Mundial

La Copa del Mundo que cambió todo

La decisión de realizar el Mundial en Qatar trastornó a un país diminuto, afectó la reputación de la FIFA y alteró el tejido del deporte

The New York Times

martes, 22 noviembre 2022 | 08:39

Michel Platini esperaba tener una audiencia privada con el presidente de Francia cuando llegó a un almuerzo un día frío de noviembre de 2010. Pero cuando entró a un salón lujoso en la residencia oficial del mandatario, Platini —una leyenda del futbol francés que en el retiro ascendió hasta convertirse en uno de los hombres más poderosos del balompié— se dio cuenta de inmediato de que el hombre al que había ido a ver, Nicolas Sarkozy, estaba ausente.


Así que lo llevaron hacia un grupo pequeño que charlaba del otro lado del salón y a una conversación que alteraría el curso de su carrera, mancharía su reputación y cambiaría para siempre el deporte al cual había dedicado su vida.


Platini sonrió cuando lo presentaron formalmente con los invitados de honor del almuerzo: el jeque Hamad bin Jassim bin Jabr al Zani, el entonces primer ministro de Qatar, y el jeque Tamim bin Hamad al Zani, quien algunos años más tarde remplazaría a su padre como gobernante absoluto del país. Los cataríes habían viajado a París para discutir un plan que rayaba en lo fantástico: su diminuto Estado, ubicado en el golfo Pérsico y absurdamente rico, quería ser anfitrión de la Copa del Mundo.


A Platini, vicepresidente de la FIFA, el órgano rector del futbol mundial, nunca le había parecido una buena idea. Un año antes les había dicho a unos amigos que pensaba que permitir que Qatar organizara el evento deportivo más grande del mundo resultaría desastroso para la FIFA, ya que era un país sin una tradición futbolística significativa y carecía de infraestructura tan básica como los estadios. Solo dos meses antes, le había confiado a una candidatura rival de Estados Unidos que quería que el torneo de 2022 fuera “en cualquier lugar menos Qatar”.


No obstante, en algún momento de esa tarde, las reservas de Platini se esfumaron. Más de una década después, sigue siendo un misterio absoluto e intensamente debatido qué lo hizo cambiar de opinión durante el almuerzo con un Sarkozy que llegó tarde y los dos cataríes. El mismo Platini ha ofrecido al menos dos versiones diferentes de los hechos (en ambas afirmó que su voto fue por decisión propia y no reflejó ninguna influencia externa), y en 2019 lo detuvieron investigadores franceses que indagaban acerca de la reunión, pero no le formularon cargos.


Sin embargo, para entonces el acuerdo estaba hecho: una semana después del almuerzo, al interior de una amplia sala de conferencias en Zúrich, se confirmó a Qatar como sede del Mundial de 2022.


Desde entonces, el deporte más popular del mundo ha estado enfrentando las consecuencias de esa decisión.


Investigadores estadounidenses y la propia FIFA han afirmado desde entonces que varios miembros de la junta directiva de la FIFA aceptaron sobornos para inclinar la votación hacia Qatar. (Platini no estaba entre ellos). Una amplia investigación sobre la corrupción en el funcionamiento de la FIFA condujo a decenas de arrestos. Esos casos y otros ayudaron a derribar a toda la cúpula de la FIFA, y casi hicieron caer a la propia institución.


Pero la decisión también alteró irremediablemente la economía del fútbol de alta competencia. Tras ganar la sede de la Copa del Mundo, Qatar no tardó en establecerse como una verdadera potencia en este deporte. Un año después del almuerzo en el Palacio del Elíseo, los intereses cataríes habían comprado el equipo francés París Saint-Germain, y una red deportiva de propiedad catarí había comenzado a invertir dinero en el fútbol europeo al adquirir los derechos de transmisión. Esa afluencia de dinero no solo afectó a lo que ganaban los mejores jugadores y a dónde jugaban: también amenazó brevemente con abrir una brecha irreconciliable entre un puñado de los equipos más ricos del deporte y el resto del juego.


Al mismo tiempo, inspiró un furor de construcción a medida que un diminuto país del golfo Pérsico era, en efecto, rehecho en un impresionante proyecto de edificación nacional que, según los grupos de derechos humanos, costó la vida a miles de trabajadores inmigrantes, una cifra que Qatar rechaza.


Y ahora, con las temidas disputas culturales a la orden del día, ha llegado a un punto que antes parecía impensable: cientos de los mejores jugadores de futbol del mundo y más de un millón de aficionados reunidos en una península con forma de pulgar en el Golfo Pérsico, listos para el torneo que cambió el juego.


