Opinion El Paso

Lloremos a coro por Donald Trump

Es víctima de Adam Schiff. Es víctima de Nancy Pelosi. También es víctima de todos los demócratas (en serio) y de sus propios secuaces despreciables (Michael Cohen, Lev Parnas), además del “Estado profundo”, los “medios de noticias falsas” y toda la élite, sea lo que sea que eso signifique

Frank Bruni / El Diario de El Paso

jueves, 23 enero 2020 | 06:00

Nueva York—  Para nadie es un secreto que Donald Trump disfruta comportarse como un bravucón. Sin embargo, para admirar el despliegue de su talento al máximo, hay que ver cómo se hace la víctima.

Es víctima de Adam Schiff. Es víctima de Nancy Pelosi. También es víctima de todos los demócratas (en serio) y de sus propios secuaces despreciables (Michael Cohen, Lev Parnas), además del “Estado profundo”, los “medios de noticias falsas” y toda la élite, sea lo que sea que eso signifique.

Es una víctima, y son tantas las fuerzas que lo atacan, que ni siquiera la palabra “mártir” alcanza a hacerle justicia a sus desventuras, pues solo podrían equipararse al cúmulo de las desgracias del profeta Job en el Antiguo Testamento, las calamidades vividas por Mel Gibson en la película “Braveheart” y los infortunios del protagonista del libro “Invencible”.

Ningún presidente en la historia ha recibido peor trato que él. Y no escribo esta frase por sarcasmo sino, más bien, como alguien que toma dictado, porque él mismo lo ha dicho, y no una, sino mil veces.

Su defensa contra los cargos del juicio político gira en torno a su complejo de víctima, una pieza central en los documentos legales presentados por sus abogados el 20 de enero en preparación para su juicio ante el Senado.

Los abogados hacen referencia a un proceso “amañado” contra Trump. Pintan a los acusadores demócratas como gente inestable dedicada a atormentarlo, demasiado enfrascada en el objetivo de destruirlo para ver que la conducta del presidente en realidad no puede dar pie a un proceso de destitución. El documento de 171 páginas está tan empapado de autoconmiseración trumpiana que escurre.

Está tan hinchado de exageraciones trumpianas que, si caminara, apenas podría moverse. En solo una de las páginas, sus abogados relatan la forma en que los demócratas se valieron de “hipocresías vergonzosas” para “fraguar un procedimiento insólito” y celebrar esas execrables “audiencias secretas en un refugio subterráneo”, mientras que los periodistas “sin el menor reparo difundieron una narrativa falsa al público” y al pobre presidente se le negó todo tipo de derecho. Es la más desgarradora de las tragedias políticas. Es una arenga de arlequines.

Abunda en las mismas nociones expresadas en un escrito legal que sus abogados presentaron el fin de semana pasado y mantiene el mismo espíritu. Dos expertos legales que colaboran con la revista The Atlantic describieron el argumento como “el aullido de un animal herido”. Sin ningún problema, esa frase podría describir el resto de la presidencia de Trump, su carrera política completa y gran parte de su vida.

Siempre está en lo correcto y, para su desgracia, siempre lo tratan injustamente. Exige que nos sintamos maravillados ante él porque es invencible aunque al mismo tiempo nos haga temblar su degradación. Es capaz de vencer a cualquier enemigo (¡y sus enemigos se cuentan por legiones!), pero hay que ver cómo lo zarandean. Trump toma un oxímoron clásico y lo eleva a nivel presidencial. He aquí, sentado frente al escritorio Resolute, al rey camarón.

“Se remonta a su infancia”, me dijo Michael D’Antonio, autor de “The Truth About Trump”. D’Antonio comentó que en el internado militar al que asistió Trump, tenía fama de quejarse con los superiores por malos tratos. “Para él es una estrategia. Está convencido, y así lo ha dicho, de que lloriquear puede ayudarte a conseguir lo que quieras”.

