Estado

Vuelo 2039: 15 minutos de terror, crónica de una tragedia que no sucedió

Dos pasajeros narran lo que vivieron el pasado 10 de abril luego de que el avión de Aeroméxico tuvo un problema con una llanta al despegar

Jorge Montes de Oca / David Piñón /
El Diario

domingo, 14 abril 2019 | 06:00

Chihuahua— Más de 15 minutos de angustia y terror vivieron los 70 pasajeros del vuelo 2039 operado por Aeroméxico de Chihuahua con rumbo a Monterrey, cuya llanta reventó al despegar poco antes de las 19:00 horas del pasado 10 de abril.

“Algunos pasajeros, producto de los nervios, empezaron a vomitar; otros muchos empezamos a rezar. Aquel regreso duró quizá unos diez o quince minutos, no lo sé, no lo recuerdo. Mi corazón latía de prisa, las manos me seguían sudando y mi ansiedad crecía. Imagino que todos experimentamos una situación similar”, contó Rogelio Segovia González, vicepresidente de Recursos Humanos LatAm, quien narró los momentos de miedo y ansiedad vívidos dentro de la aeronave Embraer E170, con antigüedad de 12.7 años de antigüedad, y que desde junio de 2013 está en la flota de Aeroméxico Connect.

Ese día, justo en el despegue una de las llantas del tren de aterrizaje reventó y el ala izquierda golpeó contra la pista. Desestabilizada, la aeronave tomó altura, y el Capitán decidió regresar a la pista para evitar riesgos.

‘Sigo asustado’

En un texto en su cuenta LinkedIn, Segovia González cuenta así lo ocurrido: 

“Llegué temprano al aeropuerto y como ya tenía mi pase de abordar me dirigí a la sala de última espera donde tomé un café helado con espuma cremosa y comí un muffin de moras. Era un día despejado y soleado en Chihuahua, la aplicación del clima reportaba una velocidad del viento de poco mas de 45 km/h, es decir, nivel 6 de 12 de acuerdo a la escala Beaufort, la cual lo describe como viento fuerte con capacidad de mover las ramas de árboles grandes y provocar dificultad para mantener abierto un paraguas. Un día realmente ventoso.

Puntuales empezamos a abordar; tomé mi asiento en el pasillo, a mediación de la cabina, y poco antes de las 19:00 horas estábamos listos para despegar. 

A paso lento el avión empezó las maniobras de rodaje antes de iniciar la carrera de despegue; mientras la sobrecargo proporcionaba las instrucciones de seguridad y los demás pasajeros de la cabina se aprestaban para el despegue; yo preparaba mi lista de reproducción de canciones. La mujer que bota fuego, de Manuel Medrano y Natalia Jiménez, era la canción que escuchaba en los auriculares inalámbricos cuando el avión empezó a tomar velocidad sobre la pista.

Aunque suelo volar de forma frecuente, el subir a un avión me sigue produciendo la misma sensación de emoción y asombro que tengo en mi recuerdo consciente de la primera vez que volé. 

Antes del despegue, cual cábala, pongo música, planto firmemente mis pies en la alfombra del avión, cierro los ojos y me concentro en la velocidad reflejarse en mi cuerpo al replegarse contra el asiento, la potencia de las turbinas desafiando la fuerza del viento y la gravedad así como la infinidad de familiares crujidos de la estructura del avión por el esfuerzo a que es sometida durante el despegue.

Con la letra de la canción de Manuel y Natalia inundando mi espacio y los motores del aparato en máxima potencia, momentos antes de levantar la aeronave de la pista de asfalto del aeropuerto de Chihuahua, un fuerte tirón hacia la izquierda nos sobresaltó a todos. 

Los siguientes segundos -pocos, muy pocos- se sucedieron de forma interminablemente lenta. “La fuerza del aire despistó el avión” fue lo primero que pensé. En cámara lenta sentí cómo el vuelo perdía fuerza y se precipitaba afuera de la pista hacia babor. 

