Opinion

Serenidad y paciencia

Vianey Esquinca
Analista

2018-12-09

Ciudad de México.- Cada nuevo gobierno tiene (o al menos eso siente) el sagrado derecho constitucional de reinventar un país, un Estado o una ciudad cuando llega el poder. Cada gobernante quiere dejar su legado. En México, los ciudadanos ya están acostumbrados, y hasta resignados, a que cada gobierno quiere inventar la rueda, descubrir el hilo negro y el agua tibia.
Los nuevos gobernantes tienen un privilegio: poder echarle la culpa a su antecesor de todo lo malo que encontraron, incluso si son emanados del mismo partido. Ese periodo de gracia, de hasta 6 meses, sirve para justificar por qué no pueden cumplir sus promesas o ir tan rápido como pretendían: “se llevaron hasta los escritorios y las sillas”, “dejaron las arcas vacías”, “nos entregaron un país en quiebra”. Cada nuevo sexenio o trienio es lo mismo. El problema es cuando el caldo sale más caro que las albóndigas. El 5 de diciembre, Claudia Sheinbaum tomó protesta como jefa de Gobierno y al llegar a su oficina se dio cuenta, escandalizada, horrorizada y ofendidísima, de que las ventanas ¡eran blindadas! ¿Cómo era posible tal derroche de irresponsabilidad, inconsciencia y extravagancia por parte de su antecesor? Hasta ahí todo bien, ventilar los excesos de Miguel Ángel Mancera sólo confirma lo que ya se sabe de su gobierno.
La acción de Sheinbaum recordó a Jaime Rodríguez Calderón, quien, al ganar la gubernatura de Nuevo León, “clausuró” la casa de gobierno; luego de mostrar los excesos del anterior gobernador, Rodrigo Medina, envió a un museo el escritorio y la silla de Medina, porque, según él, enfermaban de poder y egolatría. Eso sólo se quedó en el show, porque El Bronco nunca tocó a Medina más allá. Que la nueva jefa de Gobierno exhiba lo que quiera, pero que no gaste más para “enmendarle” la plana a Mancera. ¿De qué sirve gastar dinero en quitar las ventanas blindadas y tirar a la basura el dinero utilizado? Los clásicos dirían: si ya nos saquearon, que no lo vuelvan a hacer. Además, seguramente al pueblo sabio le importa más que Mancera y su equipo rindan cuentas por haber dejado la CDMX en ruinas que si tenían o no blindaje en las ventanas.
Eso no sólo le está pasando a la morenista en la CDMX. El Presidente está tomando medidas que a la larga pueden ser más caras. Con la venta del avión presidencial, por ejemplo, se podrían perder hasta 76 millones de dólares. Entonces, la buena es que cumple su promesa de campaña, que se deshizo del avión que no tenía ni Obama, la mala es que pueden salir perdiendo las arcas públicas. Lo mismo con el aeropuerto. Se han comentado las consecuencias económicas de haber detenido el aeropuerto de Texcoco, “pero el pueblo sabio lo pidió”; sí, pero el pueblo no les va a pagar a los inversionistas dueños de los bonos que hoy el gobierno quiere recomprar, lo que podría ser mucho más caro y complejo de lo que esperaban. Las prisas y la necesidad de demostrar que van en serio llevan a los morenistas a cometer varios errores. Pasaron la Ley Federal de Remuneraciones en fast track sin blindarla o hacer los cambios necesarios para que pudiera aplicarse. ¿Las consecuencias? Que la Suprema Corte de Justicia de la Nación la echara para atrás, lo cual seguramente afectará el paquete económico.
Las prisas no llevan a nada bueno. Morena puede seguir reinventando el país, culpando a la mafia del poder de no querer vivir en austeridad, pero también cabe en estos momentos tantita autocrítica y, sobre todo, serenidad y prudencia en la toma de decisiones.

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