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Estado

Si ustedes hablan los mato a todos, amenazó sicario

Durante mucho tiempo los religiosos pudieron evitar que la violencia los tocara en forma directa, pero esta semana ya no les fue posible

Associated Press

jueves, 23 junio 2022 | 06:00

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Ciudad de México.— Hace 50 años, cuando en la Sierra Tarahumara ni siquiera había carreteras, el sacerdote jesuita Javier Campos recorría sus montañas y cañones en motocicleta para apoyar a las comunidades indígenas pobres y marginadas de esta región del noroeste de México.

Su compañero, el religioso Joaquín Mora, trabajó muchos años a su lado, y a lo largo de más de dos décadas en la sierra vio cómo esta zona, cercana a la frontera con Estados Unidos, fue llenándose de miembros del crimen organizado que plantaban amapola o mariguana.

Los religiosos, de 79 y 81 años respectivamente, eran personas respetadas por todos en esas montañas boscosas en las que realizaban su labor, la cual se vio interrumpida abruptamente el lunes al ser asesinados junto a un laico en la iglesia de la comunidad de Cerocahui.

El presidente Andrés Manuel López Obrador reconoció ayer que el atacante ya estaba identificado y que enfrentaba una orden de captura desde 2018 —nunca ejecutada— por el homicidio de un turista estadounidense en esas mismas montañas de Chihuahua, las cuales limitan con los estados de Sinaloa y Sonora.

Campos, nacido en la Ciudad de México y apodado “El Gallo” por lo bien que imitaba a ese animal, y Mora, conocido por el diminutivo de “Morita”, estaban totalmente integrados entre los indígenas tarahumaras. Hacían labor social, defendían su cultura y promovían servicios básicos y educación.

Eran “figuras de autoridad moral, personas que generaban equilibrios en la comunidad”, dijo ayer el también jesuita Jorge Atilano durante una misa en su honor en la capital del país. “Su palabra era tomada en cuenta”.

Durante mucho tiempo los religiosos pudieron evitar que la violencia los tocara en forma directa, pero esta semana ya no les fue posible.

Los sacerdotes conocían a su asesino porque era un líder criminal local, explicó otro jesuita veterano de la sierra, Javier Ávila. En una entrevista a una radio local que él ayudó a fundar, comentó que el agresor estaba “fuera de sí, alcoholizado” y que, aunque después de los primeros disparos uno de los religiosos intentó calmarlo, no lo logró.

Primero mató al laico, del que las autoridades dijeron era un guía turístico local, luego a uno de los sacerdotes que acudió en su ayuda y después al otro. 

La Compañía de Jesús pidió proteger a religiosos, laicos y vecinos de Cerocahui, un pueblo de unos mil habitantes que recibe a algunos turistas amantes de la naturaleza, pero donde todo se mueve bajo la atenta mirada de gente armada. Por eso, durante las horas siguientes al crimen, todos callaron.

“Les dijeron: ‘si ustedes hablan y hay algún movimiento, vengo por todos ustedes y los mato a todos’”, contó Ávila.

La violencia en la sierra no es nueva, pero la situación se agravó recientemente, explicó a The Associated Press el padre Pedro Humberto Arriaga, superior de los jesuitas asesinados y amigo de Campos desde que eran estudiantes.

En mayo, la última vez que se juntaron, Campos le transmitió “la gravedad de la situación, de cómo las bandas de narcos habían avanzado en la región, cómo se estaban apoderando ahí de las comunidades” y “se estaba descontrolando” todo, cada vez con más hombres armados por todas partes.

Arriaga dijo no tener noticia de que Campos y Mora hubieran sido amenazados, pero todos eran conscientes de los riesgos que corrían al tener que moverse entre esas “mafias”.

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