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Opinion El Paso

Trump, o el último bastión del Estados Unidos blanco

Se ha centrado por completo en el temor al remplazo o, como a veces le llaman, “el gran remplazo”

Roger Cohen / The New York Times

martes, 20 octubre 2020 | 06:00

Nueva York— Menos de veinte días. El camino hacia estas elecciones ha sido largo y difícil. Veo rostros temerosos, los de los migrantes angustiados en la frontera con México, y rostros llenos de odio, los de los nacionalistas blancos en Charlottesville que corean: “Los judíos no nos remplazarán”.  

Donald Trump se ha centrado por completo en el temor al remplazo o, como a veces le llaman, “el gran remplazo”. El mandatario ha sido el bastión, me veo tentado a decir que el último bastión de los blancos contra las personas de otras razas.   

De los nacionalistas que proclaman “Estados Unidos primero” contra los migrantes; de las personas heterosexuales contra la comunidad LGBTQ; de la gente armada contra la que no porta armas. De Trump contra todos aquellos que cree que remplazarían a los que son como él.

Se han usado todos los medios: mentiras, brutalidad, instigación. Pero el temor ha sido la principal arma de Trump. El temor, que depende de incitar al enfrentamiento entre grupos distintos, es lo que prevalece en el mandato de Trump. Por lo tanto, no sorprende que el Estados Unidos que está a punto de votar esté quizás más fracturado que nunca desde la guerra de Vietnam. 

“El gran remplazo” es una frase que suele atribuirse al escritor francés Renaud Camus, quien afirmó: “El gran remplazo es muy sencillo. Tenemos un pueblo y, en el transcurso de una generación, tenemos otro diferente”. 

Desde luego, esa es una buena definición de Estados Unidos. 

De su vitalidad, su revuelo, su reinvención, su receptividad intrínseca. El Estados Unidos que Trump negaría. Él desea preservar intacto un Estados Unidos blanco. Una mezcla extraña entre Norman Rockwell y la serie “Mad Men”, en un Estados Unidos imaginario que se pavonea por un mundo que se doblega a su voluntad. Detrás de “Estados Unidos primero” se esconde una doctrina muy poco estadounidense.

El cambio puede ser atemorizante, y en torno a ese temor gira la teoría conspirativa del gran remplazo. Camus advierte de manera grotesca acerca de un “genocidio mediante la sustitución”, el remplazo de un orden establecido por los franceses y europeos blancos con hordas de musulmanes en una conspiración orquestada por élites cosmopolitas. En el caso de Trump, un orden establecido por estadounidenses blancos que son remplazados por violadores mexicanos morenos y saqueadores afroamericanos.  

A Francia le inquietan los musulmanes del norte de África. A los alemanes alguna vez les preocupó tanto que los judíos los remplazaran que asesinaron a seis millones de ellos. En un mundo de migraciones masivas, el temor se dispara: ¡se perderá o se debilitará en cierto grado la idea de la nación!  

Hoy en día, Estados Unidos es especialmente susceptible al temor debido a que el mundo ha cambiado de maneras desconcertantes. El poder se ha trasladado hacia el este, a Asia. Estados Unidos no ha ganado sus últimas guerras. Para mediados del siglo, los blancos no latinos serán menos del 50 por ciento de la población.

Es atemorizante ver que una industria desaparece, como la del carbón en Kentucky. Trump comprendió que podía ser el portavoz de ese temor. ¡Construiría un muro para que no entraran esas personas morenas! 

Es un impostor. Levanta el pecho, al estilo Mussolini, pero es un cobarde con espolones óseos. Le tiemblan las extremidades al bajar por una rampa estrecha. Es bueno para azuzar a la gente. Es bueno para destruir. Pero no es bueno para hacer nada constructivo. 

Menos de veinte días

Estados Unidos decidirá si optar por el futuro o encerrarse de manera autodestructiva dentro de una fantasía distorsionada del pasado. Decidirá si reinventarse una vez más o volverse un país mezquino y todavía más absorto en sí mismo.

Como lo señaló Edward R. Murrow: “No podemos defender la libertad en el extranjero si la descuidamos en nuestro país”.  

Eso sucedió en 1954, en el peor momento del macartismo. Para el senador Joseph McCarthy, el peligro para la república venía de la infiltración comunista en la vida estadounidense. El verdadero peligro procedía de sus obsesiones. De las depuraciones y de la lista negra que etiquetó a un sinnúmero de ciudadanos como antiestadounidenses.

El gran periodista Murrow se enfrentó a McCarthy.

Donald Trump hace las cosas al estilo de McCarthy. Se ocupa de espectros: inmigrantes, musulmanes, morenos, negros y miembros de la comunidad LGBTQ. 

No obstante, al igual que con McCarthy, el verdadero peligro procede de las obsesiones de Trump, no de estos enemigos imaginarios.

La libertad estadounidense está en deterioro. La libertad de pensamiento, ya que el pensamiento depende de la verdad. La libertad de disentir, puesto que Trump cree tener el derecho de “hacer lo que quiera como presidente”. La libertad de respirar, en vista de que el trumpismo, su nepotismo, su deseo de quedar bien con dictadores, su incesante “ruido”, es asfixiante.

La libertad inseparable de la idea estadounidense que yo, un estadounidense naturalizado, considero sagrada con un fervor irracional.

No, no podemos defender la libertad en el extranjero si la descuidamos en nuestro país. Así solo defendemos a quienes pisotean la dignidad y los derechos humanos. Tal como lo ha hecho Trump con un arrogante desenfreno. 

¿Es descabellado ver un renacimiento en un Joe Biden de 77 años? No. Vivimos en el mundo real, donde lo perfecto no puede ser enemigo de lo bueno. La indecencia exige la restauración de la decencia. Esa es la zona de impacto de estas elecciones. Las opciones fueron muy evidentes en los eventos públicos televisados el jueves, cuando Trump soltó una perorata de descabelladas teorías conspirativas de extrema derecha mientras Biden tuvo la honestidad autocrítica de decir que, si perdía, sería por haber sido un “pésimo candidato”. Biden no es un pésimo candidato; es un buen hombre, un hombre valiente. Me quito el sombrero ante cualquier padre que sobrevive con tal dignidad a la pérdida de dos de sus cuatro hijos.

Sobre McCarthy, Murrow señaló: “Él no generó esta situación de temor; simplemente la aprovechó… y con gran éxito. Casio tenía razón. ‘La culpa, querido Bruto, no es de nuestras estrellas, sino de nosotros mismos’”. 

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