El Paso

La difícil vida de las chicas del Valle

La frontera, un reto constante para las adolescentes mexicoamericanas

The New York Times

martes, 21 mayo 2019 | 06:00

The New York Times | Gwen Burnías de 17 años The New York Times | Lesly Urbina, de 16 años The New York Times | Jocelyn Guzmán, de 18 años

McAllen, Texas— Crecer es difícil. Hacerlo en la frontera es aún más difícil.

De cierto modo, hay un guion básico para las adolescentes estadounidenses: clases de ballet y futbol, la escuela y la iglesia, tocar la guitarra y enviar mensajes de texto. Pero no hay guion para las adolescentes que crecen en el valle del Río Grande, donde México y Estados Unidos se encuentran en una tierra exuberante de colinas cubiertas de maleza, ciudades de rápido crecimiento y una historia profunda y compartida. Ellas se forman en un sitio extraordinario en un momento extraordinario.

Las muchachas de El Valle son estadounidenses de raíces mexicanas; son mexicanas con sueños estadounidenses.

Se encuentran con sus amigos en el centro comercial, en Whataburger, en la cancha de vóleibol. Pero muchas viven el drama cotidiano de la pobreza y la deportación en hogares donde a menudo no alcanza para comprar un auto, a veces ni un vestido de quinceañera.

En la casa de la familia de Isabella Ruiz, de 14 años, en la ciudad de McAllen, Texas, a 16 kilómetros de la frontera, en el valle del Río Grande, hace poco cortaron el agua. Su papá, sin documentos, había sido detenido por las autoridades migratorias y todo el dinero de la familia se había ido en cubrir los gastos del caso. En la familia, siempre como ruido de fondo, están las preocupaciones sobre el estatus migratorio: cuando Isabella se fue de vacaciones a Corpus Christi con su tía, sus papás no pudieron ir porque para llegar allá hay que pasar un puesto de control de la Patrulla Fronteriza.

“Mi papá no quiso arriesgarse”, dijo Isabella.

Crecer en El Valle es vivir en un mundo bilingüe y binacional que desafía las barreras que dividen a ambos países. Algunas chicas de El Valle tienen parientes de ambos lados y, según sus horarios, viven en ambos lados. Un día duermen aquí; al otro duermen allá.

Carolina Sierra, de 15 años, vive en la ciudad de Brownsville. Su novio vive en México y cruza el puente de Matamoros todos los fines de semana para verla.

Del lado estadounidense –o americano, como dicen aquí– las ciudades como McAllen y Brownsville son muy parecidas a cualquier otra ciudad pequeña y la vida resulta muy suburbana. Pero también es uno de los lugares más pobres del país, con algunas de las tasas más altas de embarazo adolescente, deserción escolar en el bachillerato y pobreza infantil. En el condado de Hidalgo, el 43,8 por ciento de los niños y adolescentes menores de 18 años viven debajo del límite de pobreza, una cantidad que excede por mucho al 25 por ciento de Houston.

Del lado mexicano, la vida puede ser más dura todavía: Clara Medina, de 15 años, trabaja todos los días de la semana en un salón de manicura en Nuevo Progreso, una pequeña ciudad fronteriza muy popular entre los turistas estadounidenses. Dejó la escuela a los 12 años para ayudar a mantener a su familia.

“La vida acá no es fácil”, dijo Lesly Urbina, de 16 años y quien sueña con ser Miss Alamo. “Debes esforzarte mucho para estar acá. Vas a tener que pasar muchas cosas pero en algún momento lo lograrás”.

Aquí, en sus propias palabras, presentamos a algunas jovencitas del valle del Río Grande para quienes la frontera es su hogar.

'No esperaba embarazarme a los 16 años'

Gwen Burnías cumplió 17 años el 4 de febrero. Cuatro semanas más tarde dio a luz a su hijo Jaxon. Su novio, Michael, tiene 16 años. Gwen, Jaxon y Michael viven en la casa de los abuelos de Michael en Weslaco, Texas. La hermana de 19 años de Gwen también tuvo un bebé hace poco.

“Fue muy difícil porque mi mamá quería otra cosa para mí. Nos contaba todas las historias de por qué quería que nos fuera mejor a nosotras. Yo hice exactamente lo contrario. Mi papá al principio no quería saber nada de mí. Pero luego me pidió perdón por las cosas que dijo y, sabes, ahora ya nos está yendo bien, por ahora.