La candidatura que rompió a la FIFA


Durante gran parte del siglo XX, Qatar fue un páramo árido del golfo Pérsico, más conocido por el buceo para recoger perlas que por la política de poder. Sus habitantes eran pobres y estaban muy por detrás de sus vecinos sauditas.


Entonces, Qatar encontró gas.


El descubrimiento en 1971 del mayor yacimiento de gas del mundo condujo a la primera transformación de Qatar: lo convirtió en uno de los países más ricos del mundo, y envalentonó a sus dirigentes para ver a su nación no solamente como un apéndice de sus vecinos más ricos, sino como un verdadero rival geopolítico. La búsqueda de la sede de la Copa del Mundo, por tanto, era solo un paso más: la oportunidad de anunciarse, de contar su historia, en un escenario verdaderamente global.


Qatar se ha defendido durante años de las críticas a sus esfuerzos por ganar la sede de la Copa del Mundo, calificándolas de celos o algo peor: racismo occidental. Sin embargo, contar con el dinero y la ambición para ser anfitrión del torneo era una cosa; ganar el derecho de hacerlo era una muy diferente. Y en 2010, ese era el problema más grande de Qatar.


Alrededor de una semana antes de que los 24 miembros del entonces llamado Comité Ejecutivo de la FIFA (entre ellos Sepp Blatter, el presidente en ese momento, y Platini) tuvieran que decidir cuál de las cinco candidaturas ganaría el derecho a organizar la Copa del Mundo de 2022, Harold Mayne-Nicholls aterrizó en Zúrich.


Mayne-Nicholls, un chileno carismático y obsesionado con el fútbol, tenía un poder considerable, al menos en teoría. Había encabezado el equipo de inspección enviado por la FIFA para examinar cada una de las candidaturas, y su equipo elaboraba informes de evaluación con el potencial de cambiar votos.


Su veredicto sobre Qatar, producto de una visita de tres días a Doha en septiembre de 2009, estaba lejos de ser un respaldo rotundo. Aunque el país había reducido algunos de sus planes iniciales, que incluían la construcción de una isla artificial lo suficientemente grande como para ser vista desde el espacio, los inspectores seguían albergando dudas que parecían insuperables.


Número uno: Qatar era un país demasiado pequeño. Mayne-Nicholls explicó que era “un problema enorme para la organización”. Y número dos: en el verano del hemisferio norte, la época en que tradicionalmente se juega la Copa del Mundo, hacía demasiado calor.


Catar había puesto gran empeño en calmar esas preocupaciones mediante la construcción de un pequeño estadio para mostrar el sistema de aire acondicionado futurista que aseguraba que garantizaría que todos los juegos se jugaran en condiciones casi ideales. Mayne-Nicholls quedó impresionado, pero las preocupaciones no se desvanecieron.


Mencionó: “Será un problema para los fanáticos los días que no haya partido”. Mayne-Nicholls indicó que en junio se registran hasta 38 o 40 grados Celsius. “No es posible hacer nada en la calle”.


Hasta los cataríes creyeron que su veredicto era un golpe demoledor. Un directivo que trabajó en la candidatura de Qatar reconoció que el informe de evaluación fue “vergonzoso”.


No obstante, mientras más hablaba Mayne-Nicholls con los diversos administradores y plutócratas del Comité Ejecutivo de la FIFA, más le impactaba lo poco que su presentación había logrado disminuir el apoyo para Catar. Solo uno de los directivos, comentó, había solicitado ver los informes completos. La mayoría parecía ya haber tomado una decisión.


Mayne-Nicholls agregó: “Me decían que los cataríes eran fuertes candidatos. Eran los que votaban. De inmediato me di cuenta de que Qatar ganaría”.


No fue el único. En la víspera de la votación, un consultor de la candidatura catarí recordó que se dirigió a un alto funcionario de la candidatura y le preguntó cómo iban las cosas. Le sorprendió la certeza de la respuesta: “Está hecho”.


Y tenía razón. Incluso antes de que Blatter abriera el sobre para confirmar que Oriente Medio organizaría el Mundial por primera vez, Al Jazeera, la cadena de noticias con sede en Doha, había informado de la victoria de Qatar.


Sin embargo, las consecuencias no habían hecho más que empezar. A dos miembros del comité ni siquiera se les permitió votar, ya que fueron suspendidos tras ser grabados por reporteros encubiertos intentando vender sus boletas.


