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Estado

Entrevista exclusiva

Llegué a pensar en la muerte: Antonio Tarín

El exdirector de Adquisiciones de Hacienda estatal estuvo casi 5 años preso acusado por el delito de desvío de recursos

Salud Ochoa
El Diario de Chihuahua

viernes, 18 febrero 2022 | 09:13

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»Primera de dos partes

Chihuahua— “La vida está afuera”, se repetía Antonio Enrique Tarín García cuando sentía que la soledad y la desesperanza lo asfixiaban dentro de una celda de 2 por 3 metros en el Cereso de Aquiles Serdán, donde estuvo recluido tras su detención el 7 de mayo de 2017, acusado de presunto peculado.

La frase le servía de asidero para enfrentar la frustración y el coraje por no entender lo que ocurría, pero también para evadir la tristeza que poco a poco se apoderaba de él y que hoy día persiste.

Sus ojos lo delatan, él lo reconoce. Recordar duele y ese dolor aflora al hablar de sus padres; su voz se quiebra, se contiene, sortea la dificultad de las palabras y sentimientos acumulados durante un periplo tortuoso en las puertas del abismo.  

Tras cuatro años, siete meses, 13 días y ocho horas de permanencia en el centro penitenciario, Tarín García volvió a su casa, misma en la que apenas había vivido la mitad del tiempo que pasó detenido mientras enfrentaba diversos procesos penales relacionados con los llamados “Expedientes X”, que involucraron a por lo menos una treintena de exfuncionarios duartistas.

Antonio Enrique Tarín García, de 45 años, fue señalado por la Fiscalía General del Estado (FGE) como uno de los principales operadores del entramado de corrupción que orquestó el exgobernador César Duarte Jáquez y que ahora goza del arraigo domiciliario para cumplir lo que resta de su sentencia.

Según la acusación formulada en la pasada administración estatal, fungió como una “pieza clave” entre los cómplices del exmandatario, que se encuentra detenido en Estados Unidos. Sin embargo, Tarín alcanzó el beneficio de la medida cautelar al cumplir dos terceras partes de la sentencia de seis años en prisión, que en marzo de 2020 le fue confirmada por un Tribunal Colegiado.

En octubre de 2010 Tarín llegó a la Dirección de Administración y Finanzas del Instituto Chihuahuense de Salud; tres años más tarde, a partir del 30 de octubre de 2013, ocupó la presidencia del Comité de Adquisiciones y Servicios de la Secretaría de Hacienda del Estado.

En entrevista exclusiva con El Diario, Tarín habla de su detención, la tortura que enfrentó, las agresiones constantes de las que fue objeto su familia, el aislamiento y la huella que ha dejado en él ese oscuro y lento transcurrir de los días en reclusión, donde ansiaba ver a su esposa e hija, pero prefería que no fueran para evitar el maltrato del que eran víctimas.

Ahora, tiene claro que hay que concluir procesos, cerrar ciclos y empezar de cero. Reconstruirse desde la desgracia y la necesidad del perdón que pide a su familia, no por considerarse culpable, sino por la destrucción que el odio de alguien más ocasionó.

“No puedo hablar de un futuro”, dice, porque está reaprendiendo a vivir el día a día con quienes conforman su entorno cercano, pero sobre todo con su pequeña, que nació mientras él estaba detenido y que no le permitieron conocer hasta que cumplió seis meses de edad.

En algún momento, señala, será a ella a quien dará las explicaciones necesarias, dejándole en claro que en la vida hay que hacer el bien, que la verdad siempre sale a la luz, que hay que ser agradecidos y leales, no con otras personas sino con uno mismo.

“Trataron de dinamitar mi apellido, mi nombre, mi integridad como persona, pero voy a luchar para que llegue el momento y poder decirles a mis padres que no les fallé; y a mi hija que éste no es el padre que todo mundo dice que soy”, declara.

Detención y llegada al Cereso: el impacto es devastador

Tras su detención en la Ciudad de México la mañana del domingo 7 de mayo de 2017, Enrique Tarín fue trasladado vía aérea a Chihuahua, presentado ante un juez de Control e internado en el Cereso de Aquiles Serdán, donde pudo palpar el sufrimiento y la soledad tanto personal como ajena. El impacto, dice, es devastador.

