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Opinion El Paso

Los obispos traicionan a un presidente devoto

Esta no es la primera vez que desafían a un católico practicante que apoya el derecho al aborto.

Tom Perriello/ The New York Times

jueves, 24 junio 2021 | 06:00

New York— La última vez que comulgué fue en El Salvador, no mucho antes de la pandemia. Como católico, me gusta explorar cómo viven y enriquecen la misa diferentes culturas. Además, tenía una razón más urgente para buscar este ritual en el extranjero. Era mi única oportunidad de participar en la eucaristía porque hace diez años decidí, sin jactarme de ello, que no me sentiría bien de hacerlo bajo el auspicio de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos.

Aunque la Iglesia católica dista mucho de ser infalible en el extranjero, a menudo soy testigo de acciones de líderes católicos que me recuerdan por qué mi fe me llevó a la vocación de promover la paz y la justicia. No obstante, en mi país natal, los esfuerzos constantes de los obispos conservadores de Estados Unidos por decidir qué fieles reciben la comunión, aun cuando ellos no practican la confesión ni la penitencia que exigen a los demás, refuerza por qué suelen quedarse solos.

En su reunión del viernes pasado, los obispos pudieron haber manifestado su apoyo a los movimientos actuales que abogan por la justicia económica y racial. Pudieron haber respaldado los esfuerzos del Congreso de velar por la dignidad de los niños, los padres, los adultos mayores y los trabajadores que los cuidan. En cambio, estos hombres que tienen vivienda, atención médica y un ingreso garantizados de manera vitalicia votaron para respaldar una medida que podría ser el primer paso para limitarle la comunión al presidente Joe Biden, un hombre compasivo y empático que no hace alarde de su fe.

Esta no es la primera vez que los obispos desafían a un católico practicante que apoya el derecho al aborto. El ex senador de Massachusetts John Kerry estuvo en la mira de los obispos conservadores, algunos de los cuales incluso criticaron al arzobispo de Boston por oficiar las exequias del ex senador Ted Kennedy.

He trabajado en temas de paz y justicia en mi país y en el extranjero y siempre me llamó la atención la miopía de los obispos estadounidenses. No obstante, mis experiencias con ellos durante mi breve estancia en el Congreso me impactaron. Como representante pude ver cómo usaron la teología a su conveniencia para promover fines partidistas en favor de una futura Corte Suprema, en lugar de en beneficio de sus feligreses, que tienen grandes dificultades para costear la atención médica.

En un momento en el que la Iglesia podría predicar responsabilidad moral con el ejemplo haciendo un ajuste de cuentas por sus décadas de criminalidad y corrupción, opta en cambio por la agenda partidista de sus grandes donadores y la misoginia inherente en su estructura. Ha elegido ser un ejemplo del llamado catolicismo de cafetería, del que acusa a los reformistas. Sus declaraciones carecen de la claridad moral de sus hermanos salvadoreños a la hora de denunciar, por ejemplo, el autoritarismo o el papel de los gigantes tecnológicos en la difusión del odio y la mentira o a los funcionarios electos que obstruyen los esfuerzos por humanizar nuestra economía.

Mientras crecía en los alrededores de Charlottesville, Virginia, pasaba todos los domingos escuchando los sermones de los sacerdotes sobre las horribles atrocidades cometidas contra civiles inocentes —incluso monjas— en Centroamérica y sobre la complicidad de nuestro gobierno. Oímos hablar de la pobreza extrema, con el claro mensaje de que no dedicar nuestra vida a solucionar estas injusticias podría llevarnos a la condena eterna.

Suelo decir en broma sobre mi carrera dedicada a la paz y la justicia que llegué a ella por la culpa y me quedé por la dicha. Este llamado acabó por llevarme a Honduras, Sierra Leona y Afganistán, así como a comunidades estadounidenses en problemas. Solo el tiempo me permitió valorar la bendición de crecer en la diócesis de Richmond del obispo Walter Sullivan, con su grupo de sacerdotes de mentalidad reformista que acudían a ella para obtener protección de los conservadores. El obispo Sullivan, quien radicaba en la antigua sede de la Confederación, fue una fuerza inquebrantable a favor de la justicia racial y la sanación, un antagonista del antisemitismo, además de un aliado para poner fin a las guerras sucias en Centroamérica.

Los líderes católicos laicos y los miembros clero que me inspiran suelen ser aquellos que viven el Evangelio cada día y no solo lo leen desde el púlpito el domingo. Cuando visito la frontera o las zonas de los Apalaches devastadas por los opioides, soy testigo de que la hermana Beth Davies o la hermana Norma Pimentel viven el Evangelio cada vez que respiran. Y sí, vi al arzobispo Wilton Gregory marchar con los que exigimos que las vidas negras importen y al obispo Seitz predicar por una frontera compasiva. Como enviado especial de Estados Unidos a la región africana de los Grandes Lagos, estuve con los valientes obispos congoleños que lo arriesgaron todo para defender los derechos humanos y convencieron al Vaticano de que patrocinara las negociaciones de paz que sentaron las bases para la primera transferencia del poder pacífica y democrática en aquel país.

Los obispos católicos de El Salvador, país donde san Óscar Romero fue asesinado por defender a los pobres y a los vulnerables, también se reunieron hace poco. Eligieron adoptar una postura valiente en contra de la estrategia del presidente Nayib Bukele para consolidar el poder y crear impunidad para la corrupción. También le enviaron al gobierno de Biden un mensaje claro de que el “discurso inflexible” en la frontera solo ayuda a los coyotes y a las mafias a extorsionar con más dinero a los que están en mayor riesgo.

Estos son los verdaderos líderes católicos y los que espero funjan como los enviados de Dios para aconsejar al presidente Biden.

Anhelo volver a comulgar cuando se reanuden los viajes y sentirme inspirado cada día por el clero católico y sus colegas laicos cuya fe los inspira a servir. Sigo faltando a mi fe y me siento culpable, como le sucedería a cualquier católico. Esta semana, rezo porque los obispos estadounidenses reflexionen sobre el mensaje del papa Francisco de que la comunión “no es la recompensa de los santos, sino el pan de los pecadores”. En lugar de preguntarse si creen que el presidente Biden es digno de recibir la comunión, rezo para que se pregunten qué deben hacer para reconstruir la autoridad moral que necesitan para ofrecernos la comunión a todos los demás.

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