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‘Paco’, el ‘Chicago Boy’ mexicano: ‘Metimos el IVA y eliminamos 300 impuestos’

Exsecretario de Hacienda de Vicente Fox y egresado de la Universidad de Chicago, abre el caudal de sus recuerdos, a 50 años del golpe militar en Chile

Sandra Rodríguez / El Diario de Juárez

lunes, 11 septiembre 2023 | 09:37

Tomada de Internet | Integrante de consejos empresariales, transitó no solo del régimen priísta al panista, sino entre casi todos los espacios en los que se nutrió la idea de reducir el Estado planificador derivado de la Revolución Mexicana | Arnold Harberger, creador de los ‘Chicago boys’ y su legado | En la imagen, en diálogo con el entonces presidente, durante un evento sobre telecomunicaciones

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El 4 de noviembre de 1999, cuando se advertía como probable que el PRI aceptara por primera vez la derrota en una elección presidencial, el economista norteamericano Arnold Harberger tenía una cita en el auditorio Raúl Bailleres, del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), en la capital de la república.

Profesor emérito de la Universidad de Chicago y mentor de quienes aplicaron en Chile las privatizaciones después del golpe de Augusto Pinochet –del que hoy se conmemoran 50 años-, conocidos como los “Chicago Boys”, Harberger sería entonces orador en un acto de reconocimiento a otro de sus ex alumnos, el mexicano Francisco Gil Díaz, “Paco”, a quien había elogiado como parte de un “puñado de héroes” que abrió América Latina al mercado y “arquitecto de la reforma fiscal” que creó en México el IVA y el marco para el libre comercio.

“¿Qué hizo de Paco un héroe?”, planteó Harberger en el ITAM, ante un público con personalidades de la élite financiera mexicana, como Pedro Aspe, ex secretario de Hacienda de Carlos Salinas.

“Su influencia se extendió durante un largo periodo. La mayoría de las veces no pudo conseguir lo que quería con sólo firmar un decreto. Tuvo que emprender toda una campaña por cada victoria importante”, se respondió.

La trayectoria de Gil Díaz, ex secretario de Hacienda con Vicente Fox y que este septiembre de 2023 cumplió 80 años, corresponde con la descripción. Académico del ITAM desde los 70, investigador del Banco de México (Banxico, o simplemente el Banco, como le llama), además de integrante de consejos empresariales, transitó por casi todos los espacios en los que se nutrió la idea de reducir el Estado planificador derivado de la Revolución Mexicana. Su abuelo materno, Alfonso Díaz Garza, fue socio de uno de los ex funcionarios del Banco que desde el ámbito privado impulsó en los años 40 la creación de lo que hoy es el ITAM con el fin de contrapesar a los economistas de “izquierda”. Y “Paco” mismo fue egresado y directivo del Departamento de Economía de esta escuela en la que, por ejemplo, fue maestro de Aspe, quien entre 1988 y 1994 encabezó el plan de privatizaciones de bancos, minas, telecomunicaciones y tierras de cultivo. Aspe, a su vez, fue jefe de Luis Videgaray, también egresado del ITAM y secretario de Hacienda de Enrique Peña Nieto, que en 2013 privatizó el sector energético. 

Un cuarto de siglo de reformas constitucionales que transformaron al país fueron encabezadas por dos “itamitas” de su círculo –aunque de Videgaray se deslinda, dice que no pasó por el “filtro” de sus clases y que tiene una inteligencia tan “asombrosa” y “sobrenatural” como su soberbia. 

“La apertura fue un accidente, no fue algo preparado, no fue algo concebido, no fue algo armado, planeado; fue totalmente accidental”, dice Gil Díaz en una entrevista realizada este mes y en la que se le pregunta por la interacción de los economistas neoclásicos –también conocidos como neoliberales- en un gobierno mexicano que, hasta 1982, se caracterizó por su proteccionismo.

