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Deportes

El adiós a un ídolo jarocho

Así despidieron los restos del jugador de Bravos, un ícono y leyenda para la colonia Ejido Primero de Mayo Norte en Boca del Río, Veracruz

Juan Eduardo Mateos Flores

domingo, 25 febrero 2024 | 07:26

Cortesía | Félix Márquez Cortesía | Félix Márquez Cortesía | Félix Márquez Cortesía | Félix Márquez

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Las exequias del futbolista fallecido en un accidente automovilístico la madrugada del 14 de febrero, en Ciudad Juárez, Chihuahua, revelan lo trascendente que es para un barrio que uno de los suyos alcance el sueño colectivo que es debutar en Primera División con el equipo local, anotando el gol que sentencia la victoria. Este es un pequeño recorrido, basado en quienes lo conocieron, de lo que fue Diego ‘Puma’ Chávez Collins, un ícono y leyenda para la Ejido Primero de Mayo Norte de Boca del Río, municipio conurbado al puerto jarocho.

Una camioneta blanca acelera y se estaciona en medio de la callejuela Irene García ubicada en la colonia Ejido Primero de Mayo Norte. El joven que la maneja abre las puertas de la trocona y sube el volumen para que se escuche en toda la cuadra. De ahí emerge la canción El Rey de la Puntualidad, del boricua Héctor Lavoe, uno de los cantantes favoritos del futbolista veracruzano Diego “Puma” Chávez Collins, fallecido en un lamentable accidente automovilístico la madrugada del 14 de febrero.

El cuerpo de Diego, en esos momentos, está siendo velado a cientos de kilómetros de aquí. Allá en esa ciudad, repleta de juarochos —muchos de ellos concentrados en las colonias del suroriente— que es Ciudad Juárez, en la que jugaba como mediocampista para el equipo local de primera división. Pero aquí, en la esquina que dicha calle hace con Adalberto Tejeda, donde él solía juntarse con su flota, parece un cotorreo, una fiesta: los suyos se han reunido para recordarlo e inmortalizarlo en un mural. Algunos de ellos comparten el caguamón y también la anécdota: rodeados todos de arrancones de motocicleta, algunos vestidos con las playeras de equipos en los que jugó, Toluca, Necaxa, Juárez, Veracruz y con las que él los arranchaba cuando regresaba a la casa familiar. 

Frente a la camioneta y las decenas de conocidos de Puma, sobre una pared de Los Pinitos, tres artistas urbanos comandados por Poderozo dibujan con aerosol el rostro del alegre jugador. De nombre oficial Manuel Gómez Morín, el Parque Pinitos es no sólo el punto de reunión para la cáscara, la caguama o darle fuego para la flota de aquí, es el lugar en el que un muy jovencito Diego dio sus primeros pasos como futbolista: aquí regresaba en los recesos de la liga MX, ya siendo profesional, a cascarear con todos los que creció, como si no hubiera pasado el tiempo, como si no perteneciera a la pequeña lista de jugadores profesionales jarochos de primera división.

Bajo el mural, donde un inmortalizado Diego porta la playera de los Tiburones Rojos, equipo que lo formó, se tienden varias veladoras colocadas por los amigos que poco a poco llegan al homenaje. 

Un vaso de caña es puesto por uno de sus más cercanos valedores, El Álvarez, también conocido como La Camila. Todos ellos terminarán por crearle un pequeño altar bajo esa imagen pintada en su honor, remarcada con un 293, número con el que debutó en aquel 14 de marzo de 2015, metiéndole un gol a los Xolos de Tijuana.

—Ánimo que esto no es un velorio— suelta Álvarez, luego de vaciar un poco del pomo Julio 70 hacia el piso en honor a su amigo. De la bocina ya sale Loco, loco voy por la vida, canto y río y sufro también. De la bocina también saldrán El amigo que se fue de Intocable, cánticos de la barra de los Tiburones Rojos como los que el futbolista escuchaba mientras jugaba en el Pirata Fuente y más canciones de cumbia y salsa —las que le encantaban a Diego— que harán mover el cuerpo de los vecinos, reproducir la alegría que caracterizaba al ídolo de este barrio, cuando llegaba a un lugar y con natural jocosidad saludaba con un ¡qué iris maniaco! o un ¡ánimo chicuela!

Era Diego Chávez Collins un vato alegre y humilde

Hay dos características que siempre emergen de la boca de sus conocidos: era un vato muy alegre, un vato muy humilde, una humildad que ya muchos quisieran tener. Y es que, en el barrio jarocho, pocas cualidades son tan apreciadas como la humildad, es decir, la sencillez. 

