PUBLICIDAD

Juárez

Ser migrante, la más grande prueba de fe

Unos en Juárez, otros en El Paso, esperan sin rendirse su gran oportunidad

The Washington Post

domingo, 04 junio 2023 | 16:20

Archivo

PUBLICIDAD

Ciudad Juárez— Una noche después de que expiró en Estados Unidos la orden de expulsión durante la pandemia, la frontera suroeste se tranquilizó.

Ésta es una oportunidad perfecta, razonó Gerber Callejas, quien tomó a su esposa, a su pequeño hijo y sus pocas pertenencias después de huir de El Salvador y cruzar el puente internacional para solicitar asilo.

Callejas había orado para que concluyeran las restricciones del Título 42, que le negaba a la mayoría de los migrantes la oportunidad de solicitar protección. Él trató de hacer una cita con oficiales de inmigración a través de la nueva aplicación del Departamento de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés), pero en repetidas ocasiones recibió mensajes de que había surgido un error.

Durante casi seis meses, la familia de Callejas había padecido en Ciudad Juárez mientras esperaba la oportunidad para ingresar a Estados Unidos.

Cuando la familia llegó al puerto de entrada a Estados Unidos, los oficiales le dieron prioridad a casi 100 personas que estaban en la fila y tenían citas. Aunque la familia estaba decidida a esperar.

La noche se alargó y las temperaturas bajaron. Los oficiales mexicanos empezaron a urgirlos a abandonar el lugar pero ellos se rehusaron.

Para Callejas, Juárez es una ciudad tan peligrosa como su ciudad natal. En El Salvador, los criminales lo acecharon y amenazaron después de exigir una cuota de extorsión que él se negó a pagar, dijo. En México, su familia fue secuestrada poco después de llegar a la frontera.

Fueron liberados después de pagar un rescate y abandonados en las calles, en donde habitualmente tenían hambre y se enfermaron sin tener un techo para refugiarse.

Mientras esperaba en la fila en la frontera de Estados Unidos, se estresó más, su corazón latía ansiosamente en el pecho y podía sentir el pulso de su sangre en los oídos.

“No estoy pidiendo que me regalen algo. Estoy solicitando protección”. Callejas estudió la política de asilo de Estados Unidos en su trayecto hacia el norte y supo que tenía el derecho bajo la ley federal para solicitar refugio. Cuando el reloj marcó las 10:00 pm se acercaron los oficiales mexicanos.

Él no sabía si vendrían a decirle que se retirara o si finalmente podía seguir adelante.

Un nuevo cálculo

El final de las restricciones de la pandemia del Título 42 en la frontera provocó confusión, ansiedad y temor que finalmente se disiparon completamente. Las predicciones de un caos inmediato y una catástrofe en la frontera suroeste de Estados Unidos no se materializaron (por lo menos, no de la manera que se habían descrito o imaginado).

En lugar de un sostenido aumento de detenciones, el número de personas que fueron sorprendidas cruzando ilegalmente la frontera disminuyó, ya que los migrantes reevaluaron cuál sería la mejor manera de entrar a Estados Unidos. Aunque ahora todos pueden solicitar asilo, calificar es más difícil.

Los migrantes deben obtener una de las mil citas diarias que están disponibles a través de la nueva aplicación del CBP, un aspecto difícil para muchos que no tienen teléfonos inteligentes ni una fuerte conexión a Internet.

Y en la frontera de Estados Unidos, los que solicitan asilo deben demostrar que buscaron protección en algún otro lugar cuando pasaron por otros países en su trayecto hacia Estados Unidos.

Sin embargo, las consecuencias de ingresar ilegalmente son más rígidas. De acuerdo con el Título 42, fueron regresados a México más de 2 millones de migrantes aprehendidos en la frontera, aunque pudieron volver a entrar rápidamente a Estados Unidos sin arriesgarse a recibir una sanción penal.

Ahora, igual que antes de la pandemia, los migrantes deportados después de cruzar la frontera enfrentan una prohibición de cinco años en los que no pueden volver a entrar a Estados Unidos, sin la posibilidad de ir a la cárcel si son atrapados haciéndolo.

El número de migrantes que han sido interceptados por la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos ha disminuido en más del 70 por ciento desde que expiró la orden, según dio a conocer hace unos días un oficial del Departamento de Seguridad Interna.

Los oficiales aseguran que al mismo tiempo, han regresado vía aérea más de 10 mil migrantes a sus países (Colombia, Ecuador, República Dominicana, Honduras y El Salvador) en las últimas semanas.

En abril, la Patrulla Fronteriza liberó más de 60 mil personas en el país para aliviar la peligrosa sobrepoblación dentro de sus instalaciones, debido a que los encuentros en la frontera aumentaron antes de que se anulara la orden de salud.

Esa cifra ha disminuido desde que se culminó el Título 42. Desde el 11 de mayo, a más de 21 mil personas les han permitido permanecer en Estados Unidos con la orden de comparecer ante una corte.

Al sur de la frontera, migrantes confusos están padeciendo en albergues, durmiendo en las calles y tocando puertas en los negocios para solicitar trabajo, alimentos y en algunas ocasiones medicinas.

“Hemos hecho todo lo que ellos piden pero no cumplimos con ese criterio”, dijo Frainier González, un venezolano de 27 años, expulsado semanas antes bajo la norma del Título 42 y que no pudo obtener una cita en la aplicación del CBP. “Lo único que queda es darnos por vencidos e irnos a otro lado”.