“Llegar al Cereso es un shock emocional. Se vive una cerrazón de tu espacio físico y vital. Es una soledad terrible que, aunque sí puedes ver a otras personas la transmisión de energía y el sentimiento es de sufrimiento, de temor; es una soledad que no le deseo a nadie, ni al peor de mis enemigos le desearía que lo viviera”, dice.

Continúa: “Es difícil, primero el impacto de cuando te detienen que no entiendes el porqué de la situación; luego se viene una marea de acontecimientos desconocidos y de repente ya estás solo en un cuarto donde te piden que no apagues la luz, donde tienes cámaras de vigilancia las 24 horas. Es invasivo completamente que ni a las necesidades más básicas puedes estar lejos de ese lente y así vivir cuatro años, siete meses, 13 días y ocho horas. Es terrible”.

Tras convertirse en un interno más, narra, la voluntad y la toma de decisiones se anulan y quedan condicionadas al tiempo y disposición de otras personas. La consigna, asegura, era quebrarlo, agotarlo por todos los medios hasta que aceptara las culpas que querían.

“Se vuelve una rutina porque ya no dependes de ti, sino de otra persona, de los celadores o empleados del Cereso que, en razón de sus encargos, tienen que llevar ciertas acciones: pase de lista, supeditado a un horario para estar despierto, bañado, listo. Si tienes hambre tienes que esperar, si no hay agua no te aseas, se acaba tu poder de decisión porque dependes de otras personas. Se anula la independencia para la toma de decisiones”, recuerda.

“Es muy difícil acostumbrarse a eso y más cuando viviste un proceso en donde la consigna era doblar, quebrar, aflojar, agotar a una persona para que acepte cosas que no eran realidades ni cuestiones inherentes a ella. No lo entiendes”.

La violencia y tortura psicológica era tal que, cada vez que se acercaba alguna fecha importante para él, le iniciaban un nuevo proceso hasta acumular decenas de ellos.

“La frivolidad del Gobierno… que tenía tan perseguido y estudiado el tema de los movimientos de mi familia. El día que iba a nacer mi hija me iniciaron un proceso penal, cada que iba a ser un cumpleaños se iniciaba otro proceso penal, cerca de las fechas de Navidad lo mismo. Fue una constante violencia y tortura psicológica. La incomunicación, el no saber nada de lo que ocurría afuera, de la familia. Mi esposa tenía cinco meses de embarazo cuando ingresé y mi hija nació estando yo adentro. Era un calvario no saber de ellas”, narra.

Hablar de sus padres es un tema difícil, porque a pesar de todo lo que se hizo y dijo, de las enfermedades que padecieron y de la crueldad con la que se manejó el caso, nunca lo abandonaron. En cambio, fueron perseguidos y acosados, al igual que ocurrió con sus hermanos y esposa.

“Mi padre es un ejemplo, inquebrantable, fuerte, trabajador, responsable, y haberlo tenido metido en esto es muy difícil. Nunca se hizo a un lado. Mi madre igual. Sufrieron mucho, se enfermaron, se recuperaron. Cuando la sociedad juzga en el anonimato es muy ácido su juicio, muy cruel. Cuando la desinformación nace de la fuente gubernamental y es la única que existe, es como dice el dicho: repite una mentira mil veces y la harás parecer verdad. Esos miles de boletines de prensa, declaraciones… fue duro para mis padres, para mis suegros que traían camionetas de ministerios públicos siguiéndolos, para mi esposa que la seguían día y noche. Ellos también sufrieron una cárcel”, dice.

Agrega: “A mis hermanos los seguían, sufrían en sus trabajos, los corrieron de sus trabajos, los boletinaron como terroristas en los bancos y los corrieron de las instituciones bancarias, el Gobierno de Estados Unidos les retiró las visas. Deshicieron por completo la vida que se había construido, tuvimos que reinventarnos dentro de la desgracia. Los negocios de mis hermanos y familiares afectados con auditorías, revisiones, salubridad, todo el aparato gubernamental para doblegarme y aceptar culpas que no eran mías. Es difícil, estás sumergido en esa soledad y tristeza y en los pocos momentos que ves a tus familiares, los veías cansados y ellos hacían un esfuerzo para que no los viera así, pero lo sientes. Sí me sentí culpable de afectar a mi familia, no de las cosas de que se me acusaba. Les he pedido perdón y hoy públicamente les pido perdón de nuevo por haberlos hecho vivir esto”.