Sólo imaginemos el contexto de Diego: un joven resistiendo las desigualdades de este barrio bravo de Boca del Río —muy parecido a La Frontera o la Melchor Ocampo allá en Juárez— y sobreponiéndose para lograr lo que muchos sueñan en la niñez: debutar en primera división, anotando gol, con un equipo como los Tiburones Rojos que, aunque formalmente ya no existe, le sigue dando una especial identidad a la ciudad. 

Porque Diego no sólo viene de un barrio alegre y bullanguero, la Ejido Primero de Mayo Norte también condiciona a sus más de cuatro mil habitantes a la violencia, los vicios y las malas compañías: ese otro Boca del Río, —el que cuenta con un promedio de diez años de escolaridad— lejos de los grandes edificios y las colonias residenciales, del que casi no se habla y donde ocurren muchos tipos de violencias y en el que si no se tiene una disciplina y una mentalidad fuerte para sobreponerse como la que tuvo Diego, te traga a la menor oportunidad.

Por eso para muchos Diego no sólo es un referente futbolístico, es la historia de superación que la flota necesita, ese referente de que cuando se cuenta una gran historia en las esquinas, los que la cuentan terminan por exclamar nada mal para un loco del barrio. 

El mismo loco que los alivianó con una lana cuando no tenían para comer o para los pañales de la hija o con un toque para la eriza que cargaban o con un cortesito de pelo en la barbería que había puesto, el que los apoyaba cuando caían al anexo y le daba la vuelta a la jefa para ver qué necesitaban, el que cuando lo encontrabas en uno de los cientos de lugares donde la flota jarocha se reúne a cotorrear, los invitaba a su mesa. Ese era Diego, el mismo de siempre, el que nunca dejó de ser como la flota del barrio quiere que seas, para seguir siendo respetado y reconocido.

Por su parte, para la familia. Un buen padre y un hijo ejemplar. El que compró en Walmart, con su primer sueldo, una despensa enorme para los suyos. El que le compró una casa más bonita a la jefita. El que seguía cotorreando con los tíos en las fiestas familiares mientras sucedían esas largas charlas sobre el deporte más famoso del mundo. 

El mismo niño alegre que llevaban a las escuelas de fútbol y a las fuerzas básicas del Tiburón, y donde siempre demostró un gran talento defensivo: un candil en la calle como en su casa, que compró a manos llenas ese yogur que tanto gustaba en la mesa familiar con ese primer sueldo. “En mi casa dejó de haber Nutri Leche, ahora puro Danone” solía decir.

Y en la cancha, con sus compañeros, era la alegría del vestidor. El que hacía bromas a los demás. Como botón de muestra basta ver un Tik Tok subido por el propio equipo de Bravos de Juárez. En él se puede ver a un Diego jocoso, posando con unos lentes. Alegando de broma con un “todo yo, todo yo”.

Usando el slang jarocho está exótica, holis, babys, replicar un paso prohibido, cuando en modo de juego se simula a alguien que dispara y hace ratatata. 

Otro video lo enfoca al lado del jugador de los Santos Laguna, Ronaldo Prieto, en los vestidores del Veracruz, cuando jugaban juntos: Ahí se tira otro paso prohibido, sentado, al ritmo de reggaetón y salsa. Y cómo olvidar cuando los Tiburones Rojos hicieron gifs y stickers de todo el equipo al presentar los uniformes: Diego fue el único que salió bailando, sacando la lengüita. 

Todos los iris de un jarocho de colonia. Eso también era Diego. 

La carrera del 'Puma' Chávez

Al Puma le decían así por su enorme parecido con su tío, quien también buscó el sueño de jugar profesional. Lo bautizó ese amigo de su tío que jugó con él: el entrenador de fuerzas básicas de los Tiburones Rojos, Carlos Cazarín. Aunque Pumita ya jugaba en la cancha de los Pinitos, sus padres lo metieron a la escuela de fútbol, CDF, de la Liga Oropeza, con José Luis Peregrina. 

A los doce años su papá, a quien Puma lo consideraba su héroe, lo llevó a las visorías de los Tiburones Rojos. Ahí lo seleccionaron por su velocidad. Diego se tiró el proceso de fuerzas básicas de cinco años que todo joven jarocho con disciplina se tira para terminar jugando en Tercera división con el profesor Pedro Osorio. Eran los días en que regresaba el fútbol profesional al puerto, cuando La Piedad, al quedar campeón en la liga de ascenso, cambia de sede para convertirse en Tiburones Rojos nuevamente. 

