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Opinion El Paso

Premio Nobel nos recuerda que no todos tienen libertad de prensa

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Hamid Mir/The Washington Post

lunes, 18 octubre 2021 | 06:00

Washington— Justo tres días antes del asesinato de Zehri, el Comité Noruego del Premio Nobel envió una señal de apoyo para el periodismo independiente al otorgar su Premio de la Paz a los periodistas Maria Ressa de Filipinas y Dmitry Muratov de Rusia.

El asesinato de un periodista paquistaní justo días después del anuncio del Premio Nobel ilustra vívidamente las crecientes amenazas a la libertad de prensa en todo el mundo. Estamos acostumbrados a escuchar acerca de las medidas estrictas aplicadas contra la prensa en las autocracias como Rusia. Sin embargo, Filipinas es por lo menos ostensiblemente una democracia —lo mismo que Pakistán—.

El año pasado, la Federación Internacional de Periodistas publicó un informe oficial que identifica a los cinco países más peligrosos para los periodistas en el mundo. Pakistán e India están incluidos en la lista, junto con Irak, México y Filipinas.

Hay que tomar nota que esos cinco países dicen ser democracias. Todos tienen elecciones de manera habitual, también tienen mandatarios electos y aseguran tener instituciones democráticas.  Sin embargo, el trato que les dan a los periodistas es una historia totalmente diferente.

De acuerdo a la UNESCO, casi mil 500 periodistas han sido asesinados en todo el mundo desde 1993. En la década pasada, más de 50 fueron sacrificados en Pakistán y aproximadamente 40 en India. Nueve de cada 10 asesinatos de periodistas usualmente quedan sin resolver.

Las Naciones Unidas y sus dependencias filiales han tratado de destacar el problema de la impunidad, que no sólo representa una amenaza para la libertad de prensa sino también debilita los fundamentos constitucionales de las democracias. En el 2012, las Naciones Unidas anunciaron un plan de acción para la seguridad de los periodistas, aunque ha habido pocos resultados positivos.

Personalmente, he conocido y trabajado con muchos mártires de los medios de comunicación. No puedo olvidar mi última conversación con el periodista paquistaní Hayatullah Khan, quien fue asesinado en el norte de Waziristan en el 2006. Me dijo que la administración local no estaba contenta con sus reportajes.

Ellos le advirtieron que dejara su trabajo o abandonara el lugar. Me preguntó qué debía hacer. Le aconsejé que se quedara y siguiera trabajando. Unos días después fue asesinado.

Otros periodistas paquistaníes y yo exigimos que una comisión judicial investigara su homicidio. La comisión fue establecida y su valiente esposa decidió usar su testimonio para exponer a los asesinos de su esposo. Eso fue su más grande error pronto después de eso, ella también fue asesinada con una bomba.

Finalmente, lleno de culpa, tuve que decirle al hermano menor de Khan que abandonara el lugar con el resto de la familia. A la familia no le hicieron justicia.

En el 2018, el periodista Shujaat Bukhari de Kashmiri me contó que estaba recibiendo amenazas en India. Unos días después, fue asesinado en Srinagar. En el 2017, escribí un artículo sobre el asesinato de la periodista hindú Gauri Lankesh, a quien nunca conocí personalmente, aunque interactuamos a través de las redes sociales.

Muchos lectores de Pakistán me preguntaron por qué estaba tan triste por la muerte de una periodista hindú. Les respondí que tal vez quería que sus amigos y familiares supieran que entiendo el dolor que causan las heridas de bala porque yo tengo dos balas alojadas en mi cuerpo después de un atentado contra mi vida en el 2014.

Necesitamos alzar la voz unos por otros porque las amenazas a la libertad de prensa están propagándose por todo el mundo. El aspecto más perturbador es que no haya justicia. Sólo puedo decir que las democracias como Pakistán e India se han convertido en peligrosas para la libertad de prensa porque está ausente el imperio de la ley.

En el sur de Asia en particular, el disentir ha estado enfrentando una guerra organizada del Estado y actores no estatales durante muchos años.

Hace unos años, un valiente periodista de Sri Lanka de nombre Lasantha Wickrematunge pronosticó su asesinato en su último editorial. Él era un crítico del entonces presidente de Sri Lanka Mahinda Rajapaksa, quien actualmente es primer ministro.

Un día, Wickrematunge fue llamado por el presidente y lo amenazó diciéndole que sería asesinado si seguía escribiendo. Ese valiente periodista se rehusó a escucharlo.

Las últimas líneas del último editorial de Wickrematunge siguen siendo relevantes para todos nosotros. Se refirió a las famosas palabras del sacerdote alemán y víctima de un campo de concentración nazi, Martin Niemöller: “Primero vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío. Luego vinieron por los comunistas y yo no dije nada porque no era comunista. Luego vinieron por los sindicatos comerciales y yo no dije nada porque yo no pertenecía a un sindicato comercial. Luego vinieron por mí y no queda nadie que pueda hablar por mí”.

Wickrematunge no estaba luchando por él mismo. Estaba luchando por todos los periodistas. Estaba luchando por los valores democráticos. Su familia sigue gritando que se haga justicia. Puedo mencionar muchos más ejemplos —sólo hay que recordar a Jamal Khashoggi—. La inmensa mayoría de los periodistas asesinados en la línea del deber han sido silenciados sin ninguna responsabilidad para los asesinos.

Deberíamos recordar las palabras de Wickrematunge. Ellos ya están viniendo por los periodistas, si alguien no toma acción, no quedará nadie que hable por el resto de nosotros.

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