Opinion El Paso

Los demócratas de los muertos vivientes

En los Estados Unidos modernos, las ideas zombis más importantes están en la derecha y siguen sin morir

Paul Krugman / The New York Times

miércoles, 19 febrero 2020 | 06:00

Madrid— En este momento me encuentro en España hablando sobre ideas zombis (ideas a las que la evidencia debería haber eliminado, pero que siguen moviéndose a trompicones). En los Estados Unidos modernos, las ideas zombis más importantes están en la derecha y siguen sin morir gracias a los grandes capitales de los multimillonarios que tienen un interés financiero en que la gente crea cosas que no son ciertas.

Sin embargo, algunas ideas zombis también se las arreglan para comerse el cerebro de los centristas. Como era de esperarse, algunos de los zombis más destructivos de la última década se han abierto paso hasta la contienda de las elecciones primarias demócratas, donde un par de centristas están repitiendo ideas que hace años fueron desmentidas en su totalidad.

Sucede que la experiencia de Europa (en particular la de España) provee algunas de las balas que deberíamos estar usando contra estos zombis para darles el tiro de gracia.

Entonces vamos a comenzar con los orígenes de la crisis financiera de 2008, un tema que sigue siendo pertinente si no queremos repetir errores pasados.

Aunque pocos vieron venir lo que sucedería en 2008, en retrospectiva fue un clásico pánico bancario, el tipo de cosa que solía ocurrir con frecuencia antes de la década de 1930. Primero, los prestamistas se vieron atrapados en la gigantesca burbuja de la vivienda; luego, cuando la burbuja reventó, la mayor parte del sistema financiero simplemente se congeló.

¿Qué ocasionó este pánico tras dos generaciones de relativa calma financiera? La respuesta, sin duda, fue la erosión de la regulación financiera efectiva en las últimas décadas.

No obstante, los de derecha se negaron a aceptar lo evidente. En cambio, impusieron un discurso alternativo en el que los liberales de alguna manera habían ocasionado la crisis al obligar a los pobres banqueros inocentes a prestarle dinero a la gente de color (por lo general no eran tan explícitos, pero claramente ese era el mensaje). Este discurso era tan evidentemente convenenciero que cuesta trabajo creer que alguien se lo tomara en serio, pero algunos líderes de opinión se lo creyeron, entre ellos Michael Bloomberg.

A estas alturas las pruebas en contra del cuento de que fue culpa de los liberales son abrumadoras. El auge de los malos préstamos no provino ni de las agencias patrocinadas por el gobierno ni de los bancos regulados, sino de quienes originaron las hipotecas desreguladas. La gravedad de los efectos colaterales se debió a que los inversionistas creyeron, erróneamente, que los elegantes instrumentos financieros los protegían del riesgo.

Y un aspecto crucial es que la burbuja de la vivienda fue un fenómeno internacional: España tenía una burbuja más grande que la de los Estados Unidos, a la que siguió una caída aún más estrepitosa. ¿Los liberales estadounidenses forzaron a los bancos españoles a otorgar malos préstamos?

Sin embargo, la evidencia no puede matar a las ideas zombis. Los perpetradores de la mentira que culpaba a los liberales siguen por ahí, y todavía se les dan espacios para diseminar su desinformación en los medios establecidos.

Elizabeth Warren argumenta que la aceptación de Bloomberg del discurso falso de la derecha sobre la crisis financiera debería descalificarlo de la candidatura demócrata. Pero yo estaría dispuesto a dejarlo pasar si admitiera que se dejó engañar por la desinformación de la derecha. Si no está dispuesto a admitir eso, Warren está en lo correcto.    

Al mismo tiempo que Bloomberg está siendo cuestionado por su visión zombi de la burbuja inmobiliaria, Pete Buttigieg está enfrentando críticas justificadas por creerse otra idea zombi: la obsesión con la deuda pública. Esa obsesión contribuyó en gran medida a coartar la recuperación de la crisis financiera.

Siendo justos, el pánico por el déficit no era un engaño tan obvio como la afirmación de que los bien intencionados habían ocasionado la crisis financiera, aunque algunas de las voces más fuertes que condenaban los males de los déficits eran embusteros evidentes. Más bien, lo que sucedió fue que mucha gente importante creyó que hablar sobre los peligros de la deuda los hacía sonar serios, puesto que eso era lo que estaban haciendo todas las otras personas serias.

Sin embargo, a estas alturas la obsesión por la deuda ha sido completamente desmentida tanto por la investigación económica como por la experiencia. Vivimos en un mundo inundado de ahorros privados que buscan un lugar adónde ir, con inversionistas dispuestos a prestar dinero al gobierno con tasas de interés increíblemente bajas. De hecho, es irresponsable no poner ese dinero a trabajar para invertir en el futuro, tanto construyendo infraestructura física como en programas que puedan ayudar a los niños a desarrollar su potencial.

Ahora bien, el gobierno de Trump está haciendo mal las cosas: está tomando prestadas grandes sumas, pero está malgastando el dinero con recortes fiscales para las corporaciones y los ricos. No obstante, hasta un mal gasto deficitario impulsa la economía hasta cierto punto y esa es la razón por la que Estados Unidos todavía sigue creciendo de una manera razonablemente rápida mientras que Europa, que todavía sigue controlada por la ideología de la austeridad, está estancada.

Veamos: es fácil esgrimir el argumento político de que los demócratas deberían escoger a un centrista, en lugar de alguien que pertenezca a la izquierda del partido. Los candidatos que se perciben como de ideología extrema por lo general son castigados en las urnas; esto es particularmente cierto si, como hace Bernie Sanders, dicen ser más radicales de lo que realmente son.

Pero una parte clave del atractivo centrista es la creencia de que los centristas son realistas, que entienden cómo funciona el mundo. Es mucho más difícil esgrimir argumentos a favor de los centristas que repiten afirmaciones a todas luces falsas, en especial si esas afirmaciones eran básicamente propaganda de la derecha.

Como dije, podemos defender la propuesta de que los demócratas deberían, al final, nominar a un centrista. Pero ¿a un centrista a quien ciertas ideas zombis le han comido el cerebro? No tanto.

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