“Pero sí, durante ese lapso, sí sucedía lo que estás preguntando. Por ejemplo, yo estaba en Investigación Económica del Banco durante esos tres años (…) como economista de la Dirección, esos tres años (de 1973 a 1976), el Banco me pedía participar en grupos en los que estaba gente de la Secretaría de Comercio, gente de Hacienda, en los que se discutía la política arancelaria y en los que había otros economistas pues más o menos con esta mentalidad de una economía abierta. Y sí se armaban unas discusiones mucho muy fuertes, se manejaban todo tipo de propuestas; por ejemplo, había no sólo aranceles, sino cuotas, había todo tipo de medidas proteccionistas, una de ellas era ‘se pueden importar tantas toneladas, con tantos objetos de tal cosa’; entonces, una de las cosas que decíamos los que pensábamos en lo absurdo que era hacer las cosas de esa manera era ‘bueno, si van a poner cuotas, por lo menos hagan subastas de las cuotas y eso nos va a permitir saber no sólo cuál es el arancel implícito que está atrás de poner una limitación de esa naturaleza, sino además el gobierno va a recaudar algo”, recuerda. 

‘Te vas a ir a Chicago’

El Banxico, concede Gil Díaz ante pregunta expresa, es un espacio de interacción entre el sector financiero del gobierno y los bancos, tanto públicos como privados, donde persistió por años la semilla del pensamiento “sin duda” neoclásico o aperturista. Uno de sus representantes fue Leopoldo Solís, quien lo invitó a trabajar al Banco después de dar una clase de teoría monetaria en el ITAM, a mediados de la década de los 60. Como uno de los primeros en señalar los “cuellos de botella” del modelo de sustitución de importaciones, Solís fue además a principios de los 70 el “gran reclutador” de economistas para el gobierno, dice Gil Díaz.

“Leopoldo tenía un ojo verdaderamente asombroso; no quiero decirlo en mi caso, posiblemente se equivocó conmigo, pero voy a contar nada más del grupo de personas que nos invitó, quiénes eran y dónde acabaron. Bueno, ya sabes dónde acabaron. Pero, ¿por qué invitó a Guillermo Ortiz (ex secretario de Hacienda y ex gobernador del Banco), que era un estudiante de economía en la UNAM, además en la UNAM. ¿Por qué invitó a Ernesto Zedillo, que era estudiante de Economía en el Politécnico? Ni siquiera en dos universidades que se distinguían por ser formadoras de buenos economistas. ¿Cómo distinguía el talento Leopoldo? No lo entiendo, pero tenía una especie de intuición, porque no hay uno solo de los que nos invitó que no haya hecho carrera”, dice.

Desde 2010, en un homenaje a la obra de Solís, Gil Díaz narró que fue también éste quien le dijo “te vas a ir a estudiar economía a la Universidad de Chicago (…) porque estoy sembrando economistas por todos lados y soy amigo de Arnold Harberger, y si le escribo yo una carta para que te acepte, te va a aceptar”.

Junto con Friedrich Hayek y Milton Friedman, por su parte, Harberger es una figura de la defensa de la libertad de mercado. Egresado él mismo de la Universidad de Chicago y ex empleado del Ejército norteamericano, fue clave en el reclutamiento por parte de esta escuela de los alumnos de la Universidad Católica de Chile que, al volver con el golpe de Pinochet, aplicaron el programa económico que habían desarrollado y que, por su tamaño en papel, denominaban “el ladrillo”. Para ellos y el resto de los estudiantes latinoamericanos, Harberger era también “Alito”, uno de los profesores más cercanos porque además habla español.

Otro de sus mentores, dice Gil Díaz, fue Larry Sjaastad, ex director de un programa de entrenamiento en la Universidad Nacional de Cuyo –en Mendoza, Argentina- y que, junto con Harberger, promovía en Chicago el debate sobre América Latina en talleres o “laboratorios” semanales.

“(Los promovían también) otros dos o tres miembros del Departamento con mucho interés en América Latina, en la Alianza Para el Progreso y programas de esa naturaleza que tenía el gobierno de los americanos (…) Entonces el hecho de que hubiera ese interés en América Latina, era un interés académico que tenía que ver, en parte, con la cantidad de latinoamericanos, pero principalmente tenía que ver con lo que los economistas yo diría no sólo de Chicago (…) consideraban pues prácticas que no conducían a un desarrollo económico, a un progreso, a la estabilidad, porque eran famosas las experiencias inflacionarias, las experiencias proteccionistas, intervencionistas de todo tipo y por ese motivo teníamos un laboratorio”, dice.

Con Friedman, agrega, estudió dinero, micro y macroeconomía en cátedras que partían del análisis de las noticias y en las que, implacable ante los tropiezos de los alumnos, el célebre académico respondía con agudos comentarios. Fue también Friedman, dice, quien le dio una “lección” sobre el valor de la intuición en la valoración de los fenómenos económicos luego de que le puso “F” en un examen de mitad de curso.

