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Opinion El Paso
domingo, 12 noviembre 2023 | 06:00
Esta es la historia de tres fuentes permanentes de gastos. También es la historia de la regresión monetaria; de la extraña determinación de muchas personas para regresar el reloj de siglos de progreso.
La primera fuente permanente de gastos es un verdadero agujero, la mina de oro a cielo abierto Porgera en Papúa Nueva Guinea, una de las que más produce en el mundo. La mina tiene una fama terrible, tanto por el abuso a los derechos humanos (violaciones, golpizas y asesinatos por parte del personal de seguridad) como por el daño ambiental (vastas cantidades de desechos potencialmente tóxicos que se tiran en un río cercano). Sin embargo, los precios del oro, si bien bajaron respecto de su punto máximo reciente, siguen siendo tres veces los que fueron hace una década, así es que deben cavar.
La segunda fuente permanente de gastos es mucho más extraña: la mina Bitcóin en Reykjanesbaer, Islandia. El bitcóin es una moneda digital que tiene valor porque, bueno, es difícil decir exactamente por qué, pero por el momento al menos la gente está dispuesta a comprarla porque cree que otras personas estarán dispuestas a comprarla. Es, a propósito, una especie de oro virtual. Y, como al oro, es posible extraerlo: se pueden crear bitcoines nuevos, pero sólo resolviendo problemas matemáticos muy complejos que exigen mucha potencia informática y mucha electricidad para operar las computadoras.
De allí la ubicación en Islandia, cuya electricidad es barata gracias a la hidrofuerza y la abundancia de aire frío para enfriar esas máquinas que trabajan sin cesar. Con todo, se utilizan muchos recursos reales para crear objetos virtuales sin ningún uso claro.
La tercera fuente permanente de gastos es hipotética. Allá en 1936, el economista John Maynard Keynes argumentó que el aumento en el gasto gubernamental era necesario para restablecer el empleo pleno. Sin embargo, entonces, como ahora, hubo una fuerte resistencia política ante cualquier propuesta semejante. Así es que, caprichosamente, Keynes sugirió una alternativa: hacer que el gobierno enterrara botellas llenas de dinero en efectivo en minas de carbón que en desuso, y dejar que el sector privado gastara su propio dinero en cavar para sacarlo. Sería mejor, estuvo de acuerdo, que el gobierno construyera caminos, puertos y otras cosas útiles, pero, hasta el gasto perfectamente inútil daría a la economía un empujón muy necesario.
Cosas inteligentes, pero Keynes no había terminado. Prosiguió a señalar que la actividad minera del oro en la vida real se parece mucho a su experimento de pensamiento. Después de todo, los mineros que extraen oro se esfuerzan mucho para sacar el dinero de la tierra, aun cuando podrían crearse cantidades ilimitadas esencialmente sin ningún costo con una imprenta. Y tan pronto como se extrajo el oro, gran parte se volvió a enterrar, en lugares como la bóveda para el oro en el Banco de la Reserva Federal en Nueva York, donde se encuentran cientos de miles de barras de oro que no hacen nada en particular.
Yo creo que Keynes se habría divertido sarcásticamente al enterarse cuán poco ha cambiado en las últimas tres generaciones. El gasto público para combatir el desempleo sigue siendo anatema; los mineros siguen echando a perder el paisaje para agregar hordas ociosas de oro. (Keynes llamó “reliquia bárbara” al patrón oro).
El bitcóin solo se suma al chiste. Después de todo, al menos el oro tiene usos reales, sirve, por ejemplo, para rellenar caries; pero ahora, estamos quemando recursos para crear “oro virtual”, que no consiste en nada, como no sean hileras de dígitos.
No obstante, sospecho que Adam Smith se habría consternado.
Es frecuente que se trate a Smith como a un santo patrono conservador, y, en efecto, fue quien originalmente argumentó a favor del libre mercado. Se menciona con menor frecuencia, no obstante, que también argumentó enfáticamente a favor de la regulación bancaria, así como que ofreció un clásico panegírico a las virtudes del papel moneda. El dinero, entendía, es una forma de facilitar el comercio, no una fuente de prosperidad nacional, y el papel moneda, argumentaba, permite que el comercio proceda sin atar demasiada de la riqueza de una nación a “valores muertos” de plata y oro.
Entonces, ¿por qué estamos destrozando las tierras altas de Papúa Nueva Guinea para agregar a nuestros valores muertos de oro e, incluso más extrañamente, operando computadoras potentes las 24 horas del día para agregar a los valores muertos de dígitos?
Si se habla con los bichos del oro, dirán que el papel moneda proviene de los gobiernos, en los que no se puede confiar que no devaluarán sus monedas. Lo extraño, no obstante, es que a pesar de todo lo que se dice de la devaluación de la moneda, es cada vez más difícil encontrarla. No es sólo que después de años de desesperadas advertencias sobre la inflación fuera de control, la inflación en países avanzados es claramente demasiado baja, no demasiado alta. Aun si se asume una perspectiva mundial, se han vuelto raros los episodios de inflación elevada. No obstante, el despliegue publicitario de la hiperinflación brota por siempre.
El bitcóin parece derivar su atractivo más o menos de las mismas fuentes, más el sentido de que es de alta tecnología y algorítmico, así es que debe ser la ola del futuro.
Sin embargo, no permitan que los engañen los sofisticados adornos: lo que realmente está pasando es una marcha determinada hacia los días en los que el dinero quería decir una cosa que sonaba en el bolsillo. En los trópicos y las tundras por igual, por alguna razón estamos cavando el camino de regreso al siglo XVII.
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