La destrucción de la esperanza

Sentado en la sala de su casa, en la que reconoce ha sido difícil readaptarse, Antonio Tarín dice que hay momentos en la vida en los que el hombre se transforma, y aunque siempre ha creído que las personas difícilmente cambian, está convencido de esas coyunturas que llevan a una evolución.

“Este es uno de esos momentos. Te trasforma y es decisión tuya cómo vas a llevar a cabo esa transformación, porque el poder de la mente es impresionante. A mí me transformó porque esa saña con la que me hicieron vivir tantas cosas en el Cereso es muy dura. Me reencontré con Dios, pero primero necesité reencontrarme conmigo mismo, saber quién era, quién estaba en ese momento dentro del Cereso”, cuenta.

“Llega un momento en que no sabes qué quieres hacer más adelante porque la rutina y la cotidianidad dentro del penal te hace sentir que todos los días son iguales. Un 25 de diciembre es igual que un 13 de junio, se pierde la noción del tiempo, vas perdiendo los temas, fue muy notorio. Al principio yo seguía y decía una audiencia más y otra y otra, pero cuando llegué al número 60 ya se convirtió en algo rutinario: me levantaba, me alistaba e iba, pero ya no era como al inicio. Se acaban las esperanzas. No llevé un registro exacto, pero, más o menos, alcancé este beneficio de estar en mi casa lejos de la audiencia 150. Te cambia el pensamiento. Es una devastación interna como ser humano. Llega un momento en que te sientes zombi, respiras y ya, es como morir en vida”.

Durante un período de más de 260 días –recuerda– estuvieron encerrados, con la única posibilidad de salir de la celda una hora diaria, que igual podía ser al amanecer o en la noche. Todo formaba parte de la misma presión oficial.

“Tú no decidías. Llegaban un día y te decían son las 6 de la mañana, sales y a las 7 entras otra vez. Tú sabías si a las seis le hablabas al abogado, te reportabas con tus familiares, hacías estiramiento, limpiabas la celda o buscabas un poco el sol. Al otro día te abrían a las 9 de la noche y te decían: son las 9, salga, es su hora. Esto no lo aplicaban a toda la gente, sino a nosotros en específico”, recuerda.

“Cuando esto ocurría había impotencia, coraje, enojo, odio en los primeros días, pero con el paso del tiempo todo se desvanecía y todo se perdía hasta esos sentimientos, porque al final de cuentas cualquier tipo de sentimiento te lleva a una esperanza, a un futuro, pero cuando te borran el futuro no hay ningún sentimiento”.

La permanencia en el Cereso, señala, implica vivir en estado de alerta porque de un momento a otro las cosas pueden “descomponerse” y tener consecuencias no gratas. En el reclusorio no hay espacio para la amistad, lo único que importa es la sobrevivencia.

“Cada segundo, cada minuto debes estar alerta; en un descuido es una locura. Sí me sentí amenazado todos los días como todos, me sentí un poco más amenazado, claro que sí, porque si tenía que moverme a cualquier área del centro penitenciario se paraba el Cereso y encerraban a los internos de otros módulos, porque te llevaban sometido hacia donde ibas y mientras yo estaba allá, todos detenían sus actividades. Una vez está bien, dos veces ya te cuestionas, pero cuando ya se vuelve algo cotidiano, de que cuando sacas a una persona vas a privar a los demás de lo poco que tienen, imagínate el odio y el coraje que se crea”, declara.

Prosigue: “Es conocido el hecho de cuando nos iban a trasladar a la Ciudad de México y se hizo todo un operativo para evitarlo. Corral sitió la ciudad con todos los elementos de Tránsito, policías ministeriales, ministerios públicos, para que la Policía federal no acatara un mandato judicial. En días anteriores no nos dejaban ir a audiencia y aplicaban un ‘código negro’, eso significaba no tener luz, agua, servicios básicos en el penal para todos. El ‘código negro’ es que nadie entra y nadie sale porque no tienes el registro. Así durábamos dos o tres días, todos encerrados en su estancia y nadie sale y nadie camina. Eran gritos de “ya sáquenlos”, “ya quítenlos de aquí”; eso generaba más molestia en el resto de los internos hacia nosotros, pero al final de cuentas ellos (los internos) lo entendieron y hasta nos preguntaban ‘¿por qué tanto odio de Corral hacia ustedes?’. Era algo inexplicable”.