“Dijo, ‘tu examen ni siquiera lo vi’. ¿Y por qué? ‘Pues porque no me demostraste que sabes economía, me contestaste con ecuaciones (…) Yo no sé cómo las razones como economista’. ¡Qué buena lección me dio! Obviamente me fue bien en el examen final, pero fue un aviso”, cuenta. 

Gil Díaz volvió de Chicago a México en 1970, empezó a dar clases en el ITAM y, en 1971, de nuevo a invitación de Solís, entró al gobierno a través de la Secretaría de la Presidencia. Volvió un año a Chicago, en 1973, se integra de nuevo como investigador del Banxico y en 1976 pasa a Hacienda, primero como director de estudios financieros y, entre 1978 y 1982, de Ingresos.

“Me paso esos cinco años inmerso, sin preocuparme por temas macro ni de comercio exterior, sino únicamente en la parte tributaria, que era muy compleja porque además la reforma que llevamos a cabo fue amplísima. Metimos el IVA, eliminamos 300 impuestos”, recuerda.

Fue precisamente por esa carga de trabajo, dice, que tuvo que dejar la jefatura en el Departamento de Economía del ITAM y para la misma recomendó entonces a Pedro Aspe, a quien se refiere como uno de sus primeros y mejores alumnos y que en ese final de los 70 regresaba de un doctorado en el Massachusetts Institute of Technology (MIT). Después, agrega Gil Díaz, lo recomendó también como asesor en Hacienda. 

‘Culpables por asociación’

En el homenaje en el ITAM de 1999, Harberger citó un artículo de 1993 sobre “un puñado de héroes” clave en la apertura económica de América Latina. La selección incluía, entre otros, a Sergio de Castro, ministro de Hacienda y de Economía en la dictadura de Pinochet y, como Gil Díaz, egresado de la Universidad de Chicago. 

“De Castro, a quien conocí hace casi 40 años, es único entre los políticos que he conocido por la cualidad casi mágica de su liderazgo”, escribió Harberger en el artículo, en el que no menciona a Pinochet. 

“Alito” destaca en cambio la existencia de “equipos” que instrumentaron las reformas y que, si bien en lugares como Brasil y Uruguay fueron pequeños, dice, en México y en Chile fueron “numerosos y más densos”.

La mayor parte de este equipo en el caso mexicano, continúa Harberger, eran “sobre todo estudiantes de economía y políticas públicas que fueron al extranjero para estudios de postgrado con financiamiento del gobierno”, como Salinas –de Harvard-, Aspe y Gil Díaz.

“Sólo para dar una idea de los cambios en el antiguo sistema, un camión que llegaba a Laredo (Tamaulipas, en la frontera con Estados Unidos) tenía que hacer trámites en 14 mostradores diferentes (…) Bajo el nuevo sistema, cada camión debe presentar una declaración primero y pagar en esa declaración. No se revisa ningún documento mientras el camión se encuentra en el recinto aduanero”, agregó Harberger.

Gil Díaz dice en la entrevista no haber conocido a los “Chicago Boys” chilenos mientras vivía en Estados Unidos y que, cuando se convirtieron en funcionarios del gobierno militar, sólo por un tiempo llegó a preocuparse por el vínculo.

“Éramos culpables por asociación, por supuesto. A mí me daba risa. En algún momento me preocupaba, pero con el tiempo me dio risa. Llegó un momento que yo decía ‘bueno, si me dicen ‘Chicago Boy’, no saben cómo se los agradezco. Que a mi edad me digan ‘Chicago Boy’ me parece genial”, comenta.

‘¿Cómo no pagar impuestos?’

Después de ser director de investigación económica en el Banco con De la Madrid, Subsecretario de Ingresos con Salinas –al mando de su ex alumno Aspe- y subgobernador del Banxico entre 1994 y 1997, Gil Díaz cerró una primera parte de su extensa carrera en la administración federal.

Ese 1997, de acuerdo con su currículo, pasó a la iniciativa privada como director de Avantel, una filial del Banco Nacional de México (Banamex) a la que llegó, según contó en un artículo, a invitación del entonces director de la empresa, Roberto Hernández.

