Estado

Narra en exclusiva uno de los jornaleros ‘esclavizados’

Vivió infierno en campo de amapola

‘Era tanta mi hambre que pensé en matar a un compañero para comérmelo’

Salud Ochoa
El Diario de Chihuahua

miércoles, 17 julio 2019 | 10:52

El Diario de Chihuahua El Diario de Chihuahua | Otros tres rescatados

Chihuahua— “Ya valió madre”, pensó Lorenzo cuando vio a los hombres armados que los bajaron del camión gris que los transportó a él y sus nueve compañeros desde Cuauhtémoc hasta algún lugar de la Sierra en ese momento desconocido.

Allí inició oficialmente la “esclavitud”. La desgracia ya había empezado antes, cuando aceptó la oferta para ir a trabajar a San Juanito en la construcción de un cerco por un pago de 250 pesos diarios.

Ni San Juanito ni el pago fueron verdad. En su lugar llegó la violencia extrema, el ayuno prolongado, la tortura, la desesperanza y el infierno mismo. De alguna forma llegó la muerte.

“Estábamos muertos en vida, parecíamos zombis”, relata el hombre de 30 años quien arribó a Cuauhtémoc en busca de trabajo y lo que consiguió fueron cuatro meses de horror obligado a trabajar en la siembra y cosecha de amapola en la recóndita geografía del municipio de Ocampo.

Las jornadas de trabajo extremas, la violencia física y emocional ocasionaron que Lorenzo intentara suicidarse en dos ocasiones, sin embargo, el momento más duro llegó cuando el hambre lo llevó a pensar en asesinar a un compañero para comérselo.

Trabajar de sol a sol, dormir hacinados en una cueva, cubrir sus necesidades fisiológicas a la vista de todos y durar días y noches con la misma ropa sucia, el pelo largo y las huellas de los golpes y las heridas, hicieron que el baño fuera un “privilegio” que tenían cada 30 o 40 días y que sólo alcanzaban aquellos que cumplían “un corte de talachada”.

“Es un infierno, igual que en los tiempos de Moisés cuando fue por su gente a Egipto. No tiene nombre”.

Promesa y realidad

La tragedia de Lorenzo inició el pasado 25 de marzo, cuando al salir de cenar detectó a una persona que abordaba a otros hombres ofreciéndoles trabajo. Él lo necesitaba y se acercó.

“Tenía dos días de regreso en Cuauhtémoc. La segunda noche iba saliendo de cenar y miré una persona abordando a la gente. Me acerqué y me ofreció ir a trabajar por un mes levantando un cerco en San Juanito”, narró.

Continuó: “Le creí como menso y me fui con él y un grupo de 9 personas más. En la mañana siguiente nos dieron desayuno, nos subieron a un camión gris y nos fuimos. El viaje duró cuatro horas pero la troca avanzó más allá de San Juanito y de repente ya estábamos más adentro de la Sierra en un camino de subidas y bajadas. Allí nos estaban esperando un sujeto armado y otro encargado con una radio. De repente se empezaron a ver más trabajadores, alrededor de 60, ellos descargaron el camión, arreglaron la carga y allí vamos todos subiendo para llegar al campamento”.

Cuando miró al hombre armado, señala, se dio cuenta que la promesa de trabajo honesto era falsa y guardó silencio, sabiendo que eso podría hacer la diferencia entre la vida y la muerte.

“Cuando miré al hombre armado con un R-15 dije: valió madre. Me agüite, me dije sigue el rollo para que no haya problema. Al principio nos dijeron que todo iba a estar bien, que nos quedaríamos a fuerzas pero que a finales de mayo podríamos regresar. Allí nos dijeron abiertamente que íbamos trabajar en el campo de amapola”.

Al siguiente, los trabajadores tuvieron que escoger un pico para empezar a “aflojar” la tierra en escalada y prepararla para la siembra.

“Nos pusieron a talachar. Allí duramos una semana, la siguiente semana trabajamos en otro terreno y a principios de mayo nos empezaron a separar a todos. Duré 4 días en el siguiente campamento y luego me regresaron a la talachada”, dijo.

Su retorno significó una dura prueba que lo expuso a la molestia de un cuidador apodado “El Chonche”, quien aprovechaba cualquier oportunidad para golpearlos y degradarlos.

“Allí empezó lo más feo porque el encargado original se fue a otro campo a rayar y juntar la goma; dejaron a otro trabajador encargado con el pistolero llamado ‘El Chonche’ y dos sujetos más. Cada vez que el encargado se descuidaba ‘El Chonche’ aprovechaba para lastimar a sus víctimas. Mandaba a otro a buscar una raíz para golpearnos sin ningún motivo”, contó.

Prosiguió: “Yo miré cómo le metieron 20 litros de agua por la boca a otro trabajador; lo amarraron y se lo echaron. Nos pegaban, nos pateaban, no nos daban comida, sólo al mediodía nos daban un litro de agua con azúcar y Maseca”.

Además de los golpes propinados por los cancerberos, Lorenzo también sufrió accidentes que nunca fueron atendidos y cuyas cicatrices son la prueba del desprecio del hombre por el hombre.