En cuanto al sistema penitenciario de Chihuahua, Tarín dice que no es sólo éste el que ha sido cuestionado, sino de todo el país. A pesar de eso, el Cereso es el hotel más caro del mundo. Si tienes dinero costeas alimentos, de lo contrario, papas y “frijoles cholos” constituyen el menú cotidiano.

“No quiero abundar mucho porque tengo quejas ante Derechos Humanos, denuncias, y tienen que seguir su curso. Decirte que tienes momentos en los que tienes que cuidarte y nada más te importa tu vida allá adentro, con eso explicaría mucho. Los derechos humanos en Chihuahua no existen, la Comisión no existe, no hace su trabajo”, expresa.

“En cuanto a la comida, el menú del lunes era papas con huevo, el martes huevo con papa, de comida papas con pocos huevos, piedras con frijoles, los que les llaman frijoles cholos. El Cereso es el hotel más caro del mundo, si quieres comer tienes que comprar la comida en el comercio penitenciario y es difícil de costear. Respecto a las actividades en el interior, fue hasta finales del 2019 cuando tuve acceso a ellas. Estuve dos años sin hacer nada, no salir de la cárcel de la cárcel”.

En la prisión, continúa, el grupo de exfuncionarios constituía el “zoológico” del gobierno corralista ya que los convirtió en la atracción principal para los visitantes, exhibiéndolos cada vez que se presentaba la oportunidad.

“Éramos el zoológico de ellos. Varios funcionarios de la administración iban a recordarnos y pasarnos por allí, cada vez que había una certificación o visita nos exhibían. Éramos la atracción principal. ‘Vamos con los políticos’ les decían para que nos vieran, sólo a razón de humillarte y hacerte sentir menos”, afirma.

Los logros o beneficios obtenidos, aceptando culpas o por la vía jurídica, por alguno de los involucrados en los expedientes X, sólo daban pie para que, al interior, la represión fuera mayor.

“No hubo violencia física contra mí, pero a veces las palabras y hechos son más fuertes que los golpes. Te quedas más marcado que con los golpes. Cada vez que alguien lograba algún beneficio, el apretón era adentro. Había restricciones, incomunicación, comida más fea, dormir con la luz prendida, llegó un momento en que me sentí en Big Brother, no había un solo espacio en el que no estuviera vigilado”, asegura.

La llegada de la pandemia recrudeció la situación en el penal, donde le tocó presenciar la muerte de Lázaro Joaquín López Ramírez, misma que califica como una negligencia médica debido a que le diagnosticaron depresión cuando en realidad padecía Covid, que se agravó debido a la diabetes e hipertensión que desarrolló estando en la cárcel.

“Había una negación del Gobierno, aseguraban que no había enfermos. Curiosamente hasta que murió reconocieron que los había. Lázaro falleció por una negligencia. Se supone que nos revisaban dos veces al día y en vez de diagnosticar Covid dijeron que era depresión, cosa que todos, sin ser médicos, cuestionamos. Cuando lo vimos que estaba tan mal pedimos, gritamos que lo atendieran, no hicieron caso. Cuando la autoridad penitenciaria ordenó trasladarlo al servicio médico lo levantamos entre todos para llevarlo. Lo atendieron cuando ya no tenía remedio y falleció”, recuerda.

En un lugar como el Cereso y en las condiciones en las que asegura vivió su proceso, Antonio no sólo cuestionó a Dios, sino que llegó a pensar en la muerte y fue su familia la que evitó que eso ocurriera.

“Le cuestioné todo a Dios, pero llegó el momento en que le agradecí todo, porque cuando realmente lo encontré y supe que Dios es todo, no quedó más que decirle gracias por lo que me has dado, porque eres tan grande, y a luchar y a vivir. Hubo momentos en los que ya quería que todo se acabara, sí llegué a pensar en la muerte, pero la familia vale más, yo sin mi familia no hubiera salido de esto, sin esa niña que me negaron la posibilidad de conocerla hasta que tenía seis meses sólo porque querían. Las maltrataban a ellas al entrar al Cereso, aplicaban protocolos de seguridad en los que tenían que desnudar completamente a mi hija de meses. Llega un momento en que quieres verlos, pero no quieres que vayan para que no sufran más”. (Salud Ochoa / El Diario)

sochoa@diarioch.com.mx

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