Timothy O’Brien, escritor de la biografía de Trump titulada “TrumpNation”, recuerda que en los años ochenta, cuando Trump no obtuvo el apoyo que quería del alcalde Ed Koch para un enorme desarrollo en Manhattan, organizó una fiesta para ahogar la lástima que sentía por sí mismo, y no paró de despotricar contra “el sistema y el gobierno local por conspirar en su contra”.

Trump también se fabricó una imagen de héroe atribulado listo para enfrentar a las fuerzas oscuras cuando adquirió un equipo de la recién creada Liga Estadounidense de Fútbol (USFL, por su sigla en inglés) con la intención de llegar a competir en la Liga Nacional de Fútbol (NFL). Incitados por Trump, los dueños de la USFL promovieron una demanda por monopolio contra la NFL.

El juicio fue un fiasco; se instruyó a la NFL pagar tres dólares por concepto de daños. Claro que esto no lo hizo claudicar; más bien, perfeccionó la estrategia para su campaña presidencial.

Como señaló el columnista conservador Rich Lowry en agosto de 2015: “Según el mismo Trump, es el mejor y el más listo, al menos hasta que le hacen una pregunta difícil; entonces patalea, grita y exige que le digan cómo es posible que alguien se atreva a tratarlo con tal injusticia”. Lowry nombró a Trump “el plañidero más fabuloso de la política estadounidense”.

Tiempo después, el locutor de CNN Chris Cuomo le preguntó a Trump qué opinaba sobre las palabras de Lowry.

“Soy el plañidero más fabuloso”, aceptó Trump. “Lloro y lloro hasta que obtengo lo que quiero”.

Lanzó lamentos operísticos a medida que se aproximaba noviembre de 2016 y todo parecía indicar que iba a perder contra Hillary Clinton. “Las elecciones estarán amañadas”, dijo entre pucheros, en el papel de víctima, como siempre. Luego, resultó que le ganó a Clinton, pero de todas formas lloriqueó, e insistió, sin ninguna prueba, en que su contrincante había recibido más votos porque había millones de boletas ilegales.

¡Pobre de él! Es víctima de una “cacería de brujas” desatada por la supuesta ayuda de Rusia a su campaña, es blanco de un “cuento” de presión indebida sobre Ucrania. ¡Él, el comandante en jefe de las fuerzas armadas del que todo el mundo se aprovecha!

En una sección clave del nuevo libro “A Very Stable Genius” escrito por los reporteros del Washington Post Carol Leonnig y Philip Rucker, Trump despotrica en contra de los altos mandos del Ejército porque cree que Corea del Sur y los aliados de la OTAN explotan a Estados Unidos, y grita: “Son un montón de imbéciles y bebés”.

Es repugnante, pero también es parte de su genio político. Se ha transformado en un símbolo de la victimización de los estadounidenses; convence a los electores frustrados que ansían respuestas fáciles de que los extranjeros los mangonean y los condescendientes custodios de un sistema disfuncional se dedican a engañarlos.

Él los representa y dice sufrir por ellos, y así logra que se esfume la distancia entre un multimillonario con múltiples centros vacacionales para practicar golf y los incontables obreros desplazados que batallan para no perder la única casa que tienen.

Claro que, si bien es cierto que a ellos les va mal, que Trump diga que le pasa lo mismo es una total falacia. Comenzó a amasar su fortuna con el dinero de su papá. Ha defraudado a sus acreedores y evadido impuestos, su nombre estuvo ligado a una fábrica de diplomas falsos, retiró dinero de una obra filantrópica fraudulenta, hizo caso omiso de la legislación sobre el financiamiento de campañas, se mostró abierto a la interferencia rusa en las elecciones de 2016 e intentó obstruir la investigación posterior, y todo esto sin recibir el castigo respectivo.

Una vez más, gracias a los republicanos del Senado, lo más seguro es que evite el castigo de nuevo. Todos deberíamos aprender a hacernos las víctimas.

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