Opinion El Paso

Los blancos deberían leer ‘El tiempo que pasé entre los blancos’

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Esther J. Cepeda / The Washington Post

viernes, 11 octubre 2019 | 06:00

Chicago– Cuando uno crece rodeado de blancos, se convierte de muchas maneras, en alguien igual a ellos.

Nuestros vecinos de enseguida, nuestros maestros de la escuela –todos, desde la persona que está detrás de la caja registradora en la panadería, hasta el cartero. Si ellos son caucásicos y lo tratan a uno con respeto y afecto, una parte de nosotros también se convierte en blanca.

Ésa es mi historia, pero definitivamente no es lo que le sucedió a Jennine Capó Crucet, autora del reciente libro “El tiempo que pasé entre los blancos: Notas de una educación inconclusa”.

La historia de Capó Crucet me recordó el contexto que describió Michelle Obama en su libro biográfico “Becoming”. Ambas mujeres de color vivieron en una sólida clase media, crecieron en casas de una sola familia que pertenecía a sus padres, asistieron a escuelas en donde los estudiantes se veían como ellas, en comunidades en donde todos –incluyendo a los médicos, abogados y otros profesionales que fueron un modelo a seguir– compartían su raza y etnia.

Ambas mujeres asistieron a universidades elitistas y se sintieron como peces fuera del agua y aprendieron rápida y dolorosamente qué se siente tratar de vivir en espacios en donde las personas caucásicas no siempre están acostumbradas a tener a su alrededor personas como ellas.

Se necesita un tremendo nivel de habilidad, conocimiento interior y amor por los seres humanos para poder escribir acerca de tales temas como el estar “con los blancos” sin tener lectores alienados como yo, quien adora a “los blancos”.

Yo crecí entre ellos y al igual que Capó Crucet, me casé con uno de ellos.

Como tal, tengo dos reacciones a este bello y desgarrador libro.

La primera es que cualquier persona que no sea caucásica y que haya crecido en Estados Unidos fue entrenada para leer –y para interiorizarse, identificarse, disfrutar y hasta amar– historias escritas por y acerca de la experiencia caucásica.

Ésta no es una crítica, en sí misma, sino una declaración de hechos.

La oportunidad de poder leer las observaciones y experiencias de una cubana-americana nacida en Estados Unidos es un regalo. Pero no sólo porque la autora comparte la categoría demográfica de la hispanidad, sino porque no es mexicana.

No se trata de opacar a los mexicanos del mundo, ya que tengo la mitad de esa raza por parte de mi mamá, pero la de ellos es la narrativa que usualmente está centrada en la Literatura, mayormente debido a que compartimos mucha cultura y Estados Unidos está atiborrado de mexicanos.

A mi parte ecuatoriana le fascinó leer a alguien cuyo punto de vista es latino pero no mexicano.

Mi segunda reacción es que –aunque sería maravilloso que cada hispano, latino u otra persona de color leyera ese libro– el mundo sería significativamente un mejor lugar si cada persona caucásica que piensa que son políticamente progresivos o un aliado de personas de color leyera “El tiempo que pasé entre los blancos”.

En él hay muchas cosas que los lectores latinos tienen que reflexionar, incluyendo el tipo de privilegio que tenemos dependiendo de la riqueza y educación de nuestros padres, el color de nuestra piel, la blancura de nuestros nombres y hasta la oportunidad de tener una experiencia universitaria.

Sin embargo, Capó Crucet ilustra qué se siente cuando la persona que la rodea se fija en su nombre, escucha atentamente su acento y luego decide que se siente bien estar a su lado.

Aunque no siempre es agradable –las declaraciones de amor y apoyo para el presidente Trump, las quejas acerca de que “todos los mexicanos” se apoderan del sustento de los blancos y se quejan de sus costumbres, prácticas o artes culinarias de otras personas de color.

Ése es el fondo de todo eso. Existe una impactante historia que Capó Crucet cuenta al final de su libro acerca de una estudiante universitaria caucásica que reaccionó negativamente a un discurso que pronunció la autora en “una universidad predominantemente blanca en el sur de Estados Unidos”.

La estudiante declara que las ideas de la autora al diversificar a los maestros son racistas, luego rompe en llanto ante la mera idea de ignorar a los candidatos blancos en favor de los que no lo son.

“¿Es incómodo leer todo esto?”, escribe Capó Crucet. “¿Su respuesta depende de su raza o si se considera a sí mismo como blanca? ¿Se siente como aquella chica caucásica que quería decirme cómo revertir el racismo?

Si usted se considera caucásico y no se siente como esa joven, no se siente incómodo a pesar de que se trata de su gente, ¿usted no cree que se trate de su gente?  Como persona blanca, ¿usted tiene que ser usted toda su vida?

Respondan honestamente esas preguntas, lectores caucásicos. El destino de nuestra próxima elección y el futuro de nuestra sociedad dependen mayormente  de que los blancos puedan reconocer a personas como Capó Crucet en sus vecinos, compañeros o maestros.

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