Opinion El Paso

La vida en el barco del virus

Entre los pasajeros que no pueden salir del barco está el mexicano José Antonio Alatorre y su esposa Lissa

Jorge Ramos / Periodista

domingo, 16 febrero 2020 | 06:00

Miami— Aveces un barco es un infierno.

Ese es el caso del crucero Diamond Princess que se encuentra en el puerto de Yokohama, Japón, desde el 4 de febrero. Cerca de 3 mil 500 personas (incluyendo a unos mil tripulantes) están en cuarentena y no podrán bajar del navío hasta el 19 de febrero. Si todo sale bien. Hasta el momento ya hay 218 casos confirmados del coronavirus pero pudiera haber más. Ni siquiera se ha podido examinar a más de una quinta parte de las personas a bordo, según reportó The New York Times.

Entre los pasajeros que no pueden salir del barco está el mexicano José Antonio Alatorre y su esposa Lissa. Están en un camarote sin ventanas; si apagan la luz, no se ve nada. “No importa si es de día o de noche, esa es nuestra situación en este cuarto interior”, dijo José Antonio en una entrevista con Univisión que grabó su esposa en su celular. “Si nosotros contáramos con un balcón, hubiéramos tomado la decisión de no salir a caminar como se nos ha permitido por una hora”. No pasan hambre. En su cuarto reciben tres comidas al día. Pero ese es todo su contacto con el mundo exterior.

La fuente del contagio en el barco, según reportó la BBC, aparentemente fue un hombre de 80 años que se subió al crucero en Hong Kong. A pesar de todo, los Alatorre han acatado todas las restricciones impuestas por la línea del crucero y el departamento de salud de Japón, incluyendo el lavar sus propios cubiertos y usar la regadera como lavadora personal.

El barco Diamond Princess, que tiene proporcionalmente el nivel de contagio más alto del mundo, es una “mini Wuhan”, según lo describió The New York Times, refiriéndose a la ciudad china donde se originó esta nueva cepa del coronavirus (COVID-19). Los 11 millones de habitantes de Wuhan están en cuarentena. No pueden salir de sus casas y apartamentos excepto para comprar comida.

La epidemia ya se ha extendido a 28 países. Pero pudo haberse detenido a finales de diciembre, cuando lo denunció el doctor Li Wenliang en la aplicación WeChat a sus compañeros de la escuela de medicina. En lugar de hacerle caso e investigar, la policía local de Wuhan, China, lo acusó de propagar rumores, lo obligó a retractarse y tuvo que firmar un documento diciendo que su comportamiento había sido “ilegal”.

No fue hasta el 20 de enero que un prominente científico chino (el doctor Zhong Nanshan) reconoció en la televisión estatal que el coronavirus se podía contagiar de persona a persona. Pero la advertencia llegó tarde. Para entonces la epidemia ya estaba fuera de control y se había extendido muy lejos de Wuhan. En promedio, unos 3 mil 500 pasajeros viajaban diariamente desde Wuhan a ciudades en otros países. El virus se empezó a regar por el planeta.

Decenas de miles de personas se han infectado y hay cientos de muertos, incluyendo al doctor Li, que murió el 7 de febrero. Más personas han muerto ya por este coronavirus que las 774 que perecieron por el peligroso virus del SARS en 2003.

El verdadero temor es que este tipo de coronavirus llegue a las naciones más pobres del mundo, donde no hay los recursos y el personal médico para enfrentar una crisis de estas dimensiones. En las zonas rurales de América Latina y África sería muy destructivo. Por ejemplo, más de 11 mil personas murieron en Nigeria, Sierra Leona, Guinea y Liberia por el virus del ébola entre el 2014 y el 2016.

“Lo peligroso”, me dijo en una entrevista el doctor Juan Rivera, “es que en el caso del coronavirus puede ser que tú no tengas ningún síntoma, estés incubando el virus y me lo pudieras pasar”. Los contagios van a continuar. La epidemia no ha dado señales de estabilizarse y, según dijo a The New York Times el doctor Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas, habrá una vacuna disponible en un año, en el mejor de los casos.

Mientras, la vida transcurre lentamente, a oscuras y con temor para los Alatorre en el Diamond Princess. Quieren regresar a México. Pero no a cualquier costo. “Una de mis preocupaciones es que yo pudiera contagiar a mis seres queridos o a otras personas”, dijo José Antonio en la entrevista. Ellos saben que hay infiernos de los que se puede sobrevivir.

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