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Opinion El Paso

¿Será que la elección se volverá acerca de RBG?

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Maureen Dowd /The New York Times

miércoles, 23 septiembre 2020 | 06:00

Washington— Antes era bastante optimista y creía que el país saldría ileso de los años de Donald Trump.  

En 2016, Estados Unidos se enojó… y enloqueció. Este gobierno ha desatado tantas situaciones infernales que un retrato de los últimos cuatro años se parece mucho a un cuadro del Bosco. Sin embargo, la idea de este país es tan extraordinaria que seguramente podía sobrevivir a un timador soso que se coló. 

Ahora es posible que hayamos pasado un punto sin retorno. Sin importar quién gane en noviembre, ¿podrán reducirse las divisiones profundas?

La impactante noticia de la muerte de Ruth Bader Ginsburg el viernes garantizó una hoguera política. El presidente Donald Trump está en una posición de remodelar la Corte Suprema hasta mucho después de su periodo en el cargo con un tercer juez, lo cual les daría a los conservadores una mayoría de 6 a 3. 

En vista de que los demócratas seguían dolidos por la negativa de los republicanos a considerar al candidato de Barack Obama, Merrick Garland, para la corte, esto los llevará al límite, y quizá a las urnas, sobre todo a las mujeres. La base de Trump también podría correr a votar, dado que el presidente ha hablado de nominar a Tom Cotton o a Ted Cruz, con el objetivo de armar una corte que anule el caso de Roe contra Wade (que despenalizó el aborto inducido). Mitch McConnell afirmó el viernes que el candidato nominado por Trump —esperemos que no sea Jeanine Pirro— se someterá a votación en el Senado. 

“No podemos permitir que el día de las elecciones llegue y termine con una decisión judicial dividida de cuatro contra cuatro en la corte”, le dijo Cruz a Sean Hannity.

Imaginen un resultado como el de Bush contra Gore con una corte dividida cuatro contra cuatro.

Resulta que los fundadores crearon un país dolorosamente vulnerable a quien sea que ocupe la presidencia en un momento dado. Asumieron que los futuros presidentes atesorarían lo que ellos habían creado con tanta aflicción y que seguirían tejiendo y uniendo a distintos tipos de personas provenientes de diferentes lugares con intereses económicos distintos. 

No obstante, ahora que tenemos un presidente que toma esas agujas de tejer y apuñala al país una y otra vez con ellas, podemos ver cuán frágil es todo esto en realidad.  

Todo lo que antes dábamos por sentado —desde la ética presidencial hasta la integridad electoral y un fiscal general apolítico— se ha hecho añicos en el aire. El presidente que no cree en la ciencia ha estado realizando un experimento científico durante cuatro años: ¿qué le pasa a un país cuando tiene un presidente que hace todo en su poder para dividirlo?  

No fue hace mucho que Obama empezó a encaminarse hacia la Casa Blanca con un discurso conmovedor acerca de ignorar a aquellos que fragmentan nuestra nación en estados rojos y azules porque estos son los Estados “Unidos” de América.

Ahora Trump culpa de todo a los “estados azules mal gestionados” y a las “ciudades demócratas”. Claramente no se considera a sí mismo como el presidente de una mayoría del país. Siempre que habla de la mitad del país que no votó por él, pinta la imagen de un infierno urbano sacado de una película de Scorsese en cuanto se cruzan las fronteras estatales.  

El miércoles, el presidente ofreció la vil hipótesis de que la cifra de muertes por coronavirus no sería tan mala “si no se cuentan los estados azules”.   

Como el presidente de los Estados Rojos Unidos, Trump “suele dividir al país entre las áreas que lo apoyan y las que no; recompensa a las primeras y critica a las segundas”, escribió Peter Baker de The New York Times.

La línea entre la política y el gobierno sin duda puede ser difusa. Pero con Trump, no existe tal línea. 

Jared Kushner le presumió a Bob Woodward que Trump puede “hacer enojar al otro bando al pelearse con ellos y obligarlos a tomar posturas estúpidas”. Woodward escribe que Kushner le dijo a un socio: “Los demócratas están enloqueciendo tanto que básicamente están defendiendo a Baltimore”.

Esta alegre apreciación de parte de Kushner, dueño de una compañía que posee y opera diversas propiedades en Baltimore, es el colmo del cinismo.

La ansiedad relacionada con nuestra naturaleza díscola se reflejó en la pregunta que hizo Susan Connors la noche del jueves en el foro abierto de Joe Biden en CNN. 

“Señor vicepresidente”, dijo, “veo el letrero en apoyo a Biden que tengo instalado en mi patio delantero y observo un mar de banderas y letreros pro-Trump en los jardines de mis vecinos. Y mi pregunta es: ¿cuál es su plan para construir un puente, para conectar con los votantes del partido contrario, para guiarnos hacia adelante, hacia un futuro común?”.  

Biden respondió con un tono tranquilizante y alentador al decir que recogería esas agujas de tejer una vez que Trump se hiciera “a un lado, con su actitud virulenta, y su manera de simplemente perseguir a las personas, de vengarse”.   

Sin embargo, ¿será así de fácil? El ecosistema cultural y los pantanos febriles de las redes sociales que amplifican la locura de Trump seguirán ahí. Fox News y Facebook seguirán validando los prejuicios y las teorías conspiratorias de una nación que cada vez se siente más orgullosa de su ignorancia, su antiintelectualismo y su rechazo a la ciencia. 

¿Acaso el simple hecho de que la contienda sea así de reñida, cuando Biden debería derrotar a Trump sin problema, en vista de la negligencia mortal y el subterfugio caprichoso del presidente ante el virus y su demagogia racial, no comprueba que nuestras realidades son tan discrepantes que unirnos será como limpiar una docena de establos del rey Augías?  

Después de que el libro de Woodward reveló que Trump sabía desde el inicio cuán peligroso era el virus pero le restó importancia, escuché reacciones de esos dos universos alternos. 

“Apenas puedo respirar, es increíble”, dijo mi amiga Rita con furia.

“Solo trataba de levantarle el ánimo a la gente”, dijo mi hermana Peggy con calma.

En Duluth, Minnesota, el viernes, en un mitin de campaña, un hombre con una gorra de MAGA (Hagamos a Estados Unidos grandioso de nuevo) abucheó a Biden y le dijo que jamás ganaría. Biden se acercó al hombre de la realidad alterna, lo saludó con el codo y le aseguró que si ganaba, también trabajaría por él. 

Si McConnell se sale con la suya, ese trabajo no incluirá remplazar a RBG.

La jueza Ruth Bader Ginsburg en su despacho en la Corte Suprema en Washington, el 23 de agosto de 2013. 

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