Siguieron más acusaciones de corrupción y soborno. El Departamento de Justicia de Estados Unidos acusó a tres votantes sudamericanos de aceptar sobornos arriba del millón de dólares para elegir a Qatar. En pocos años, de hecho, casi todos los 22 miembros del comité que participaron en la votación habían sido acusados o imputados por corrupción. Decenas de otros ejecutivos habían sido arrestados. La mayoría se vio obligada a abandonar la FIFA, y a varios se les prohibió completamente el acceso al futbol.


Ni siquiera los que se encontraban en la cúspide de la pirámide podrida se habían librado. Blatter anunció a regañadientes que dimitiría, y luego fue expulsado de todos modos. Platini también se vio obligado a dimitir por una acusación de ética no relacionada que lo llevó a un juicio por fraude en Suiza. (Tanto él como Blatter fueron absueltos). Durante un tiempo, pareció que la propia FIFA no sobreviviría a una decisión de su propia creación.


Construcciones en la arena


Los dirigentes de Qatar habían estado esperando los cuestionamientos.


Conforme Qatar pulía su candidatura para la Copa del Mundo, sus representantes pasaban horas en sesiones de capacitación para enfrentar a los medios, entrenados por consultores en relaciones públicas contratados en Europa a fin de preparar respuestas a cuestionamientos incómodos sobre el trato del país a los trabajadores migrantes y su actitud respecto a los derechos de las personas homosexuales.


Era un terreno difícil, incluso para los ejecutivos más veteranos, dado que la homosexualidad era y sigue siendo ilegal en Qatar. En una sesión de capacitación para medios vista por The New York Times, el jeque Mohamed, el hijo más joven del gobernante del país en ese momento, respondió a una pregunta de prueba sobre el tema insistiendo en que todos los visitantes serían bienvenidos.


Cuando uno de los capacitadores respondió señalando que un periodista podría preguntar a continuación cómo sería eso posible con las leyes que penalizan la homosexualidad, el príncipe respondió: “Es ilegal en la mayoría de los países”. Con incertidumbre, volteó la mirada de un lado al otro: “¿O no?”.


Al ser confrontado en otro momento sobre el trato del país a los trabajadores migrantes, insistió en que Qatar “ya ha tomado las medidas necesarias” para protegerlos. Declaró: “Aquí todos respetan a los trabajadores migrantes”.


Al final, toda la preparación fue en vano. Las preguntas nunca llegaron. En lugar de ello, los medios de comunicación se centraron en el tamaño del país, en sus abrasadoras temperaturas veraniegas y, sobre todo, en si habría cerveza disponible en la nación musulmana durante el torneo.


“Estuve presente en muchas entrevistas, y nadie preguntó”, dijo Phaedra al-Majid, exasesora de medios de comunicación de la candidatura, que más tarde acusó a Qatar de infringir las normas éticas para conseguir el torneo. Poco importaba. “Nadie creía que Catar fuera a ganar”.


Solo cuando consiguieron el torneo llegaron las preguntas difíciles. Y no han cesado.


La visión de Qatar para el Mundial no solo requería la construcción de siete estadios y la remodelación de un octavo. Esa nación también necesitaba una red entera de carreteras y vías para transportar a los fanáticos de una instalación deportiva a otra y muchísimos hoteles para hospedarlos: nada menos que un país reconfigurado por completo, que surgiera de la arena con un proyecto de construcción con valor de 220 mil millones de dólares.


Para lograrlo, Qatar reclutó a cientos de miles de trabajadores migrantes de algunos de los rincones más pobres del planeta, lo que infló la población del país (que creció un 13.2 por ciento tan solo el año pasado) y atrajo mucha atención por el trato a quienes pusieron la mano de obra, así como por sus derechos y condiciones de vida.


Se desconoce cuántos murieron durante la década pasada o incluso antes, y es probable que nunca lo sepamos. Muchos miles más han regresado a casa enfermos, heridos o sin el dinero que les prometieron.


“Este evento fue completamente construido con el gran esfuerzo de los trabajadores migrantes, en un total desequilibrio de poder”, mencionó Michael Page, subdirector para Oriente Medio de Human Rights Watch. “Fueron abusos muy predecibles”.


Aunque Qatar detuvo —a instancias de la FIFA— la mayoría de los proyectos de construcción y envió a casa a la mayoría de los trabajadores antes de que comience el Mundial, sigue dependiendo de la mano de obra importada: se han traído profesionales de la seguridad de Turquía, Pakistán, Egipto y Francia, entre otros países, para reforzar un cuerpo de policía local que no da abasto. Mientras tanto, ha llegado una nueva oleada de trabajadores inmigrantes para dotar de personal a los hoteles, atender los estadios y servir la comida.


