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Opinion El Paso

Racismo entre latinos

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Jorge Ramos Ávalos/Periodista

domingo, 16 octubre 2022 | 06:00

Este es un tema difícil pero no por eso lo podemos evitar: hay racismo dentro de la comunidad latina en Estados Unidos. De la misma forma en que hemos condenado cuando alguien hace comentarios racistas contra nosotros, también debemos denunciar cuando esas expresiones surgen de una o varias personas dentro de nuestro propio grupo.

Los comentarios y actitudes despectivas de tres miembros del concejo de la ciudad de Los Ángeles y de un líder sindical, grabados en octubre del 2021, son deleznables y vergonzosos. La ahora ex presidenta del concejo, Nury Martínez, quien fue obligada a renunciar, insultó vulgarmente a un niño afroamericano y a inmigrantes oaxaqueños, mientras los otros participantes en una llamada –los concejales Kevin de León y Gil Cedillo, y el sindicalista Ron Herrera– comentaban afirmativamente o se quedaban callados.

El racismo dentro de la comunidad latina es un secreto a voces. Se da tanto en América Latina –que es la zona con mayor desigualdad social del mundo– como en ciudades estadounidenses con alta concentración de hispanos. Ese racismo, combinado con el clasismo, ha creado durante generaciones las más horribles y penosas divisiones basadas en origen étnico y color de piel.

“Las personas piensan que el racismo no migra, que el racismo se aprende de la gente blanca estadounidense”, me dijo en una entrevista Janvieve Williams, fundadora de la organización AfroResistance. “Y eso no es cierto. Son mentiras. Básicamente el racismo viene de nuestros países de Latinoamérica y el Caribe. Y como las personas migramos, el racismo también migra”.

“Ser hispanos no nos exime de ser racistas”, escribió hace poco Ilia Calderón, mi compañera en el Noticiero Univisión, nacida en el departamento del Chocó, en Colombia, y una poderosa voz de defensa para los afrodescendientes. “Las frases que se filtraron (en Los Ángeles) son recurrentes en empresas, en escuelas, en universidades, en la calle, en el autobús y en el tren. Pero nacen de las mesas de muchas casas y en nuestros círculos cercanos, bajo las mojigatas risitas y el silencio cómplice de quienes pueden hablar y no lo hacen”.

Por eso hay que denunciar el racismo venga de donde venga.

Cuando Donald Trump, al anunciar su campaña presidencial en 2015, hizo unos comentarios racistas -dijo que los inmigrantes mexicanos eran criminales y “violadores” –inmediatamente lo denunciamos.

Lo mismo hice cuando Trump me expulsó de una conferencia de prensa diciendo que me “regresara a Univisión” –en realidad estaba diciendo que me regresara a México– o cuando aseguró que el juez Gonzalo Curiel no podía realizar bien su trabajo solo por su origen “mexicano”.

Así como denunciamos a Trump por esos comentarios racistas, también estamos obligados a hacer lo mismo cuando miembros de nuestra propia comunidad son los que expresan palabras ofensivas.

No importa quién hizo esa grabación de 80 minutos ni por qué tardó un año en hacerla pública de manera anónima. Lo fundamental es que esto deja al descubierto un serio problema social que hay que enfrentar.

Las palabras del concejal Mike Bonin –cuyo hijo adoptado es afroamericano y fue insultado por la entonces presidenta del concejo– marcan el camino a seguir: “Necesitamos una ciudad que no solo publique un documento de indignación sobre lo que pasó, sino que haga algo para evitar que un pequeño niño negro, o una joven latina, tengan que escuchar algo así”.

Por la fuerte respuesta de muchas organizaciones que inmediatamente salieron a protestar y a pedir la renuncia de los concejales grabados, quiero creer que hay un pequeño avance. Y que algo así no volverá a repetirse.

Contrario a algunos de sus mayores, una nueva generación de hispanos –nacidos con el internet, la diversidad racial y la globalización– es más sensible a estos temas. Además, la representación es esencial. Si un político afrodescendiente o de origen indígena hubiera estado en esa plática en Los Ángeles, estoy seguro que el tono y la respuesta habrían sido distintos, sin ese dolorosísimo silencio cómplice de los participantes. Cuando oyeron las palabras racistas de la presidenta del concejo contra un niño, ¿por qué esos tres hombres se quedaron sin decir nada?

La lección es clara: ante el racismo, nunca nos podemos quedar callados.

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