Mikey anda muy distraído ahora. Muy distraído. Y yo entiendo, sabes. Apenas tiene 16 años. No esperaba embarazarme a los 16 años. Yo tenía todo un plan de vida. Me encantaba el vóleibol. Era muy buena. Fui capitana tres años seguidos. Y eché a perder muchas cosas. Lloré mucho yo sola, o con mi tía, porque él no me entiende. Es muy inmaduro y es muy frustrante porque siento que voy a tener que hacer todo yo sola y al final lo hago. Y mi mamá me dice todo el tiempo: ‘Vas a tener que hacerlo todo sola. Eso es lo que todas hacemos’”.

Yo necesito que él sea el papá. No necesito que sea un adolescente y que haga deporte. Necesito que consiga trabajo y que nos apoye económicamente. Y si no lo hace entonces lo voy a hacer yo. Yo sé que puedo.

‘Desde entonces le tengo miedo a las ventanas’

Lesly Urbina, de 16 años, cursa el penúltimo año de bachillerato en Álamo, Texas, y compite en certámenes de belleza. Vive en una de las comunidades más irregulares y empobrecidas de la frontera, con pocos servicios básicos. En su cuadra las luces de la calle funcionan con energía solar.

‘Tuvimos que juntar firmas para que las instalaran. Porque en la noche estaba muy oscuro y no veíamos nada, nada más los carros que pasaban y los niños chiquitos jugaban afuera. Así que dijimos no: necesitamos luz. Entonces reunimos las firmas y luego vinieron y las pusieron. Y la gente empezó a romperlas así que ahora nada más tenemos una que funciona”.

“Aquí es Little Mex. Así le dicen. Supuestamente es de lo más peligroso. En lo personal me siento muy segura aquí donde vivimos. Pienso que no me sentiría muy cómoda si nos mudamos. Todos se cuidan entre sí. Nos protegemos unos a otros”.

“Cuando éramos chiquitos era muy traumatizante porque teníamos una pandilla aquí enfrente. Había tiroteos y balaceras en coche. Escuchábamos los disparos en la noche y era como: ‘Ah, es normal’”.

“Alguien abrió mi ventana. Cuando estaba dormida. Y luego sentí como que alguien me tocaba aquí en el estómago. Literalmente pensé que me iban a arrastrar por la ventana o algo. Creo que tenía como diez años. Así que me asusté y me desperté y me fui al cuarto de mi hermana. Al día siguiente mi papá fue y la ventana seguía abierta. Desde entonces les tengo miedo a las ventanas”.

“Me gusta modelar y trato de participar en actividades de voluntariado. Este sábado, de hecho, tuve un concurso pero no me fue tan bien. No conseguí el lugar que quería. El año entrante voy a concursar en Miss Álamo. Al principio mis papás en realidad no me apoyaban. En realidad no me apoyan, pero de todas formas lo hago”.

“Cuando empecé a escuchar las noticias de Trump sí me asusté. Pero conociendo a mis papás, ellos dicen: ‘Ah, no, si nos deportan, vamos a regresar’. Y de hecho ahora están tratando de arreglar sus papeles.”

Veo que mis papas se estresan’

Isabella Ruiz, de 14 años, cursa la secundaria y quiere ser veterinaria. Su papá no tiene documentos y lo arrestaron en diciembre. Lo mandaron al Centro de Detención de Puerto Isabel, operado por el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE), casi 100 kilómetros al este de McAllen. Lo liberaron en enero, pero desde entonces la familia pasa penurias económicas: les cortaron el agua por falta de pago y tuvieron que acarrearla en botellas y cubetas desde casa de su abuelo.

“Cuando mi papá estaba en la cárcel, mi mamá tenía que pagar la fianza y todo. Así que en un momento no tuvimos agua como por dos semanas. Teníamos que ir allá para bañarnos y luego traer agua en cubetas. Las llenábamos allá y luego las poníamos atrás en el carro y las traíamos para acá.”

“Mi mamá transporta a las personas que necesitan ir a la diálisis o a donde tengan que ir. Mi papá es cocinero en un restaurante”.