El diminuto tamaño del país no ha logrado contener su ambición. Por ejemplo, este verano Qatar anunció que, como parte de la Copa del Mundo, llevaría a cabo un festival de música dance en Ras Abu Fontas, al sur de Doha, con una araña que escupe fuego y dispara láseres, tomada del festival de música de Glastonbury, en Inglaterra.


“En los meses previos a un torneo, la mayoría de los países se calman”, dijo Ronan Evain, director de Football Supporters Europe. “Qatar no ha hecho más que aumentar la apuesta”.


Los organizadores señalan que el objetivo es garantizar una experiencia sin paralelo para los hinchas. Sin lugar a dudas será diferente: Qatar conmocionó a la FIFA y a los fanáticos el viernes al decidir a solo unos cuantos días del partido inaugural del torneo que no cumpliría con su promesa de permitir la venta de cerveza en sus ocho estadios mundialistas. Se podrá comprar en algunas áreas de la Copa del Mundo, incluso durante varias horas específicas del día en zonas para fanáticos, pero es evidente que el viernes los anfitriones modificaron las tradiciones del torneo en el último minuto para satisfacer las reglas locales.


Este cambio de parecer hizo surgir nuevas dudas sobre si todos —en particular los fanáticos LGBTQ+— serán tan bienvenidos como el comité organizador de Qatar y la FIFA han asegurado una y otra vez.


Este mes, Khalid Salman, un exjugador de la selección nacional catarí ahora desplegado como embajador de la Copa Mundial, no parecía haber escuchado el mensaje de los organizadores. “La homosexualidad es haram aquí”, dijo a un documental alemán, utilizando una palabra árabe que significa prohibido. “Es haram porque es un daño en la mente”.


Cambio de juego


Javier Tebas estaba furioso. El presidente de la máxima liga española, un personaje franco, había llegado a Doha junto a representantes de los organismos más poderosos del futbol: la FIFA, el resto de las grandes ligas y la Asociación Europea de Clubes, organización que representa los intereses de los equipos.


Su tarea consistía en responder a una pregunta que nadie nunca había tenido que plantearse: ¿cuándo debe celebrarse exactamente la Copa del Mundo?


En el período previo a la votación en Zúrich, y durante varios años después, Catar había insistido en que no había ninguna razón para que el torneo no pudiera celebrarse en su periodo tradicional en el verano europeo. El calor abrasador del Golfo, insistieron los organizadores, no sería un problema debido a los planes de equipar cada estadio con el sistema de aire acondicionado que había impresionado a Mayne-Nicholls y su equipo.


En 2013, sin embargo, los ánimos habían cambiado. Se creó un grupo de trabajo de la FIFA para examinar la viabilidad de mover la programación de la Copa del Mundo. A principios de 2015, el grupo de trabajo presentó un informe en el que recomendaba trasladar el torneo a los meses de noviembre y diciembre, justo en medio de la temporada europea que genera gran parte del interés y del dinero en el futbol.


Al llegar a Doha para las conversaciones sobre el tema ese año, Tebas asumió que las líneas de batalla estaban trazadas: las ligas y los clubes “estaban en contra de las fechas” que proponía la FIFA, dijo Tebas. Sin embargo, esa unanimidad no duró. Los clubes accedieron después de que la FIFA aumentó los pagos que recibirían por ceder jugadores para el torneo. Tebas recuerda que golpeó las manos sobre la mesa con frustración cuando se lo dijeron. “Fue todo un espectáculo”, dijo. “Parecía que nos estaban engañando”.


En muchos sentidos, sin embargo, el indeseado parón de Europa es la menor de las consecuencias de la decisión de la FIFA de entregar a Qatar la Copa del Mundo. Una breve interrupción de una sola temporada, después de todo, es mucho menos significativa que un cambio de un año en el paisaje del juego.


En aquella reunión de Platini, Sarkozy y la delegación catarí en el Palacio del Elíseo, en noviembre de 2010, no solo se discutió el destino de la Copa del Mundo. También se habló del futuro del París Saint-Germain, el club al que apoyaba Sarkozy. (Su presidente de entonces, Sébastien Bazin, también estaba presente en el despacho de Sarkozy aquel día). Catar no solo quería comprar el equipo, sino crear una emisora deportiva para retransmitir sus partidos, y financiar el resto del fútbol francés. Menos de un año después, estaba haciendo precisamente eso.


