Espectáculos

¿Y el sexo, Hollywood?

La Meca del Cine evade contenido erótico para adultos y apuesta por autocensura

Reforma

lunes, 22 julio 2019 | 11:10

Reforma

Ciudad de México— Si la comedia Ligeramente Embarazada (2007), de Judd Apatow, ocurriese hoy, el personaje de Seth Rogen y sus amigos inmaduros tendrían serios problemas para llevar a cabo su absurda idea de negocio: una web dedicada a señalar el momento exacto en que las actrices famosas salen desnudas.

Poco más de una década después de que se estrenara esa película, todo indica que se ha esfumado el sexo de las producciones de Hollywood.

En una sociedad donde la pornografía más dañina habita a sus anchas en los celulares de niños y adolescentes, ¿por qué las películas dirigidas al gran público son cada vez más mojigatas?

El debate lleva semanas cociéndose en artículos y columnas que intentan responder a cómo, lo que hasta hace poco era un gancho para la taquilla (el erotismo y los desnudos), parece que ha dejado de serlo.

Ann Hornaday, crítica del The Washington Post, fue de las primeras en analizar este tema, un asunto complejo al que parece que no solo han contribuido los cambios sociales vividos en Estados Unidos a partir de los movimientos de denuncia de acoso sexual en Hollywood, como el #MeToo o Time's Up.

Hornaday cita las palabras del también crítico Jonathan Rosenbaum, que habla del sexo en el cine como del "efecto especial definitivo", para después lamentar un periodo de abstinencia en la pantalla que deja a los espectadores sin ese "escalofrío tan catártico, y gratificante, como una carcajada o un buen llanto".

Hay que remontarse a los orígenes del cine para recordar que el erotismo siempre formó parte del misterio del celuloide y que solo el filtro censor del Código Hays (1930) provocó una ola de puritanismo que no acabó hasta los años cincuenta y sesenta.

Fue entonces cuando el cine europeo cambió el lenguaje del género a través de películas como Y Dios Creó a la Mujer (Roger Vadim, 1956) o Belle de Jour (Luis Buñuel, 1967).

En los setenta, sexo y cine implosionaron: la cinefilia se acercó a la pornografía (Garganta Profunda), al sexo explícito (El Imperio de los Sentidos), y el gran público aplaudió el universo erótico (Emmanuelle).

Películas de terror como Don't Look Know, de Nicolas Roeg, que incluía una célebre secuencia de sexo entre Julie Christie y Donald Sutherland, o títulos tan icónicos como El Portero de Noche, de Liliana Cavani, y El Último Tango en París, de Bernardo Bertolucci, pusieron a estrellas como Charlotte Rampling o Marlon Brando al servicio de una historia de alto voltaje carnal.

Sin embargo, los 80 y 90 fueron los años en los que el sexo comercial fue más explotado con películas tan populares como El Cartero Llama Dos Veces, 9 Semanas y Media, Atracción Fatal o Bajos Instintos.

El proceso de progresiva infantilización que vive Hollywood, con sus oficinas concentradas casi en exclusiva en el nicho familiar, y las cada vez más duras calificaciones a la hora de exhibir películas con contenido adulto, parecen haber condenado a la castidad a la gran pantalla.

"Se trata de una política comercial centrada en la explotación de la familia como unidad de consumo principal. A nivel temático y formal esto ha cambiado", asegura Enrique López-Lavigne, productor español.

"No creo que sea una consecuencia directa del #MeToo, que nace como un movimiento por la igualdad de los derechos y para arrinconar a los abusadores, y cuyas consecuencias en Hollywood han sido básicamente de limpieza".

A su juicio, la autocensura funciona en los temas y también en la forma de abordarlos.

"Cuando los guiones se filtran a los agentes de los actores, muchas veces vuelven corregidos o matizados en las secuencias con desnudos parciales o integrales. Hoy nadie quiere ser un proscrito.

"El cine es un reflejo de la sociedad. En los 60 el sexo era revolucionario y ahora vivimos una época conservadora o puritana y hasta cierto punto enfrentada a contradicciones que supuran hipocresía".

La omnipresente óptica masculina que cosificaba el cuerpo femenino como un mero objeto de consumo ya no lo tiene tan fácil, y a los guionistas no les queda otra que buscar un nuevo lenguaje sexual que refleje la diversidad, los cambios sociales, y que por tanto conecte con los nuevos espectadores.

En este caldo de cultivo ha surgido la figura del "coordinador de intimidad", encargado de controlar que en un rodaje nadie pueda sentirse incómodo por ninguna exigencia del director.

Se trata de evitar abusos como el que denunció la actriz Maria Schneider cuando dijo

haberse sentido humillada "y un poco violada" por la falta de información durante el rodaje de El Último Tango en París.

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