“Veo que mis papás se estresan. Mi mamá quiere conseguir un segundo trabajo. Yo me siento mal porque tienen que hacer todo esto y yo no he cumplido 16 todavía, así que no les puedo ayudar. Tan pronto como cumpla 16 voy a meter solicitudes para poder ayudarles con los gastos y todo. Digo, la escuela viene primero, pero pienso trabajar y estudiar para ayudarles. Mi mamá siempre me ha dicho: ‘Vas a ir a la universidad’. Sé que va a ser una lucha, pero tengo que ir. Quiero hacer algo con mi vida. No quiero batallar tanto como mis papás para mantener a la familia”.

“Cuando mi papá estaba en ICE yo no tenía ganas de salir ni nada.”

“Una vez, una amiga me invitó a salir y dije que no, pero mi mamá me obligó porque vio que yo solo estaba aquí en la casa. A veces íbamos a visitarlo, pero luego me ponía más triste porque solo lo veía a través de un vidrio. Cuando lo liberaron estábamos esperándolo. Lo vi bajarse de la camioneta y corrí a él. Mi mamá y yo fuimos con él; nos abrazó y empecé a llorar”.

‘Me pierdo de muchas cosas porque no vivo allá’

Jocelyn Guzmán, de 18 años, vive en Matamoros, México, pero cruza la frontera para ir a la escuela en Brownsville. Es ciudadana estadounidense. Su mamá gana el equivalente a 100 dólares a la semana en una fábrica de autopartes mexicana y gasta la mitad de su salario en el transporte que lleva a Jocelyn de un lado a otro de los puentes.

“Me tengo que levantar a las cuatro de la mañana, o a veces, cuando tengo mucho sueño, me despierto a las 4:10. Mi mamá me lleva a S Mart, una tienda que está muy cerca de aquí. Ahí me subo a una furgoneta que nos lleva todos los días a una escuela.

De la casa a la escuela, creo que con todo, me toma tal vez dos horas. Eso contando la fila que hay sobre el puente. Llego a la escuela como a las 7:40. La primera y la segunda clase me encantan. Nos enseñan todo sobre enfermería. Al final del año, si me certifico, voy a ser técnica certificada en cuidado al paciente. He aprendido a hacer electrocardiogramas. Ahorita estamos viendo flebotomía”.

“El timbre suena a las 16:05 y entonces me voy caminando a tomar la furgoneta para regresar a casa. Nos encontramos al lado de una tienda Family Dollar y nos reunimos con las otras furgonetas”.

“A veces me duermo a las 22:00 cuando no tengo mucha tarea. Pero cuando estudio para un examen me desvelo mucho. Me voy a dormir como a las doce o una de la mañana. A veces es difícil porque me da mucho sueño en la escuela. A veces los maestros te pueden ver de otra forma o te juzgan, así que no le cuento a mucha gente que yo voy y vengo. A veces me pierdo de muchas cosas porque no vivo allá. Y no vivo allá porque mis papás no pueden vivir allá conmigo. Ellos no son ciudadanos estadounidenses.”

“Como dijo mi mamá, mi papá siempre siempre lucha por lo que quiere. Y eso se lo he aprendido a él. Mi meta es terminar la escuela, ir a la universidad, terminar la universidad y quiero trabajar y ganar dinero para ayudarles a que se vengan conmigo al otro lado. Quiero pagarles lo que han invertido en mí”.

Suburbios blancos y ciudades grandes: ‘Tipo, qué aburrido’

Emily Gurwitz, de 18 años, cursa el último año de bachillerato. Es bailarina de ballet, capitana del equipo de futbol y enseña hebreo en su sinagoga. En su ensayo de postulación a la universidad resumió en una frase la experiencia de ser judía en una ciudad mexicoestadounidense en la frontera de Texas: es una texicana judía.

“Fue en una cosa en vacaciones. Es el programa de verano Welch Scholar. Hice investigación en la Universidad de Texas durante cinco semanas. Así que viví en un dormitorio y éramos ocho estudiantes de bachillerato y yo. Fue en esa época que empezaron a pasar muchas cosas en la frontera. Prendíamos las noticias y eran en McAllen, y era como: ‘Emily, qué loco, tú eres de McAllen’”.

“Parece muy loco, pero si estás en McAllen solo estás en McAllen. No pasa nada tan dramático como parece en las noticias. La gente asocia McAllen a un basurero fronterizo o algo, pero, no pasa nada excepto las detenciones a migrantes no autorizados. Pero no es para nada así. Tenemos buena educación, buena vida social, una gran comunidad. McAllen es genial. La gente con la que estuve este verano es casi toda de suburbios muy adinerados y muy blancos en ciudades grandes; y yo: ‘Tipo, qué aburrido’”.