Con el respaldo de los fondos aparentemente inagotables de Qatar Sports Investments, el PSG inició un derroche de dinero que ningún rival nacional podía siquiera considerar, y compró una estrella tras otra con el fin de superar a las potencias tradicionales de Europa. Los movimientos, individualmente y en conjunto, tendrían un impacto profundo y duradero en el futbol europeo.


En el verano de 2017, el PSG hizo gala de su poder financiero de la forma más audaz hasta la fecha: contrató a Neymar, el delantero brasileño, procedente del Barcelona a un coste de 222 millones de dólares, duplicando el anterior récord mundial de traspasos, y unas semanas después añadió al delantero francés Kylian Mbappé por 180 millones más. Las dos operaciones, de un plumazo, cambiaron definitivamente el mercado mundial de fichajes.


Pero Qatar no había terminado. Su red de televisión, beIN Sports, pronto se convirtió en el más voraz coleccionista de derechos de medios deportivos del mundo, parte de una expansión a Europa que también se acordó en la reunión del Elíseo. El poderoso director general de BeIN, Nasser al Khelaifi, es también el presidente de PSG.


También tiene un puesto en el consejo de administración del organismo rector del futbol europeo, la UEFA, y el año pasado se convirtió también en jefe de la Asociación Europea de Clubes. Heredó ese cargo tras el frustrado lanzamiento de la Superliga Europea, una supuesta alternativa a la Liga de Campeones ideada por varios de los clubes más famosos del futbol.


Los ejecutivos implicados en el plan afirmaron que su razón de ser era salvar el deporte; en realidad, al menos una parte de la motivación era tratar de cortar las alas al PSG y al Manchester City, el equipo inglés de gran presupuesto propiedad de un grupo estrechamente vinculado a la familia gobernante de Abu Dabi. Según sus rivales, el gasto de ambos clubes ha distorsionado el fútbol de forma irreconocible, poniendo en riesgo de implosión a cualquier club que intentara seguir el ritmo.


Como prueba de ello, tienen que señalar al único equipo que lo ha intentado. El Barcelona, afectado por la pérdida de Neymar, se encontró rápidamente atrapado en una espiral inflacionaria. En 2021, sus dificultades financieras eran tales que ya no pudo permitirse seguir pagando a Lionel Messi, el mejor jugador de su historia. Se despidió del único club que había conocido en una rueda de prensa llena de lágrimas. Unos minutos después, fue fotografiado en un aeropuerto de Barcelona. Su destino, por supuesto, era el PSG.


El espectáculo debe continuar


Unas semanas antes de la Copa del Mundo, Gianni Infantino, el sucesor de Blatter como presidente de la FIFA, escribió a cada una de las 32 naciones que calificaron para el torneo. Infantino, que ahora es residente de Qatar, exhortó a todas ellas a “no dejar que el futbol sea arrastrado en cada una de las batallas ideológicas o políticas que existen”.


Indicó que era momento de dejar que el deporte “acapare el escenario”.


Es probable que sea demasiado tarde para eso. A medida que el torneo se acercaba, las críticas a la decisión de la FIFA de llevarlo a Qatar solo aumentaron. Una lista creciente de futbolistas en activo, exjugadores, entrenadores, fabricantes de ropa deportiva y, en particular, hinchas, han expresado su oposición. Los capitanes de Inglaterra y Gales habían anunciado que llevarían un brazalete especial para promover los derechos de los homosexuales. Blatter admitió este mismo mes que la elección de Qatar como sede fue un “error”.


En cambio, la respuesta de Qatar ha sido mostrar cada vez más indignación. El emir del país —presente, como príncipe heredero, en la reunión en el Elíseo con Platini— despotricó el mes pasado sobre lo que describió como una campaña de críticas “sin precedentes” de Occidente. Hace dos semanas, el ministro de Relaciones Exteriores de Catar calificó los cuestionamientos sobre su idoneidad para ser anfitrión del torneo como “muy racistas”.


La FIFA no siempre se ha opuesto tanto a la idea de usar el futbol con propósitos ideológicos. Aun después de todas las investigaciones, las órdenes judiciales y las detenciones, la FIFA como institución siempre ha justificado su decisión de ir a Catar insistiendo en que el deporte puede ser un agente para el progreso.


No obstante, tras el inicio del torneo que el país anfitrión estaba dispuesto a pagar a casi cualquier precio y con los ojos del mundo fijos en un rincón diminuto del golfo Pérsico, es difícil no sentir que es al revés: nadie sabe si el futbol cambiará a Qatar o no, pero Qatar ha cambiado al fútbol para siempre.

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