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Juárez
lunes, 18 septiembre 2023 | 06:00
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Guadalupe, Chihuahua.- Con su voz aguda, Sofía impone el silencio mientras une sus manos y empieza a orar. Es martes y a la pequeña le corresponde bendecir los alimentos al tiempo que sus compañeros la escuchan y aunque con hambre, también agradecen a Dios por ese esperado momento.
Son estudiantes de la primaria 6 de Enero, ubicada en el municipio de Guadalupe y a aproximadamente 60 kilómetros de distancia de Ciudad Juárez. El plantel tiene su acceso principal sobre la avenida que lleva el nombre del ejido, Doctor Rodrigo M. Quevedo, mejor conocido como La Caseta.
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Los alumnos que así lo desean asisten de lunes a jueves al comedor cristiano “Jireh”, que dirigen Benice Samaniego Mendoza y su esposo Jesús Manuel Gallegos Guardado, desde hace varios meses.
El comedor recientemente fue instalado en lo que fue un centro de lavado de autos y que cerró sus puertas a causa de la inseguridad y el desplazamiento forzado que se registró en esta comunidad entre el 2008 y el 2016. El espacio les fue facilitado por el propietario del local, que en breve oficializará el arrendamiento con una mensualidad, lo que preocupa a Benice, pues el servicio que prestan es gratuito.
“Dios proveerá para mi pueblito”, decreta y tal es su confianza que plasmó la frase en el anuncio que da la bienvenida a los pequeños que crecen en una comunidad fronteriza con fuertes rezagos en materia de servicios públicos y espacios recreativos y educativos.
Cada uno de ellos deberá de migrar a otras comunidades para asistir a la secundaria y luego a la preparatoria, si es que desean seguir preparándose para ingresar a la universidad.
Entre casas abandonadas, locales cerrados por diversos hechos violentos y calles vacías, las niñas y niños habitantes del ejido, cercano a la cabecera municipal, también son testigos de cómo los residentes de esta comunidad se resisten a quedar en el olvido y aunque no son los mejores tiempos, habitantes como Benice buscan dejar en ellas y ellos otras memorias, más allá de la violencia que aún persiste.
Comunidad fronteriza en resistencia
La decadencia económica de esta comunidad ejidal empezó tras la decisión gubernamental de ambos países de cerrar el puente fronterizo –los permisos iniciaron desde el 2003, y lo reubicaron a varios kilómetros de distancia del ejido, afectando a los comerciantes y estudiantes.
El puente que unía a La Caseta con Fabens, Texas, facilitaba la asistencia a clases de los alumnos a las escuelas en aquel condado por ser la mayoría de doble nacionalidad.
Esto cambió cuando fue cerrado el puerto para dar paso a la obra impulsada por el entonces presidente Enrique Peña Nieto, quien inauguró el cruce fronterizo Guadalupe-Tornillo en 2016.
Entonces el ejido Doctor Porfirio Parra resintió la ausencia de visitantes, por lo que los negocios dedicados a la venta de artesanías, los restaurantes, consultorios médicos, dentales y hasta la única estación de servicio junto a su tienda de conveniencia, cerraron sus puertas.
Ahora, los estudiantes que acuden a escuelas en Fabens deben viajar en grupos en vehículos de padres o madres de familia que se turnan para cruzar, explica Benice.
Alimentar en cuerpo y alma
El comedor Jireh, explica su fundadora, empezó en una iglesia cristiana de esta comunidad.
“Nos pidieron el lugar y el dueño de este espacio nos ofreció aquí y pues aquí estamos, tenemos tres meses en este lavado (car wash)”, narra Benice.
En el comedor infantil les ofrecen alimentos, que consisten en sopa del día, un guisado con carne, postre y agua de frutas. Antes de comer, realizan la oración de agradecimiento por los alimentos y tras comer, aprenden principios básicos bíblicos por ser un comedor cristiano.
“Les enseñamos a tener una disciplina en su vida, compartimos con ellos muchas cosas. Ellos vienen de la primaria 6 de Enero y son como 40 niños. Algunos son de bajos recursos, pero aquí no hacemos excepciones, el comedor está para servir a los niños del pueblo; luego de que se van los de primaria, llegan los estudiantes de secundaria que también atendemos”, agrega.
Los alumnos salen de sus salones y un maestro los acompaña a la puerta principal. Una de las mujeres que apoya a Benice cruzó la calle y recogió al grupo. Niñas y niños llegan de la mano y ocupan sus lugares en la mesa mientras les sirven agua natural para calmar la sed.
Otros salieron a jugar con unas pelotas y algunas niñas tomaban hojas y colores para pintar algunos dibujos. Las risas y los gritos inundaban en pequeño espacio donde había un aparato de aire acondicionado empotrado en la pared.
Una despensa donde había paquetes de sopas, latería, azúcar, aceite y otros artículos, que para fin de mes empiezan a escasear, es por lo que Benice y su esposo deben trabajar todo el mes en la labor de convencimiento para reunir los alimentos que requieren para elaborar el menú diario.
“Requerimos de ayuda para pronto pagar la renta que nos van a cobrar. Muchas de las personas que nos apoyan son de otras comunidades que confían en nuestro proyecto y están interesadas en apoyar a la niñez de este pueblito”, dice Benice, quien espera recibir apoyo para sostener su obra. (Luz del Carmen Sosa / El Diario)
lsosa@redaccion.diario.com.mx
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