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Opinion El Paso

El regreso del zombi de los valores familiares

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Paul Krugman/ The New York Times

miércoles, 28 julio 2021 | 06:00

Nueva York— En el año de 1992, durante unas semanas, la política estadounidense giró en torno a los “valores familiares”. El presidente George H. W. Bush tenía problemas electorales por la debilidad de la economía y el aumento de la desigualdad. Así que su vicepresidente, Dan Quayle, intentó cambiar de tema y atacó a Murphy Brown, un personaje de un programa de comedia, una mujer soltera que decidió tener un hijo.

Me acordé de ese incidente cuando leí las recientes declaraciones de J. D. Vance, el autor de “Hillbilly Elegy”, que ahora es candidato republicano al Senado de Ohio. Vance señaló que algunos demócratas importantes no tienen hijos y arremetió contra la “izquierda sin hijos”. También alabó las políticas de Viktor Orbán, el mandatario de Hungría, cuyo gobierno subvenciona a las parejas que tienen hijos, y preguntó: “¿Por qué no podemos hacer eso aquí?”.

Como señaló Dave Weigel, de The Washington Post, que estaba allí, fue extraño que Vance no mencionara la recién instituida deducción fiscal por hijos de Joe Biden, que supondrá una enorme diferencia para muchas familias más pobres que tienen hijos.

También fue interesante que elogiara a Hungría en vez de citar los ejemplos de otras naciones europeas con fuertes políticas pronatalistas. Francia, en particular, ofrece grandes incentivos financieros a las familias con hijos y tiene una de las tasas de fertilidad más altas del mundo desarrollado. Entonces, ¿por qué Vance destacó a un gobierno represivo y autocrático con una fuerte tendencia nacionalista blanca?.

Era una pregunta retórica.

Tampoco puedo resistirme a señalar que cuando tuiteé sobre algunas de estas cuestiones durante el fin de semana, al centrarme sobre todo en la debilidad de los argumentos económicos a favor de las políticas pronatalistas, la respuesta madura y ponderada de Vance fue llamarme una “señora rara de los gatos”.

Sin embargo, hay una cuestión más extensa en esto: todo el énfasis en los “valores familiares” —en contraposición a las políticas concretas que ayudan a las familias— resulta haber sido un error intelectual épico.

Claro está que Dan Quayle no es un intelectual. Pero su ofensiva de comedia tuvo lugar en medio de un argumento sostenido por pensadores conservadores como Gertrude Himmelfarb de que el declive de los valores tradicionales, en especial de la estructura familiar tradicional, presagiaba un colapso social generalizado. La desaparición de las virtudes victorianas, se argumentaba de manera amplia, conduciría a un futuro de crimen y caos crecientes.

Sin embargo, la sociedad se negó a derrumbarse. Es cierto que la fracción de nacimientos de madres solteras siguió aumentando; en breve, ahondaré en esto. Pero el apogeo del soponcio por la pérdida de los valores familiares coincidió con el inicio de un enorme descenso de los delitos violentos. Las grandes ciudades, en particular, se volvieron mucho más seguras: en la década de 2010, la tasa de homicidios de Nueva York había vuelto a los niveles de la década de 1950.

Y como de seguro alguien sacará el tema, sí, durante la pandemia se registró un aumento de los asesinatos, aunque no de la delincuencia en general. Nadie está seguro de las razones, al igual que nadie está seguro de por qué la delincuencia disminuyó tanto para empezar. Sin embargo, hay que señalar que otros aspectos de la sociedad también enloquecieron durante la pandemia. Por ejemplo, se produjo un aumento de las muertes por accidentes de tránsito, a pesar de que se produjo un gran descenso en el número de kilómetros recorridos por los vehículos. Es de suponer que el aislamiento forzado hace mucho daño social; pero esto no tiene nada que ver con los valores familiares.

También cabe señalar que el declive de las familias tradicionales es incluso más pronunciado en algunos países europeos que aquí; Francia, como he dicho, ha logrado alcanzar una alta tasa de fertilidad, pero la mayoría de esos nacimientos son de madres solteras. Sin embargo, al igual que en Estados Unidos, hay muy pocos indicios de caos social: la tasa de homicidios de Francia es menos de una séptima parte de la nuestra.

Por supuesto, a la sociedad estadounidense no le ha ido bien en todo. Hemos tenido un aumento alarmante de las muertes por desesperación; es decir, muertes por drogas, alcohol y suicidio. Pero es difícil argumentar que este aumento refleja un declive de los valores tradicionales.

De hecho, si observamos la situación en los distintos estados, de los diez estados donde prevalece con mayor fuerza una medida de los valores tradicionales y la religiosidad, siete tienen una tasa de mortalidad por desesperación superior al promedio. Es casi seguro que se trata de una historia de correlación, no de causalidad; refleja la concentración de la desesperación en las zonas rurales y en las ciudades pequeñas, donde las oportunidades han desaparecido a medida que el centro de gravedad de la economía se desplaza a las zonas metropolitanas de alto nivel educativo.

Lo que me lleva a mi último planteamiento: cuando los políticos despotrican sobre los valores, o atacan las decisiones personales de otras personas, suele ser una señal de que son incapaces o no están dispuestos a proponer políticas que en verdad mejoren la vida de los estadounidenses.

El hecho es que hay muchas cosas que podemos y debemos hacer para mejorar nuestra sociedad. Hacer más para ayudar a las familias con hijos —con apoyos económicos, mejor atención médica y acceso a guarderías— está en el primer lugar de la lista, o casi. Por cierto, no se trata de animar a la gente a tener más hijos, eso es cosa suya, sino de mejorar la vida de los niños, para que crezcan y se conviertan en adultos más sanos y productivos.

Por otro lado, vociferar contra los miembros de la élite por sus decisiones personales no está en la lista en absoluto. Y cuando eso es todo lo que hace un político, es un signo de bancarrota intelectual y quizás moral.

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