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Opinion El Paso

Apoyar a Simone Biles es reconocer su grandeza al no participar

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Alyssa Rosenberg/The Washington Post

martes, 03 agosto 2021 | 06:00

Washington— La imagen más emotiva de los Juegos Olímpicos de Tokio, hasta el momento, no fue el espectáculo de la ceremonia de inauguración o algún final de fotografía en la piscina. Fue la línea torcida de los labios fuertemente apretados de Simone Biles mientras regresaba al banquillo tras una decepcionante actuación en el salto, en la prueba por equipos de gimnasia artística.

El 27 de julio Biles se retiró de la competencia. Es un acontecimiento que pone de cabeza una de las historias más notorias de los Juegos Olímpicos.

La idea de que los Juegos Olímpicos logran que los mejores del mundo se enfrenten entre sí siempre ha sido más un anhelo que una realidad, ya sea que por culpa de una competencia geopolítica, una pandemia o simple mala suerte de algunos atletas que quedan fuera de la competencia. Pero cada golpe contra ese ideal de meritocracia perfecta es desgarrador, tanto para las y los atletas que son excluidos o eliminados, como para quienes les apoyamos.

Sin embargo, si algo bueno puede salir del retiro de Biles y la eliminación temprana de Naomi Osaka de la competencia del tenis femenino, es que quizás nosotros como fanáticos podamos aprender a adoptar definiciones más amplias de lo que significa la excelencia y el coraje.

Apoyar a Biles para que domine en los Juegos Olímpicos de Tokio tiene tiempo tratándose de algo más que el conteo de medallas para Estados Unidos. Su grandeza ha redefinido los mismos límites de su deporte. Ha dominado habilidades tan difíciles que los jueces parecen estar decididos a disuadir a las atletas menos dotadas de que las intenten. Y además de su excelencia atlética, Biles ha levantado pesadas cargas simbólicas sobre su humanidad de 4.65 pies (1.42 metros).

Biles ha sido un modelo a seguir para las niñas negras en un deporte predominantemente blanco. Su excelencia también ha funcionado como una reprimenda a USA Gymnastics (el organismo nacional rector de la gimnasia en Estados Unidos), que no la protegió a ella ni a sus compañeras de los actos depredadores de Larry Nassar. Biles se cambió de la marca Nike a Athleta en busca de un patrocinador que la ayudara a financiar una gira de exhibición independiente, para que ella y otras atletas dependieran menos de esa organización.

Como dijo Juliet Macur en The New York Times, a pesar de las traiciones que ha experimentado, y el agotamiento y el dolor que siente, Biles “ha logrado dejar de lado esos sentimientos y aprovechar el poder recién descubierto de una mujer negra independiente que sabe lo que vale y no le rinde cuentas a nadie”.

Osaka ha asumido un papel similar en el tenis femenino, siendo representante tanto de una nueva generación de mujeres negras estrellas del tenis como de una visión más diversa de Japón. La decisión de Osaka en mayo de no participar en las conferencias de prensa del Abierto de Francia, y luego en el torneo como tal, la convirtió en un símbolo de las nuevas ideas sobre el cuidado de la salud mental y las luchas históricas contra el sexismo en los medios deportivos. Haber visto triunfar a Osaka en Tokio habría sido una poderosa demostración de que la atención a la salud mental es un elemento clave del entrenamiento deportivo, y no una señal de debilidad.

Por supuesto, eso no fue lo que sucedió. Como reconoció la propia Osaka, “la magnitud de todo esto es un poco difícil debido al descanso que tomé”.

La experiencia de Osaka ilustra por qué es posible que la salud mental nunca encaje cómodamente en nuestras narrativas tradicionales sobre los obstáculos que las y los atletas deben superar en su camino hacia la grandeza.

Animar a deportistas para que triunfen sobre las barreras mentales significa pedirles incluso más de lo que sus deportes normalmente ya les exigen: que desafíen no solo la gravedad sino el peso de su propia humanidad.

A veces, esas solicitudes de trascendencia pueden llegar a ser abrumadoras. En un deporte como la gimnasia, donde los pequeños errores de juicio pueden resultar en lesiones catastróficas, es grotesco pedirle a una atleta que deje de lado su propia salud mental por el bien de una historia conmovedora y de superación de obstáculos.

“Admito que por un momento pensé que igual debería haberlo intentado porque incluso su peor día es uno realmente bueno”, comentó la columnista Jenee Desmond-Harris tras el retiro de Biles. “Pero luego recordé que si te equivocas en la gimnasia te puedes romper el cuello”.

Tal vez no todos lo reconozcan en los clichés sobre bienestar y deportes que Biles invocó cuando explicó su decisión —entre ellos, un plan para “trabajar en mi plenitud mental” y “tomar las cosas un día a la vez”— pero lo que debe quedar claro es que su decisión de establecer límites implica una enorme valentía. Esto no fue una señal de debilidad. Podría incluso ser la chispa de una revolución muy distinta a las que ella ya se ha propuesto llevar a cabo.

Los deportes pueden asestar golpes certeros contra males como el racismo, y las figuras individuales pueden propinarles regaños mordaces a las instituciones. Pero las y los atletas no pueden realizar solos el doloroso trabajo del cambio social. Y sus únicas herramientas no son saltos perfectamente ejecutados o sets de tenis dominantes. También puede haber grandeza en decir que no.

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