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Opinion El Paso

¿Por qué seremos el escarnio de nuestros bisnietos?

En los últimos 200 años, el mundo se ha vuelto mucho más sensible a los derechos de los animales

Nicholas Kristof / The New York Times

martes, 14 julio 2020 | 06:00

Nueva York— Mientras derribamos estatuas y nos replanteamos el valor de algunas figuras históricas, me he estado preguntando qué es lo que a nuestros bisnietos les parecerá desconcertantemente inmoral de nuestra época, y de nosotros.

¿Cuáles de los héroes actuales serán desacreditados? ¿Qué estatuas serán derribadas? ¿Qué considerarán las generaciones posteriores como nuestras carencias éticas?

Creo que será nuestra crueldad hacia los animales. La sociedad moderna se basa en la agricultura industrial para producir proteínas que sean baratas y abundantes. Pero causa sufrimiento a los animales a una escala incalculable.

En los últimos 200 años, el mundo se ha vuelto mucho más sensible a los derechos de los animales. Por ejemplo, en la Europa feudal, un juego consistía en clavar un gato a un poste y darle cabezazos hasta matarlo; ahora, un número creciente de estados ha aprobado leyes de protección de los animales, McDonald’s se está convirtiendo en una empresa que cocina con huevos de gallinas libre, y hay debates legales sobre si ciertos mamíferos deberían tener capacidad para demandar en los tribunales.

El resultado son casos judiciales como el de la Comunidad de Cetáceos contra Bush, en el que los demandantes eran ballenas, delfines y marsopas; y Naruto, un macaco crestado, contra Slater.

El Papa Francisco piensa que los animales van al cielo, y muchos humanos estarían de acuerdo: el paraíso se vería empobrecido sin mascotas.

Sin embargo, aunque adoramos a nuestras mascotas y las mimamos, un perro en una familia rica a veces recibe mejor atención médica y dental que un niño en una familia pobre, nosotros como sociedad a menudo no extendemos esta empatía a los animales de granja que no vemos, especialmente a las aves de corral.

Unos 9 mil 300 millones de pollos fueron sacrificados el año pasado en Estados Unidos, 28 por cada estadounidense, y así es como se matan típicamente: los trabajadores meten las patas de los pollos en grilletes de metal, y las aves se transportan de cabeza a una bañera electrificada que las aturde antes de que una sierra circular les corte el cuello y las sumerja en agua hirviendo.

Incluso cuando este sistema llegar a funcionar perfectamente, a los pollos a veces se les rompen las patas o las alas al estar encadenados. Cuando el sistema falla, no se adormecen, y luchan frenéticamente mientras son llevados a la sierra. La sierra también en ocasiones falla al matar a muchas aves, el Departamento de Agricultura dijo que 526 mil pollos no fueron sacrificados correctamente el año pasado, y algunas son hervidas vivas.

Un niño que arranca las plumas de un pájaro puede ser castigado, pero los ejecutivos de las empresas que torturan a miles de millones de pájaros son recompensados con acciones en el mercado.

La agricultura industrial también menoscaba a los trabajadores en la primera línea, desde los agricultores que luchan por criar animales hasta los mal pagados y mal protegidos empleados de los mataderos que ahora se enferman de coronavirus.

Frente a todo esto, las actitudes están cambiando: alrededor del ocho por ciento de los jóvenes adultos estadounidenses dijeron en 2018 que eran vegetarianos, comparado con solo el dos por ciento de los estadounidenses de 55 años o más.

Me convertí en vegetariano hace casi dos años (no en uno estricto, y sí como pescado) porque mi hija me regañó (“proporcionó orientación moral” sería una expresión más agradable), y sospecho que las consideraciones éticas y ambientales, y la creciente disponibilidad de sabrosas alternativas a la carne, llevarán a nuestros descendientes a comer menos carne y a desconcertarse de nuestra aceptación casual de un modelo agrícola industrial construido sobre la base de la crueldad a gran escala.

“Un día las generaciones futuras considerarán nuestro abuso de los animales en las granjas industriales con la misma actitud que tenemos hacia las crueldades de los ‘juegos’ romanos cometidas en el Coliseo”, me dijo Peter Singer, un filósofo de la Universidad de Princeton. “Se preguntarán cómo pudimos estar ciegos ante el sufrimiento que estamos infligiendo tan innecesariamente a miles de millones de animales”.

Una segunda área que creo que dejará a las generaciones futuras desconcertadas por nuestra falta de corazón es nuestra indiferencia ante el sufrimiento en los países empobrecidos. Más de 5 millones de niños pequeños morirán este año en todo el mundo por diarrea, desnutrición u otras dolencias; dejamos que estos niños perezcan prácticamente debido a nuestro propio tribalismo. No son una prioridad para nosotros.

Aunque denuncié el maltrato de los pollos de engorda, es justo señalar que solo alrededor del 5 por ciento de esas aves mueren prematuramente. Por el contrario, el 7.8 por ciento de los niños del África subsahariana mueren antes de los 5 años, según UNICEF. Así que las desalmadas preocupaciones de la agroindustria hacen un mejor trabajo asegurando la supervivencia de los polluelos que la comunidad internacional a veces hace por los bebés humanos.

Una tercera área donde sospecho que nuestros descendientes nos juzgarán duramente es el cambio climático. El negacionismo de nuestra generación llevará a un clima más extremo, más casas inundadas, más olas de calor, y al resentimiento de que los humanos de principios del siglo XXI fueron tan egoístas como para negarse a tomar medidas pequeñas para reducir las emisiones de carbono.

Planteé este tema de nuestros puntos ciegos morales en mi boletín de correo electrónico el otro día, y un lector, Brad Marston, profesor de Física de la Universidad de Brown, lo expresó de esta manera: “En 100 años nuestra generación podría ser tan mal considerada como lo son hoy los racistas del siglo XIX (o peor), debido a nuestro fracaso en abordar el cambio climático, que deja un planeta dañado y posiblemente arruinado para las generaciones futuras”.

Así que estoy a favor de reexaminar la historia y quitar las estatuas de los generales confederados. Pero igual de importante es nuestra obligación de pensar profundamente en nuestra propia miopía moral y ocuparnos de ella mientras aún hay tiempo.

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