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Opinion El Paso

El aborto y la voz de la mayoría ambivalente

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David Brooks/The New York Times

sábado, 04 diciembre 2021 | 06:00

Si quieres saber por qué nuestra política es tan horrible, echa un vistazo a nuestros debates públicos sobre el aborto en las últimas 72 horas.

Todo el mundo intuye hacia dónde parece dirigirse la Corte Suprema en el caso Roe contra Wade. Pero como nuestra política se ha vuelto más tosca y combativa, muchos conservadores ni siquiera reconocen los problemas que siempre han hecho que este tema sea tan difícil.

Por ejemplo: ¿cómo mostramos el debido respeto y deferencia a las mujeres que quedan embarazadas en circunstancias terribles? ¿Cómo respetamos a las mujeres que dicen: “Esta no es una cuestión abstracta, se trata de mi cuerpo y un asunto que solo me concierne a mí”? ¿Cómo sería prohibir el aborto en lugares donde la gran mayoría no cree que la vida comienza en la concepción? Muchos conservadores se centran en el feto excluyendo todo lo demás.

Por otra parte, muchos de los comentarios progresistas no reconocen al feto en absoluto.

En los últimos días, he visto a los progresistas referirse al aborto como un simple servicio médico para las mujeres, o una decisión completamente privada relacionada con lo que una mujer hace con su cuerpo. Muchos progresistas hablan del aborto como si no pudiera ser la terminación de una vida humana.

En especial ahora, en la degradación de la vida pública después de Trump, los políticos, propagandistas y activistas de este tema eluden las cuestiones duras y complejas para defender con fuerza su postura. Y eso es lo que vemos en un tema tras otro.

Los ejércitos de la certeza marchan hacia adelante y dominan el debate y la política. El resto de nosotros, obstaculizado por la ambivalencia, se queda atrás. Vivimos en una democracia en la que la mayoría no suele gobernar.

Para ser un crítico profesional, he escrito muy poco sobre el aborto porque me siento ambivalente. Durante la mayor parte de mi vida, me consideré una persona que estaba a favor del aborto porque no tenía certeza alguna sobre cuándo comenzaba la vida y no quería imponer mis opiniones a los demás. Pero, como ha sucedido con muchas personas, mi vida se ha cruzado con el tema.

Cuando tenía unos 19 años, una amiga llegó a casa de la universidad y se dio cuenta de que estaba embarazada, me pidió que la acompañara en el proceso de aborto, cosa que hice.

Mi entorno progresista no me preparó para la angustia moral y emocional que sufrió antes y, en particular, después del aborto. Me di cuenta de la gravedad del problema y de la humildad con la que había que abordarlo.

Luego, llegó la ciencia. Como a mucha gente, me marcaron las ecografías y cómo muestran una forma humana en las primeras etapas de desarrollo del feto.

He leído bastantes libros sobre desarrollo humano, y mi conclusión es que las cosas ocurren mucho antes en el vientre materno de lo que solíamos pensar.

A las 20 o 21 semanas, antes de lo que se consideraba viabilidad, el feto ya se mueve, se chupa el dedo, mueve los ojos y escucha sonidos.

El feto femenino tiene sus propios óvulos. Estas son realidades aleccionadoras.

Luego están los abortos espontáneos. He visto a muchas personas llorar a causa de un aborto espontáneo. Yo mismo he vivido ese luto. No se siente como la pérdida de algunas células, sino de una vida.

La experiencia y los sentimientos morales que se derivan de ello me han hecho inclinarme hacia la postura antiabortista. ¿Significa eso que sé cuándo empieza la vida? Esa ya no parece ser la pregunta correcta.

He llegado a creer que todos los seres humanos tienen una parte de sí mismos que no tiene tamaño, forma, color ni peso, pero que les da un valor y una dignidad infinitos, y es su alma. Para mí, la pregunta fundamental es en qué momento un organismo vivo se convierte en un alma humana.

Mi intuición es que no es un momento, sino un proceso, un proceso envuelto en un misterio divino.

Me temo que esto me deja en una postura política monótona: junto a la mitad de los estadounidenses que quieren restringir el aborto en algunas circunstancias, pero (quizá porque consideran que sería inviable o erróneo) no quieren prohibirlo por completo. Los abortos en el tercer y segundo trimestre me parecen cada vez más incorrectos, salvo en circunstancias extraordinarias.

¿Pero el primer trimestre? No lo sé, y por lo tanto lo dejo a la conciencia de cada mujer.

Teniendo en cuenta el rumbo que parece tomar la Corte Suprema, suscribiría la postura de concesiones que el profesor de la Universidad Claremont McKenna, Jon A. Shields, esbozó en este diario en octubre, que podría implicar un endurecimiento de las restricciones al aborto después del primer trimestre.

Supongo que eso significa que apoyo a John Roberts en las actuales deliberaciones sobre el caso Dobbs contra la Jackson Women’s Health Organization.

El presidente de la Corte Suprema de Estados Unidos señaló que está abierto a explorar si el tribunal podría ratificar la ley de Misisipi que prohíbe el aborto después de las 15 semanas, pero no anular el fallo de Roe contra Wade y permitir que los estados promulguen prohibiciones totales o casi totales.

Pero es posible que sea parte de una minoría compuesta solo por él.

Yo solía apoyar la anulación del fallo de Roe contra Wade porque pensaba que sería saludable sacar la cuestión del aborto de los tribunales y devolverla a las legislaturas estatales. Solía pensar que la mayoría de los estados acabarían decantándose hacia el centro de gravedad de la nación: con restricciones pero no con prohibiciones.

Sin embargo, ahora estamos tratando de lidiar con un tema en extremo complejo en una cultura política embrutecida. En este país no gobiernan las mayorías, sino las minorías polarizadas.

La evidencia de esta semana es que la política posterior al caso Roe haría que incluso nuestra política actual pareciera moderada. No estoy seguro de que nuestra democracia sea lo suficientemente fuerte para eso.

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