Y en esa posición se encontraba mientras era homenajeado en el ITAM, donde Harberger también destacó que había ya procedido “a dar a todos sus sucesores un modelo a seguir”.

Una de sus posiciones más emblemáticas, sin embargo, estaba justo por iniciar. Ese fin del siglo XX, el simbolismo de la primera derrota del partido con mayor longevidad en el poder era el centro de la campaña de la derecha en México, encabezada por el empresario Vicente Fox, que basó su mensaje en la presunta confrontación del sistema priísta y en una alianza denominada “por el Cambio”.

Al ganar en 2000, sin embargo, Fox nombró a Gil Díaz como su secretario de Hacienda. 

“Todo esto es muy importante recordarlo porque mucha gente fue engañada que iba a haber un cambio, y fue más de lo mismo”, dijo el pasado 26 de mayo el presidente Andrés Manuel López Obrador.

En su conferencia matutina de ese día, y el contexto del anuncio de la venta de Banamex, el mandatario retrajo el nombre de Gil Díaz al recordar que, al inicio de su presidencia, Fox autorizó la venta de este mismo banco en una operación libre de impuestos en la Bolsa Mexicana de Valores.

“Viene entonces, ya estando Fox en la Presidencia, la venta de Banamex a Citigroup, Banamex de Roberto Hernández (…) Simula el secretario de Hacienda de entonces de que él se excusaba de participar porque había trabajado hacía poco con Roberto Hernández”, dijo López Obrador entonces.

“Y sí, en ese entonces, era legal el hacer las operaciones en la Bolsa; sin embargo, a todas luces fue un acto de influyentismo y una inmoralidad, porque imagínense vender un banco en 12 mil millones de dólares y no pagar un centavo de impuesto”, agregó.

Gil Díaz, cuyo currículo incluye membresías en consejos de otras empresas como Avanzia, BBVA México, Telefónica y otras, responde en la entrevista a la mención del mandatario: “Efectivamente, se vendió en Bolsa porque la ley así lo contemplaba, no se podía cobrar un impuesto; a mí me hubiera encantado cobrar ese impuesto (…) Era una operación bursátil que en aquel momento estaba exenta porque así lo decía la ley, y así había estado la ley durante muchísimos años; no fue una ley que yo haya propuesto, sí simpatizaba con ella, pero yo no la propuse, esa venía de muy atrás y no había nada qué hacer, simplemente no había nada que hacer”.

Anti ‘ecomunista’

Como del proteccionismo al libre mercado y entre el PRI y la presunta transición a la democracia del 2000, la trayectoria de Gil Díaz conduce a la élite empresarial mexicana, sobre todo de banqueros, que desde los años 30 y 40 se propusieron recuperar el liberalismo mientras en el mundo entraba en cuestionamiento. Eran los años del New Deal, de la expansión del modelo keynesiano y de planificación en los que la inversión pública se concebía como motor de la economía y ésta como un medio para el bienestar de la población. Lázaro Cárdenas, considerado como el único presidente dispuesto a generar la justicia social por la que se había peleado la Revolución, nacionalizaba la industria petrolera y conducía el mayor reparto de tierras en la historia de este país. 

Una reacción a este tipo de “colectivismos” apareció condensada en 1937 en el libro “The good society”, en el que el influyente periodista norteamericano Walter Lippmann equiparó el socialismo con el fascismo y escribió que, en la economía moderna, el principal motivo de producción es la ganancia, así sea a costa de vidas humanas. El colectivismo, agregó su análisis, es una resistencia a esta máxima.

“Mientras que es perfectamente cierto que el mercado determina cómo el trabajo y el capital deben invertirse para satisfacer la demanda popular, el mercado es, humanamente hablando, un soberano despiadado. En la práctica, aquellos que juzgan mal al mercado deben pagar por sus errores con sus fortunas y con la derrota en sus vidas”, dice Lippmann en el libro por el cual se creó un coloquio con su apellido y del que surgió incluso el término de “neoliberalismo”.