“Quedaron campeones y me fui a probar como buen veracruzano y quedé en sub20. A los dos años en sub 20, me vio el profe Reinoso. Me subió a entrenar con el primer equipo”, dijo Collins en una entrevista a un medio llamado Chulada TV. 

Aunque Puma fue defensa central la mayor parte de su vida futbolística, fue movido a delantero en varios partidos de las inferiores por su claridad al ofender y marcar gol, por esa razón y por la falta de jugadores ofensivos en el primer equipo, fue que el entrenador Carlos Reinoso lo comenzó a usar en los entrenamientos como volante y delantero. 

Lo que Puma vivió ese día al debutar en el primer equipo, está grabado en un video de la Liga BBVA. Ahí cuenta que su debut estaba planeado para el minuto sesenta. Pero tuvo que esperar, porque les habían empatado. Minutos después, ya con ventaja, entró junto a Aníbal Zurdo. 

En una jugada ya casi al finalizar, el balón cae al área y Zurdo intenta prenderla con una media tijera que no concreta. El balón quedó en los pies de Puma, quien le pegó con efecto, sentenciando la victoria. Ese gol fue gritado por todo su barrio. “A más de un cliente espanté en la tienda” me contó un conocido suyo cuando hablamos sobre eso.

Después vino la penosa debacle de los Tiburones Rojos, producto de los malos manejos de la directiva. Los jugadores y su afición vivieron los momentos más duros antes de su extinción. Escandalosas goleadas y el récord de más de 30 partidos sin lograr victoria. Todo esto producto de la gran cantidad de meses que el dueño dejó de pagar sueldos al plantel. Pero a Diego ya lo tenía en la mira Necaxa, equipo al que fue llevado por los mismos dueños. 

Sobre esos días en el Necaxa se sabe poco. Lo poco que contó Diego fue en un programa en YouTube. Un día se quedó dormido y no llegó a entrenar porque el día anterior había salido a un bar y se había tomado unas cervezas. Al llegar a la institución, fue sometido a una prueba de alcoholímetro y dopaje. Salió positivo en el primero, pero no así en el segundo.

“Me hacían todos los doppings sólo a mí, quién sabe por qué” contó alguna vez el jugador a la ChuladaTV. Lo que Diego nunca contó por apechugar es que nunca fue del agrado de Alfonso Sosa, el director técnico.

“A todo mundo le preguntaba hasta por sus hijos y familia, a mí nada de eso” le confió a un amigo personal. Pero al medio digital le contó que el motivo de la rescisión del contrato fue por indisciplina; medios como ESPN se sumaron al linchamiento por entonces. Pero toda historia tiene siempre dos versiones, y Diego prefirió callar la suya. Eso suelen hacer los jugadores para no meterse trabas. 

Al final de cuentas por muy famoso que se pueda ser jugando fútbol y salvo muy honrosas excepciones, un jugador es un obrero, la parte más baja del escalafón en el negocio. Es de dominio popular el famoso pacto de caballeros entre otras cosas turbias al que los dueños de los clubes del fútbol mexicano someten a sus jugadores para cuidar sus intereses. Una historia que uno de sus amigos, Negro Disturbio, cuenta en las exequias: En realidad es que mandó a la verga al dueño de Necaxa, luego de que, sin aviso, le bajó el sueldo en un veinte por ciento. Lo del dopaje fue un montaje”.

Gracias a las diligencias de su promotor Yair Tejeda, Diego tuvo que mudarse a jugar a España, al Salamanca B. Los primeros días fueron difíciles, no sólo por el racismo que suele haber en Europa hacia los latinos, sino “porque tenía la fama de que me gustaba la fiesta”.

Pero él demostró lo contrario: fue a trabajar, hacer las cosas bien. Gracias a eso, lo fichó Diablos Rojos del Toluca y luego, al no entrar en planes de Nacho Ambriz, jugó en el Carlos A. Manucci, club de primera división peruana para luego terminar en Bravos de Juárez, equipo en el que su arrojo y desparpajo lo convirtieron en la alegría del vestidor, en ese líder que solía ser en las fuerzas básicas del Veracruz. 

Serenata de murga, carnaval y cuerpo presente

Pocas personas tienen un funeral como el que Puma Chávez tuvo. Sólo íconos del barrio pueden tener exequias así de multitudinarias, ruidosas, largas.

“El homenaje se lo hubieran hecho en vida” dijeron algunos malcayentes en las redes sin recordar que nuestra cultura nunca reconoce el talento de los más jóvenes, los homenajes están reservados para los más adultos.

