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Opinion El Paso

El enfoque estalinista de Trump hacia la ciencia

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Paul Krugman / The New York Times

lunes, 28 septiembre 2020 | 06:00

p.p1 {margin: 0.0px 0.0px 0.0px 0.0px; text-align: justify; text-indent: 14.4px; line-height: 10.0px; font: 9.5px Georgia} span.s1 {letter-spacing: -0.3px} span.s2 {letter-spacing: -0.6px} span.s3 {letter-spacing: -0.4px}

Estos días he estado pensando en Trofim Lysenko.

¿En quién? Lysenko era un agrónomo soviético que decidió que la genética moderna estaba equivocada y que, de hecho, era contraria a los principios marxistas-leninistas. Incluso negó la existencia de los genes, mientras insistía en que las posturas sobre la evolución desacreditadas hace mucho tiempo eran, en efecto, correctas. Los verdaderos científicos se maravillaron ante su ignorancia.

Sin embargo, a Josef Stalin le simpatizaba, por lo que las posturas de Lysenko se convirtieron en doctrina oficial y los científicos que se negaron a respaldarlas fueron enviados a campos de trabajo o ejecutados. El lysenkoísmo se convirtió en la base de gran parte de la política agrícola de la Unión Soviética y al final contribuyó a las desastrosas hambrunas de la década de 1930.

¿Todo esto le suena un poco familiar dados los recientes acontecimientos en Estados Unidos?

Quienes se preocupan por una crisis de la democracia en Estados Unidos (todos aquellos que están poniendo atención) suelen comparar a Donald Trump con autócratas como el húngaro Viktor Orbán y el turco Recep Tayyip Erdogan, no con Stalin. De hecho, si el Partido Republicano se ha convertido en un partido extremista y antidemocrático, y es cierto, es un extremismo de la derecha.

Sin embargo, aunque nadie acusaría a Trump de ser un izquierdista, su estilo político siempre me recuerda al estalinismo. Al igual que Stalin, Trump ve conspiraciones vastas e inverosímiles en todas partes: anarquistas que de alguna manera controlan las grandes ciudades, izquierdistas radicales que controlan a Joe Biden de algún modo, conspiraciones secretas en su contra en todo el gobierno federal. También resulta significativo que aquellos que trabajan para Trump, así como los oficiales estalinistas, terminan siendo expulsados y vilipendiados de manera constante, aunque no son enviados a los gulags, al menos no todavía.

Y el trumpismo, así como el estalinismo, parece inspirar un especial desdén por la experiencia y una afición por los charlatanes.

El 24 de septiembre, Trump dijo dos cosas que, si me preguntan, merecían titulares. Lo más alarmante es que se negó a comprometerse a llevar a cabo una transición pacífica del poder si pierde las elecciones.

No obstante, también indicó que podría rechazar los nuevos lineamientos de la Administración de Alimentos y Medicamentos para aprobar una vacuna contra el coronavirus, con el argumento de que el anuncio de estas directrices “suena a una estrategia política”. ¿Cómo?

Muy bien, todos entendemos lo que está pasando aquí. A muchos observadores les preocupa que el equipo de Trump, en un esfuerzo por influir en las elecciones, anuncie que tenemos una vacuna segura y eficaz contra el coronavirus lista para administrarse, aunque no la tengamos (y es casi seguro que no la tengamos tan pronto). Así que la Administración de Alimentos y Medicamentos estaba tratando de tranquilizar al público sobre la integridad de su proceso de aprobación.

Y realmente necesitamos esa tranquilidad, porque el Gobierno de Trump nos ha dado todas las razones para desconfiar de las declaraciones de las agencias de salud pública.

El mes pasado, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (los CDC, por su sigla en inglés) emitieron una nueva directriz que establecía que no era necesario que las personas expuestas al coronavirus que no presentaran síntomas de Covid-19 se hicieran la prueba para confirmar que tenían el virus, contrario a las recomendaciones de casi todos los epidemiólogos independientes. Los informes posteriores revelaron que este nuevo lineamiento fue desarrollado por personas con cargos políticos, y no cumplió con el proceso de revisión científica.

Hace poco, los CDC advirtieron sobre la transmisión aérea del coronavirus (en esta ocasión, coincidiendo con lo que dicen los expertos) pero pocos días después de manera repentina eliminaron esa directriz de su sitio web. No sabemos exactamente lo que pasó, pero es difícil no notar que el lineamiento retirado habría dejado claro que los recientes mítines de Trump, en los que participan grandes multitudes en espacios cerrados, con pocas personas con cubrebocas, constituyen importantes riesgos para la salud pública.

Así que la Administración de Alimentos y Medicamentos estaba tratando de asegurarnos que no se dejará corromper por la política como parece ser que le sucedió a los CDC. Y, en esencia, Trump humilló a la agencia. Su afirmación de que las nuevas pautas suenan políticas en realidad significaba que no eran lo suficientemente políticas, que quiere mantener abierta la posibilidad de anunciar una vacuna a fin de que le ayude a quedarse en el poder.

Sin embargo, si personas viles en la política están tomando las decisiones en los CDC y se le dice a la FDA que se calle y siga la línea del partido, ¿quién asesora a Trump sobre la política de la pandemia? Que pasen los charlatanes.

Se sabe que la presión desastrosa de Trump para una pronta reapertura en abril estuvo influenciada por los escritos de Richard Epstein, un profesor de Derecho que de algún modo decidió que era un experto en epidemiología y que la Covid-19 no mataría a más de 500 personas, un número que acabó por convertirse en 5 mil, que es más o menos la cantidad de personas que mueren a la semana en la actualidad.

Pero el charlatán del momento es Scott Atlas, un radiólogo sin experiencia en enfermedades infecciosas que, a pesar de ello, impresionó a Trump con sus apariciones en Fox News. La oposición de Atlas al requisito de usar cubrebocas y su defensa de dejar que el coronavirus se propague hasta que hayamos alcanzado la “inmunidad grupal” están muy en desacuerdo con lo que dicen los epidemiólogos de verdad, pero es lo que Trump quiere oír y al parecer Atlas se ha convertido en un asesor clave de la política de la pandemia.

Eso es lo que me hizo pensar en Trofim Lysenko. Como Stalin, Trump denigra y acosa a los expertos y sigue los consejos, sobre lo que deberían ser cuestiones científicas, de personas que no saben de qué están hablando, pero le dicen lo que quiere oír.

¿Y saben qué sucede cuando un líder nacional hace eso? La gente se muere.

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