En cualquier momento haremos contacto contra la vegetación y la tierra fuera de pista” fue mi segundo pensamiento al tiempo que me aferraba al asiento mientras mi cuerpo se tensaba con la furia de un predador a punto de ser atacado y mi corazón latía con la violencia de un motor desbocado y sobrerevolucionado.

Estaba listo para la colisión, incluso en mi imaginación sentí la furia y dolor del impacto cuando con sorpresa, de forma torpe y un tanto afectado por la pérdida de potencia el avión empezó a ganar altura mientras la fuerza del viento lo seguía agitando.

Me quité de golpe los audífonos, el silencio era abrumador, las manos me sudaban copiosamente y mi corazón seguía latiendo con gran fuerza. Voltee a mi izquierda y el pasajero a mi lado miraba fijamente y sin parpadear el respaldo del asiento delantero, la pasajera que viajaba sola a mi derecha, se me quedó viendo como esperando alguna respuesta de mi parte, voltee hacia atrás y dos sobrecargos que viajaban como pasajeras se tomaban con fuerza de las manos.

–¿Estás bien?— le pregunté al pasajero sentado a mi izquierda que seguía observando el respaldo del asiento.

–El ala del avión golpeó en el suelo— respondió apenas viéndome.

–¿Perdón?...—Pregunté titubeante. ¿El ala golpeó el suelo? Repregunté de forma incrédula.

Un murmullo generalizado recorrió la cabina, por igual pasajeros y colaboradores de Aeroméxico que viajaban como pasajeros tratábamos de observar desde nuestros asientos el ala izquierda de la aeronave.

Fue entonces que se escuchó de forma clara, pausada y tranquila la voz del Capitán: Señores pasajeros, les habla el Capitán. Debido al evento que tuvimos durante nuestro despegue, tendremos que regresar a la Ciudad de Chihuahua a revisar la aeronave, la situación está bajo control y no corremos ningún riesgo.

Aunque el anuncio fue un pequeño bálsamo, era difícil contener la efervescencia de emociones que inundaban la cabina. 

Algunos pasajeros, producto de los nervios, empezaron a vomitar; otros muchos empezamos a rezar. Aquel regreso duró quizá unos diez o quince minutos, no lo sé, no lo recuerdo. Mi corazón no dejaba de latir, las manos me seguían sudando y mi ansiedad crecía. Imagino que todos experimentamos una situación similar, todos dentro de nuestro contexto y desde nuestro observador.

Escribí un mensaje de texto a Ginnie contándole lo sucedido. A la distancia y al releerlo nuevamente me doy cuenta que era una breve despedida. Para mi sorpresa el celular tenia señal y ella me contestó casi de inmediato: «Dios los cuida, todo va a salir bien»

Salvo uno que otro suspiro o palabras inteligibles, la cabina estaba en sepulcral silencio mientras la aeronave se enfilaba al aeropuerto. De forma lenta pero segura fuimos descendiendo, el Capitán volvió a tomar el micrófono y anunció: “Tripulación, próximos a aterrizar»”.

El aterrizaje fue suave y tranquilo. De inmediato personal de tierra ingresó al avión, se aseguró de que todos estuviésemos bien y anunciaron que el evento se había suscitado por la ponchadura de una de las llantas del avión durante el proceso de despeje”.

“La atención del personal de tierra fue expedito, cortés y amable. Se anunció que un siguiente avión aterrizaría en aproximadamente dos horas y quien así lo quisiera, podría cambiar su vuelo para el día siguiente. La aerolínea cubriría transportación, hospedaje y alimentos.

“Regresé a Monterrey al día siguiente. No me corresponde especular sobre los motivos por los cuales la llanta se ponchó ni las maniobras técnicas ejecutadas por el capitán y su tripulación. Pero sí puedo asegurar desde mi condición de cliente frecuente que la decisión tomada por el capitán del vuelo 2039 de Aeroméxico del miércoles 10 de abril son las que permiten escribir esta crónica. ¿Sigo asustado?; Sí, y mucho, pero en total gratitud con este héroe de corbata, saco obscuro, gorra de piloto e impoluta camisa blanca con charreteras de cuatro barras en cada hombro que mantuvo segura a su tripulación y pasajeros.

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