“Empecé a hacer voluntariado en un centro para migrantes con mis amigos. Un día pasé tres horas haciendo sándwiches”.

“Si no vas a un centro de albergue temporal nunca ves a la gente que cruza la frontera. Creo que lo que más me conmovió fueron los chicos que estaban ahí y que tienen mi edad. Porque cuando ya cumples 18 y eres como un adulto tienen que ponerte uno de esos dispositivos de monitoreo en el tobillo. Había una chica que se acababa de bañar y se puso su ropa nueva y dijo: ‘Ah, necesito un par de tijeras’. Yo se las di y pensé: ‘¿Para qué puede querer unas tijeras?’. Era para cortar sus pantalones porque no le cabía el aparato del tobillo. Y tiene como mi edad. Imagínate todo lo que ha pasado solo para llegar aquí. Y ahora no puede vivir normal”.

‘Quiero unirme al ejército, como mi mamá’

Gaby Brown, de 15 años, estudia el bachillerato en McAllen y celebró su quinceañera con parientes de México y Estados Unidos. Su mamá es hispana, su papá es blanco y el novio de su mamá, a quien ella llama su padrastro, es hispano. Ella apoya la idea del presidente de expandir el muro fronterizo.

“Mi mamá y yo siempre hablamos de eso. Honestamente, creo que es una buena idea. Salir a decir que lo necesitamos, honestamente creo que sí lo necesitamos de verdad.

Quiero unirme al ejército como mi mamá. Yo quiero ingresar al ejército, pero ella quiere que vaya a la fuerza aérea porque dice que es más seguro. Y luego quiero salir y quiero dedicarme al campo de la medicina para ayudar a las personas que tienen problemas mentales. Mi mamá tuvo mucho estrés a causa del ejército cuando yo estaba creciendo. Tiene síndrome de estrés postraumático. Y yo tengo depresión y ansiedad. Quiero ayudar a otros que también tienen esos problemas”.

“La música es algo muy importante en mi vida. Me ayuda a lidiar con mis problemas. Cuando me altero puedo evadirme del mundo y solo escuchar música. Escucho música independiente, R&B, hip-hop, rap, country, música mexicana, de todo”.

‘Cuando veo a la Patrulla Fronteriza pienso que se van a llevar a mis papás’

Beverly Godínez, de 16 años, cursa el penúltimo año de bachillerato en Álamo, Texas, y forma parte del programa del Cuerpo de Entrenamiento de Oficiales de Reserva. Pasa los veranos de misiones en Michoacán, en el occidente de México. Su papá y su mamá no tienen papeles.

“Cuando pienso que se llevan a mis papás me enojo. Cuando veo a la Patrulla Fronteriza pienso que se llevan a mis papás. Eso hace que de cierto modo las cosas sean difíciles”.

“Hace unas semanas, cuando llevamos a mi hermana a Laredo, nos detuvo un policía. Sé que no pueden hacer nada porque no son de la Patrulla Fronteriza, pero te pones nervioso. Era porque una de mis hermanas no traía puesto el cinturón y nos detuvieron”.

“Estoy tratando de graduarme con honores y de obtener mi título técnico. Tenemos un programa aquí en la escuela en donde puedes llevar cursos universitarios y si completas los que van con tu especialidad, puedes graduarte con un certificado técnico. Ahora cuando llego a la casa ni prendo la televisión ni nada: me voy directo a hacer la tarea”.

“En mi escuela hay gente que como que sí discrimina. De hecho me peleé. Bueno no era una pelea, sino una discusión con un chico que se estaba burlando de una niña porque no hablaba inglés”.

“Eso fue hace unas semanas. Estábamos en el salón y yo estaba sentada en la esquina porque estaba cargando mi teléfono. Él hablaba en inglés para que ella no entendiera. Creo que ahí fue donde me metí porque ella no podía defenderse. Y me metí y como que le dije que se callara. Le dije que era un ignorante. Y él respondió: ‘Ah, sí sabes lo que significa la palabra ‘ignorante’’, como diciendo que yo era tonta. Luego se quedó callado. Yo estaba enojada, así que me quedé callada también”.

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