana– dejó cicatrices en una tierra considerada sagrada por los nativos americanos.

Aunque el presidente no es un hombre de complejidades y matices. Es un hombre que ve las cosas gloriosamente correctas para los anglosajones y sospechosas y peligrosas para los afroamericanos. Para él, el Monte Rushmore no es complicado, es telegénico.

La suya no fue una celebración de brazos abiertos de la Independencia estadounidense ni el estridente esfuerzo que está haciendo el país para cumplir su promesa.

El presidente orquestó un mitin –en un lugar en donde podía obtener un cálido abrazo de aprobación.

Y logró brillar. Usó un traje oscuro y una corbata roja. Un prendedor con la bandera estadounidense en su solapa. Su piel se encontraba húmeda debido al calor del verano. Su sonrisa era amplia y arribó de una manera dramática.

Primero, el Air Force One, sobrevoló sobre el Monte Rushmore dándole un toque teatral. Cuando aterrizó el avión del presidente, fue recibido por la gobernadora de Dakota del Sur Kristi Noem, quien dijo que según veía, no había distanciamiento social en esta reunión masiva que se llevó a cabo en medio de una pandemia que está empeorando.

Luego, el presidente, junto con la primera dama, abordaron el Marine One, que permitió que la pareja evitara el alboroto de los manifestantes que mayormente eran nativos americanos que bloquearon la carretera que se dirige al monumento hasta que fueron dispersados por la Guardia Nacional.

Finalmente, Trump llegó al escenario ante las aclamaciones, mientras los Ángeles Azules de la Marina de Estados Unidos rugían en lo alto, su sonrisa se extendió de oreja a oreja. Sus mejillas estaban prácticamente de color rosa. Tenía tomada a su esposa de la mano y estaba rodeado por su staff y familia.

Eric Trump destacó por encima de los demás y Tiffany Trump también estuvo allí.

Todos los oradores que lo precedieron alabaron al presidente con cálidas bienvenidas y elogios. Trump se veía muy complacido. Alzó su puño cerrado y saludó con un movimiento de su mano.

Se colocó junto al micrófono e inició su discurso, que no fue una plática placentera y alentadora para un país que está destrozado. En lugar de eso, advirtió a los estadounidenses que otros compatriotas son una amenaza para el país.

“Nuestro país está atestiguando una implacable campaña para borrar nuestra historia”, advirtió Trump. “Una de sus armas políticas es cancelar el futuro. Esta es la exacta definición del totalitarismo”.

“Este ataque a nuestra libertad, a nuestra magnificente libertad, deber ser detenida”, dijo el presidente.

Prometió salvar los monumentos, defenderlos y utilizar todo el peso del Gobierno federal para proteger a esas gigantescas figuras de piedra y bronce.

¿Y por qué no? Es mucho más fácil acordonar una estatua, rodearla con oficiales de Policía que llegar a un buen acuerdo con la sangre y gloria, la crueldad y la buena voluntad que construye este país y que lo obsesiona.

Trump se burló de la “justicia social”. Hizo referencia a Martin Luther King Jr., cuyas palabras han sido tan repetidas, y descontextualizadas por políticos errantes que se han convertido en una armadura retórica. Todos aluden a King, algunos se paran sobre sus hombros y otros se ocultan detrás de él.

Trump leyó torpemente lo que podría ser mejor descrito como una entrada de Wikipedia de los cuatro presidentes representados en el Monte Rushmore: Theodore Roosevelt, George Washington, Thomas Jefferson y Abraham Lincoln.

Y luego recitó sus estribillos conocidos: que van desde estar en contra de los atletas que se arrodillan para protestar por la injusticia racial, se volvió a comprometer a construir su muro, y prometió poner primero a Estados Unidos.

Defendió la Segunda Enmienda y nunca dejar de financiar a la Policía. Lo anterior forma parte del juramento que hizo como presidente, y lo último no depende de él. Pero no importa. Son sus petardos de campaña.

Los asistentes corearon “USA, USA”. La multitud exigió “cuatro años más”. El presidente no habló del coronavirus, que ha matado a más de 130 mil estadounidenses. Pero a sus simpatizantes no parece importarles.

Trump dejó el micrófono con la promesa que les hizo a los asistentes de que lo mejor aún está por llegar. Si esta noche el presidente le aseguró algo al país con sus palabras de moda y generalidades, con el empleo de la palabra nosotros contra el tono de los otros estadounidenses, fue que los monumentos iban a estar a salvo.

Defendió la fábula y mitología estadounidense. Faltó la verdad. Luego, el cielo que está sobre la montaña explotó en un arcoíris de luces, una lluvia de fuego y llamas en espiral. El espectáculo fue bello, como tienden a ser los fuegos artificiales.

Cando terminó el espectáculo, una nube de humo permaneció allí. La audiencia estuvo contemplando el cielo. Y luego, el presidente desapareció.

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