Con una caravana, como las que se hacían en los tiempos cuando los Tiburones Rojos aún existían, fue como la afición jarocha inició el homenaje a uno de sus ídolos locales. 

Convocados por la barra 47, y secundados por La Guardia Roja e Imperio Rojiazul, centenares de personas partieron del Soriana Floresta hacia la funeraria La Luz, ubicada en el mismo fraccionamiento. Lo hicieron coreando cánticos, iluminando la noche con bengalas rojas, ahí el padre de Diego, Don Héctor, tanto como sus hijas, Isabella y Pamela, y sus amigos más cercanos se unieron para saltar y cantar. Así como cuando Diego jugaba en las canchas del Pirata, se entonaba: ¡Noooo, no seee vaaaa, noo seee vaa, no se vaaa, Diego nooo seeee vaaaa! 

El funeral duró dos noches. Mientras fuera del velatorio se convirtió en una gran fiesta con caguamas, adentro, en un ambiente más solemne, los familiares, amigos y compañeros como el portero Melitón Hernández se dieron cita para darle el último dios a su ser querido. 

Mientras todo esto pasaba en el puerto jarocho, en la televisión, los partidos del máximo circuito se interrumpieron con aplausos al minuto 13 en honor al dorsal que el jugador portaba con los Bravos. El más viralizado en medios fue el de Atlas, ocurrido el mismo día de la muerte de Diego.

La televisión enfocó a uno de sus mejores amigos, Raymundo Fulgencio, quien no pudo contener el llanto. Por su parte, en esos días de las exequias, Los Bravos suspendieron su partido y días más tarde, anunciaron un partido homenaje para el viernes 23 de febrero, cuya recaudación de taquilla será donada para las hijas del jugador, Pamela e Isabella.

Cuatro días después de su fallecimiento, el domingo 18 de febrero, por la mañana, el cortejo fúnebre partió al Parque de los Pinitos, donde todo comenzó. Ahí le hicieron el homenaje de cuerpo presente con el mural ya terminado de fondo. Lo que comenzó como un pequeño altar, terminó atestado de coronas de flores y veladoras e imágenes de un Diego sonriente y la promesa de las autoridades boqueñas, de cambiar el nombre oficial del recinto deportivo en honor al jugador. 

El cortejo continuó a la casa de su abuela ubicada en la misma colonia, donde muchos le siguieron cantando con bombo y platillo, poniéndole a todo volumen canciones de Héctor Lavoe como El Rey de la Puntualidad; lo enterraron en el Panteón Particular, su ataúd iba cubierto por varias flores y una playera polo de los Tiburones Rojos.

En algún momento, antes del entierro, su papá Héctor, su héroe, agradeció a todos los presentes e hizo énfasis en la fiesta, la rumba que a Diego tanto le gustaba. El mismo Diego lo decía: “Dijera Romario, si no salgo, no marco”.

Todavía se desconocen las causas del accidente sucedido en el cruce de la avenida Vicente Guerrero y Antonio J Bermúdez. Lo que sí es que costó trabajo reconocer al jugador porque, según sus propios amigos, le robaron todo: joyas, los anillos que acaba de comprar doce horas antes hasta los tenis y los aretes. 

La misma flota que asistió a estos recorridos llegó a comentar que a lo mejor andaba bien aserejé, andaba bien pánico. Y aunque no hay nada oficial, lo cierto es que a nadie de los suyos le importa eso. Ellos sólo piensan en la leyenda que fue para ellos porque él sí lo logró; lo real, el Diego que no le importaba quitarse sus tenis para regalárselos a algún desconocido con pies descalzos o tenis rotos, ese Diego que demostraba todo el tiempo esos gestos tan suyos, como el que hizo doce horas antes: cuando le cumplió a Juanito Joyero, un hincha famoso de Juárez,, la playera personalizada con el número 13 y autografiada con todos los del equipo. Se quedan con todo lo que fue Pumita, Maniaco, Chicuela, Pumaviñas. 

Con esa última imagen que lo representa mejor que nada, la de su último video con vida donde Diego es simplemente Diego: esa historia de WhatsApp con la leyenda hoy toca chicuelas, coreando, llevando el ritmo con el dedo, como solemos hacer los jarochos cuando vamos solos en el auto: sin mirarte yo te miro/sin sentirte yo te siento/sin hablarte yo te hablo/sin quererte yo te quiero… sé que nunca fuiste mía/ni lo has sido/ni lo eres/pero de mi corazón un pedacito tú tienes, gitanita.

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