Regresar a México

Ángel Andrade sospechaba que al concluir las restricciones del Título 42 habría nuevos obstáculos en el intento por ingresar a Estados Unidos y empezar una nueva vida.

Así que este hombre de 32 años, apodado “Flaco”, se unió a la muchedumbre que estaba afuera de una entrada fronteriza a El Paso con nueve días de anticipación para entregarse a las autoridades estadounidenses, con la esperanza de que le permitieran entrar.

Él y sus amigos esperaron, sentados y durmiendo en el suelo. Un poco más de una semana después, oficiales de Estados Unidos les permitieron entrar para ser procesados.

Andrade dijo que en algún tiempo tuvo una vida cómoda en la problemática Venezuela, que es rica en petróleo, donde estudió Derecho y prestó sus servicios en el ejército. Pero dijo que los conflictos con sus parientes vinculados a grupos criminales y las deterioradas condiciones económicas lo empujaron a huir a Colombia.

La pandemia y la elección de un presidente de izquierda en ese país dieron lugar a que su país adoptivo se sintiera cada vez más inseguro.

Él siguió el consejo de unos amigos para atravesar la jungla y cruzar el Estrecho Darién, viajar por Centroamérica y dirigirse hacia el norte de México. Decidió tratar de entrar a Estados Unidos a través de Juárez, justo cuando se aproximaba el final de la orden de salud pública.

“Hicimos el viaje con mucha fe”, dijo Andrade. Él y sus amigos estuvieron bajo custodia del CBP durante dos días. Les hicieron unas cuantas preguntas.

Andrade comentó que animó a sus compañeros migrantes para seguir teniendo fe, pero un colombiano rompió a llorar cuando vieron el autobús escolar de color blanco.

A las 9:59 pm del 11 de mayo, dos horas antes de que fueran canceladas las restricciones del Título 42, su grupo fue regresado a México, siendo el último grupo expulsado de acuerdo con la orden de salud de la pandemia, dijeron oficiales del CBP.

Los hombres dijeron que ahora se dan cuenta de que muchas de las suposiciones acerca de la frontera estaban basadas en una mala información compartida en las redes sociales y en las anécdotas de amigos y familiares que se las arreglaron para cruzar semanas antes y le restaron importancia a las dificultades.

Todo lo que Andrade y sus amigos sabían es que ya se les estaban acabando los lugares a donde ir.

“No sé qué hacer. Pero no aguanto más”, dijo entre sollozos. “Yo acostumbraba vivir bien y vengo de una familia de clase media en donde tuve todo lo que necesitaba. Ahora, necesito una oportunidad y cuidarme: me veo como un vagabundo, la gente de este lugar me ve como un drogadicto, eso me enoja”.

Se adaptan a grupos criminales

Leyla Bécquer dijo que el acoso fue demasiado para ella en su nativo Iquitos, en donde era dueña de un negocio a la orilla del Amazonas peruano.

Las constantes amenazas de pandillas de criminales armados (y la persistente insistencia de un contrabandista de personas, venezolano) la empujó a reservar boletos de avión para ella y sus dos hijos para ir a México.

Ella planeó su viaje para llegar antes del 11 de mayo, después de escuchar el consejo de tutoriales virales en TikTok que les decían a los migrantes que su oportunidad de cruzar podría terminar pronto.

La información era errónea, pero Bécquer y miles de sudamericanos fueron atraídos por organizaciones criminales que utilizaban el final de las restricciones del Título 42 para hacer negocio.

En la última parada, el contrabandista hizo arreglos para que un chofer la recogiera y la llevara a Estados Unidos. En total pagó 4 mil 500 dólares; la mayoría del dinero provino de la venta de su negocio en Perú.

Pero el chofer abandonó a la familia a la orilla del muro fronterizo, rehusándose a cruzarlos después de que concluyó el Título 42. “Nunca me imaginé que estaría en esta posición”, dio Bécquer, de 36 años, mientras lloraba silenciosamente para no alarmar a su hijo adolescente ni a su hijo pequeño, que estaba enfermo.

Durante tres días y noches, se movió desde un área de espera cerca del puerto de entrada en Ysleta-Zaragoza a un centro comercial cercano y luego durmió entre unos arbustos enseguida del puente.

Bécquer no se sentía segura durmiendo al aire libre porque dijo que fue rechazada de unos hoteles que no aceptaban niños. Su hijo más pequeño enfermó de fiebre. Ella rogó en las farmacias para que le dieran medicamentos hasta que otro migrante le dio un jarabe para la tos.

Sin embargo, la enfermedad de su hijo de 2 años empeoró. Así que se dirigió al puente sin una cita, esperando que los oficiales le permitieran ingresar con un permiso humanitario. Ellos aceptaron, su hijo fue atendido de neumonía en un hospital de Texas. Ahora, ella espera encontrar trabajo, utilizando su licenciatura en Comunicaciones Digitales.

En menos de dos meses enfrentará las preguntas de un juez de inmigración acerca de si solicitó asilo en otro país antes de acudir a Estados Unidos para buscar ayuda. Una respuesta negativa podría significar su deportación a Perú.

PUBLICIDAD

ENLACES PATROCINADOS

PUBLICIDAD

PUBLICIDAD

PUBLICIDAD

close
search