“Éramos como 50 personas trabajando y cuatro se encargaban de subir el agua. Un día me resbalé porque apenas andaba acostumbrándome a caminar con los huaraches y sólo por eso me dieron como 20 patadas”.

“Otro día dejaron rodar una piedra y mientras yo le servía un vaso de agua con Maseca al encargado la piedra me cayó en la cabeza, miré todo blanco por un segundo y caí de rodillas”, narra mientras muestra la herida en su cráneo y que en su momento se convirtió en una “fuente” de sangre que nunca fue atendida.

“La sangre empezó a salir como si la disparara con una pistola de agua, como una manguera rota. Me dieron 10 minutos para alivianarme y tuve que seguir trabajando. Duré mucho tiempo con el cuello y la quijada adoloridas. Todavía me provoca dolores de cabeza”, recuerda.

Sueños de libertad

“En algún momento si pensé en escapar. Me quise esconder para hablar con otro encargado de otro campo y pedirle que me dejara hablar por teléfono con mi novia y solo por eso pensaron que me quería escapar y dijeron que me quedaría 5 años allí”, dice.

Una semana después, los talachos fueron guardados porque iba a empezar la raya de la goma y entonces estuvieron frente “al patrón”.

“El mero patrón llegó y preguntó quiénes eran los más lentos para caminar, yo era uno de ellos. Nos apartaron y nos mandaron a otro campamento. Eso significó un rescate porque allá no nos golpeaban tanto”, dice.

Recuerda: “Tenía miedo, coraje, hambre más que todo. Llegó un momento en que pensé hasta matar a un compañero para comérmelo. Me estaba entrando un lado muy salvaje. Mis delirios empezaban como a las 3 de la tarde hasta la hora de la cena. Solo pensaba en comida y todo eso me torturaba mucho”.

La muerte parecía lo único seguro alrededor, sin embargo, a pesar de las condiciones de esclavitud en las que se encontraban, Lorenzo asegura que no vio morir a nadie.

“No me enteré de que alguien muriera, nunca vi que asesinaran a alguien pero ya estábamos muertos en vida. Yo me comparaba con los zombis porque estábamos todos mugrosos. Intenté suicidarme dos veces: una me quise ahorcar y en otra me quise aventar de un barranco, pero no me animé”.

La esperanza de salir de aquel campo se mantenía viva.

“Yo siempre encuentro lo positivo de las cosas y eso me mantuvo vivo. Siempre estuvo en mi mente que iba a salir, vivo o muerto pero iba a salir, si no era en el camión en el que nos llevaron iba a ser muerto. Un amigo y yo nos pusimos un plazo límite, si no nos dejaban salir nos escaparíamos. Teníamos planeado desarmar a uno de los vigilantes, ya tenía yo un mapa mental de lo que habíamos visto y conocido”.

El rescate

El día que Lorenzo y sus compañeros fueron rescatados acababan de tomar el magro desayuno cotidiano y luego de hablar con uno de “los patrones” se fue a trabajar desesperanzado porque le dijeron que solo 10 hombres se irían ese día.

“Apenas llegábamos al corte para el desmonte. Hablé con uno de los patrones y me dijo que 10 se iban y 10 se quedaban. Me fui muy agüitado. Llegué a lugar de trabajo y dije bromeando: la palabra mágica de hoy es “los diez” y como a los diez segundos llegaron los hombres (los policías) y les dije que había gente armada vigilando”.

Continuó: “Imploré: ¡sáquenos de aquí por favor! Tenía mucho miedo, estaba llorando mientras pedía que nos sacaran de allí. Todos cooperamos para irnos, existía el miedo que nos interceptaran con armas, llegué a pensar que eran ellos mismos, comprados, que sólo nos iban a sacar para no pagarnos. Ya cuando estábamos aquí entendí que era en serio”, señala con una sonrisa a medias y la incredulidad aún presente.

A poco más de una semana de su rescate, Lorenzo dice que aunque aprendió a valorar la libertad y la vida, las pérdidas son mayores porque no sólo perdió tiempo, también trabajo, dinero, una prometida y un matrimonio en ciernes y casi se pierde a sí mismo. 

Ahora, su mensaje es claro: “No te subas con extraños sin saber a dónde vas”, dice este hombre nacido el 5 de octubre de 1988 en Coahuila y quien por azahares del destino, creció en Tijuana, “murió” en Cuauhtémoc y se aferró a una segunda oportunidad de vida en Ocampo.

‘Quiero volver a mi pueblo y quedarme allá’

Luego de cuatro meses en cautiverio, Lorenzo asegura que lo único que quiere es recuperar el tiempo perdido, regresar a su pueblo y no volver jamás a Chihuahua.

“Me regresaré al pueblo, quiero recuperar el tiempo, quedarme allá; prefiero estar entre caballos que acá arriesgando todo. La libertad no tiene precio. Yo les dije una vez que ellos violaban muchos derechos simplemente por no darnos una hora de descanso ni comida y me dijeron que allí no era el gobierno ni nada, “aquí hay que chingarle y ya”.

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