El volumen fue traducido en México por Luis Montes de Oca, un entusiasta admirador del periodista y, también, uno de los primeros funcionarios del Banco que, en pleno cardenismo, fue un férreo crítico de la economía planificada. En su indispensable libro “Los orígenes del neoliberalismo en México”, la investigadora María Eugenia Romero Sotelo, de la UNAM, identifica a Montes de Oca como uno de los principales detractores del cardenismo y, además, enlace con el sector privado mexicano, como el empresario Raúl Bailleres, que en 1946 fundó lo que hoy es el ITAM. Fue Montes de Oca, expone la historiadora, quien promovió la visita a México de Ludwig von Mises y de Friedrich Hayek, miembros de la Escuela Austriaca ya establecidos en Estados Unidos y que en México fueron recibidos por el círculo cercano a Bailleres.

Montes de oca, de acuerdo con lo publicado en el Diario Oficial de la Federación del 12 de marzo de 1940, se hizo también socio del Banco Provincial de Sinaloa junto con Alfonso Díaz Garza, abuelo materno de Gil Díaz.

“Cuando le dije a mi abuelo, con quien vivía desde los ocho años de edad, después de la muerte de mi padre, que me habían invitado a trabajar al Banco (en los 60), él me replicó: no me gusta, ahí no hay economistas, hay puros ‘ecomunistas’. Bueno, la verdad yo no tenía noción de la ideología de los profesionistas del Banco de México, pero si mi abuelo estaba preocupado por cómo iba yo a evolucionar, qué equivocada se dio”, dijo Gil Díaz en el homenaje a Solís de 2010.

En la entrevista, el ex funcionario menciona también a su abuelo Díaz Garza cuando se le pregunta si en el Banxico interactúa el gobierno con la iniciativa privada, ante lo que precisa que ya sólo con la del sector bancario.

“Sin embargo, esa participación del sector privado nunca fue importante. Yo viví con mi abuelo, mi padre se murió cuando yo tenía ocho años de edad y nos adoptó a mi madre y a mis hermanos mi abuelo (…) Mi abuelo era banquero y era miembro del Consejo del Banco. Era un banquero pues muy querido, aunque era un banco chiquito, era un banquero muy respetado, muy conocido, un banquero norteño, francote; entonces, por eso tengo alguna noción de cómo funcionaba, y sí recuerdo perfectamente que mi abuelo podía estar furioso con el Banco, podía estar furioso con el director del Banco, y no tenía ningún poder, ninguna influencia. Como banquero, pues si el Banco le subía un encaje o le bajaba un encaje o le hacía cualquier cosa, pues reaccionaba y reaccionaba en la casa. Y yo no sé en las juntas qué diría, pero nunca tuvo poder; él se enfrentaba a las decisiones y las tenía que aceptar. Ese era el Banco”, dice.

“Pero el Banco, lo que ha sido hasta antes de este gobierno, ha sido un secretario técnico de Hacienda. O sea, Hacienda siempre usó al Banco para pedirle estudios, para pedirle valoraciones, para encargarle cosas, ¿por qué? porque los economistas del Banco, que son muy buenos, han sido escogidos muy cuidadosamente, que están muy bien preparados y que están allí todo el tiempo y que no se distraen con otras ocupaciones y tienen computadoras y tienen información, pues son un equipo que es del gobierno y que es muy útil para encargarle cosas y por ese motivo en la práctica es una especie de Secretariado Técnico del gobierno, hasta yo diría por lo menos el gobierno de Peña, aunque el gobierno de Peña se manejó más bien de una manera pues bastante exclusiva, soberbia y caprichosa por Videgaray, que consultaba poco y que lo que consultaba (ríe) lo tomaba pero luego lo manejaba como propio. Pero esa es otra historia”, agrega. 

-¿No hubo relación en el periodo de Videgaray? Veo que era muy cercano a Aspe… –se le pregunta.

“Fue empleado de Pedro, o socio de Pedro, posiblemente haya sido alumno también. Pero una vez que se fue al gobierno del Estado de México, se enfrió mucho la relación, entre ambos, y ya no hubo a partir de ahí ninguna colaboración, digamos fue una relación ya más distante. Pero mi comentario sobre Videgaray fue más bien porque es un personaje de una inteligencia sobrenatural, asombrosa, verdaderamente excepcional y una soberbia equivalente; entonces, una vez que tenía lo que él creía era una solución para algo, y a veces se equivocó, pues no la consultaba con nadie, la llevaba a cabo y se acabó. Y eso fue desgraciadamente parte del problema que tuvimos que enfrentar más adelante, porque los cambios, que fueron muy buenos, tuvieron un ingrediente de demasiada imposición, falta de trabajo, falta de convencimiento”, responde.

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